El exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid es un referente en educación y conflictos familiares.

Han pasado diez años desde que el psicólogo Javier Urra inaugurara en Santