El Bar Anita sigue con la misma esencia, una de las principales claves de su éxito. | ARGUIÑE ESCANDÓN

Ca n’Anneta, también conocido como Bar Anita, es el punto de encuentro no solo de residentes de Sant Carles sino de todos los amantes del interior de la isla. Anita empezó a trabajar allí cuando se casó con el hijo de sus propietarios, entonces el bar se llamaba Can Pep Benet, pero el cariño que le cogió la gente les llevó a cambiarlo al nombre actual. A sus casi 93 años, Marí tiene la cabeza llena de buenos recuerdos de este pequeño bar que sigue manteniendo la esencia pura ibicenca. Junto a ella, su nieta Ana Noguera y uno de los actuales responsables del bar, Vicent Marí, nos cuentan la historia de este emblemático restaurante que nació en 1876.

¿Cómo empezó todo?
— (A. N.) El restaurante lo abrió el abuelo de mi padre y mi abuela se casó con un hijo de este señor, por eso luego ella y mi padre se quedaron aquí trabajando.
(A. M.) Empecé a trabajar muy joven aquí, cuando me casé, ahora tengo 92 años y ocho meses y estoy jubilada (se ríe).

¿Cómo era el día a día cuando usted era joven?
— (A. M.) Había mucho trabajo porque venía mucha gente, sobre todo muchos hippies que me agradaban mucho. Aún queda alguno que se quedó aquí a vivir y me siguen saludando; la verdad es que siempre me han tratado muy bien.

Supongo que mucho trabajo y poco tiempo para descansar.
— (A. M.) Y tanto. Me dormía a la 1 de la mañana porque después de todo el día ya estaba muy cansada, pero tenía que trabajar porque tenía tres hijos y era lo que había.

Tantos años después, ¿ha visto que Ca n’Anneta haya cambiado mucho?
— (A. M.) Más o menos. Antes la gente tenía otras costumbres, eran más tranquilos.
(A. N.) Yo recuerdo, cuando era pequeña, que vivíamos aquí porque nos hemos criado en el bar. Donde ahora están los cuartos de baño y unas salas, antes estaban las habitaciones donde vivía la familia de mi abuela. Además, antes no era solo un bar y un restaurante, era una tienda donde se vendía un poco de todo.
(V. M.) Era, lo que se puede decir, una tienda típica de pueblo ibicenco. La gente venía a buscar las cartas, también podía comprar un kilo de arroz como algo de ropa. Lo que pasaba es que aquí había servicio de Correos porque era la única forma de recibir cartas en el pueblo.
(A. N.) Además, al principio venían muchos hippies de los de verdad, los americanos, no los de ahora. Los recuerdos que tengo de aquella época no van a volver porque ya no es lo mismo. Aquellos eran artesanos de verdad. Cuando eso fue cambiando se empezó a dar servicio 100% de restauración, como bar y restaurante.

Ana Marí, conocida como Anita, trabajó desde muy joven en Ca n’Anneta para sacar a sus hijos adelante. Foto: Arguiñe Escandón.

¿Considera que este restaurante sea un referente no solo en Sant Carles, sino también en la isla?
— Sí, ahora todos vienen al bar Anita, pero Anita ya no está. (Se ríe la nieta y dice que Anita sí que está lo que pasa que ahora está jubilada). Me acuerdo que un niño que vino y me dijo: ‘Se habla del bar Anita, pero es mentira, esto no es’. Él leía el letrero de la entrada que ponía ‘Can Pep Benet’ y le tuve que decir que qué buscaba que yo era Anita. Y me dijo que la próxima vez que viniera tenía que poner que era Bar Anita que si no, no volvía (se ríe).

¿Qué ofrecen que los diferencie de otros bares de la isla?
— (V. M.) Yo creo que lo que tenemos aquí es una serie de productos típicos ibicencos y es un bar clásico, de paso, en un pueblo de interior. También es un punto de quedada de mucha gente donde todo lo que encuentran es 100% casero. Además, a cualquier hora a la que vengas puedes comer.

¿Una recomendación?
— (V. M.) Lo más clásico aquí es tomarse un café, unas hierbas y un flaó, pero tenemos una amplia carta para poder elegir.

A Ibiza llegan turistas de todo tipo, no solo hay turismo de lujo como se vende en algunos medios de comunicación. No sé, si en este sentido, ustedes se sienten orgullosos del que llega a Sant Carles.
— (A. N.) Completamente diferente a los que van al sur de la isla. La verdad es que podemos decir que somos unos privilegiados, es gente bastante excepcional y agradable. Es gente que viene tranquila, visita las playas que hay por la zona y se mueven por el interior.

¿La gente repite?
— (A. N.) Muchísimo. Hay clientes que vienen cada año y cada año vuelven al restaurante a consumir o se llevan una botella de hierbas.

¿Cómo cambia Ca n’Anneta de invierno a verano?
— (V. M.) En invierno hay más gente de aquí, hay residentes y también gente que en verano está trabajando en zonas turísticas y los ves menos. También están los que se acercan algún fin de semana y en los puentes, no es el turista del verano. Además, en invierno muchos sitios están cerrados y este bar es un punto de encuentro. Lo más especial es que hay una combinación muy interesante de gente; hay extranjeros, residentes, afincados en Ibiza… y es una conexión muy agradable. Es curioso cómo se mezclan tantas culturas en un solo sitio.

El volumen de trabajo será más alto en verano y supongo que el número de trabajadores crecerá en esta época, ¿no?
— (V. M.) Sí, claro. Esto es proporcional y en verano somos bastante gente trabajando. En invierno es diferente, podemos descansar un poco porque hay menos gente.

¿Cierran en algún momento del año?
— (V. M.) Cada día (dice de broma). Cerrar no hemos cerrado nunca, pero los domingos y días festivos, por ejemplo, abrimos un poco más tarde; de las 7.30 habituales a las 9.00 horas y cerramos a la 1 de la mañana. Abrimos en Navidad, Año Nuevo... siempre estamos abiertos.

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¿Puede ser esta una de las claves de su éxito?, ¿qué hay que hacer para mantener a la clientela después de tantos años?
— (V. M.) Mantener la esencia de toda la vida porque hay pocos sitios que mantengan la esencia ibicenca real. Abren sitios modernos, pero aquí intentamos dar un servicio regular con cosas de aquí.

Hablando de esencia, ¿quien entra al bar se sorprende por los buzones que hay en las paredes para recibir el correo postal?
— (A. N.) A día de hoy seguimos funcionando con las cartas. La oficina de Correos se ha privatizado, pero la gente sigue viniendo aquí y hay un señor que las reparte en los buzones. Hasta hace poco tiempo esta era la oficina oficial de Correos. Otra cosa que teníamos como oficial era la única cabina de teléfono del pueblo. Seguimos teniendo la original y todavía funciona; no es el clásico teléfono que había antiguamente y que tenías que girar los números porque va con monedas, pero sigue siendo la de siempre.

En este sentido; ¿os da pena que haya cambiado, a nivel general, la esencia de la isla? ¿Creen que puede perderse, por ejemplo, el servicio de correo postal que tienen?
— (V. M.) Los tiempos cambian, pero gracias a Dios sigue habiendo sitios que mantienen esa esencia. Lo bueno es que sigue habiendo mucha gente que busca este tipo de establecimientos. Además, la combinación es muy curiosa: te encuentras desde un señor mayor del campo a un turista de alto nivel económico. Y todos combinan bien entre sí, ninguno es más especial que otro. Esta fusión la hace el propio cliente y al que viene de fuera le gusta.
(A. N.) Si buscas en el interior aún queda algún sitio concreto que mantiene la esencia, pero sí que ha cambiado mucho respecto a años anteriores y el tipo de turismo también. Por suerte viene mucha gente joven. Si vienes un domingo por la tarde, por ejemplo, está lleno de gente joven que viene a tomar el café y coge un juego de mesa y pasa el rato. También equipos que entrenan, gente que viene a ver el fútbol…

¿Trabaja solo gente de la casa o también de fuera?
— (V. M.) Los que trabajamos aquí somos todos de casa. Bueno, ellos son familia y yo soy del pueblo de toda la vida, llevo 22 años. También hay alguna persona del sur de España.

¿Esperan que el restaurante siga pasando de generación en generación o tienen el ‘miedo’ de que deje de ser de la familia?
— (A. N.) No, eso nunca pasará. Ya vamos por la cuarta generación y esperamos que haya más. Estamos hablando de muchos años. Siempre que no pase nada raro, que se hunda la isla o algo malo, esto continuará (se ríe).

Hay algo que a mí, personalmente, me parece muy curioso y es que no hacen reservas en el restaurante. Digo que me parece curioso sabiendo que en todos los buscadores de ‘dónde comer en Ibiza’, Ca n’Anneta ocupa un puesto en la lista.
— (V. M.) Nunca lo hemos hecho porque si hiciéramos reservas significa que si tú quieres una mesa a las 2 de la tarde y esa mesa se ha vaciado a la 1.30 eso hace que esté media hora vacía. Tendríamos mesas vacías con gente esperando. Por suerte aquí la gente se mueve bastante rápido y no hay que esperar mucho. El mes de agosto igual es un poco diferente, pero no es lo habitual.

Ana Marí con su nieta Ana Noguera. Foto: Arguiñe Escandón.

No hacen reservas, lo que lo hace más especial, y además ofrecen exposiciones.
— (V. M.) Solemos hacer exposiciones de fotos o de cuadros de artistas afincados en la isla.
(A. N.) Exacto. Por ejemplo, en las fiestas de Sant Carles hacemos un torneo de cartas, hay un equipo de fútbol sala de la casa, apoyamos al equipo de fútbol de Sant Carles… y esa gente tiene como punto de reunión el bar, por eso hablamos de variedad de gente.

¿Cómo ven que haya más bares/restaurantes en un pueblo tan pequeño?
— (V. M.) Habrá siete u ocho, pero nosotros fuimos el primero de Sant Carles y casi el primero de la isla. Pienso que es muy positivo para que venga más gente de los alrededores. Si solo estuviéramos nosotros la gente no cabría y, además, cuando salieran de aquí no tendrían dónde ir. Así pueden tomarse el aperitivo en un sitio, comer en otro, tomar un café en otro….

Pero... su tortilla es su tortilla, o eso dicen. ¿Cuántas ha hecho en su vida Anita?
— (A. M.) Uf, no tengo pelos en la cabeza para contarlas. He hecho tortillas, carne con patatas fritas y he hecho muchas cosas en la cocina. Ahora ya no cocino, ya está bien; que trabajen los jóvenes.

¿Se siente orgullosa de cómo sigue, a día de hoy, el restaurante?
— (A. M.) Sí, mucho porque lo llevan muy bien y son gente muy amable.

La verdad es que ser amable de cara al público es fundamental para que el cliente repita.
— (A. M.) Aunque no tengas ganas de reír, tienes que hacerlo muchas veces. Pero yo no tengo ninguna queja de nadie.
(A. N.) Cuando mi abuela se jubiló la gente decía: ‘Anita, ¿por qué te vas? Esto no va a ser lo mismo. Y qué vamos a hacer sin su tortilla’.

¿Alguna anécdota que recuerden?
— (V. M.) Anita hacía de enfermera y ponía inyecciones a la gente. Ha sido una mujer muy apreciada porque les ayudaba mucho.
(A. M.) No hay casa en el pueblo a la que no haya ido a poner una inyección.
(A. N.) Los medios, en esa época, eran escasos y había que ir a Santa Eulària; entonces, cuando a la gente le recetaban inyecciones ella era la única que sabía ponerlas
(A. M.) A mí me enseñó el abuelo a ponerlas -refiriéndose a su marido-. Me regalaban de todo a cambio. Siempre me han tratado muy bien.

¿Qué es lo más positivo y lo menos bueno, por decirlo así, de trabajar en un restaurante?
— (V. M.) Hay mucha parte positiva. Es una forma de vida, conoces a mucha gente, estás socializándote todo el tiempo. Lo que más cuesta quizás es que te ocupa mucho tiempo de tu vida que, a lo mejor, lo restas de tu parte familiar, pero eso pasa en todos los trabajos.
(A. N.) En mi caso yo no estoy por aquí, es Vicent quien lo lleva, pero veo muy positivo que vengas a la hora que vengas puedas comer porque en muchos sitios hay horario de cocina; además te encuentras a gente del pueblo para relacionarse.
(A. M.) Lo mejor que me llevo es que he conocido a mucha gente, gente muy amable, incluso me llamaban sa mamà Anneta. Lo más duro ha sido que había demasiado trabajo y he pasado mucho sueño porque tenía que esperar a que se fuera la gente. Cuando jugaban aquí, el que perdía quería una partida más hasta ganar y tenía que esperar.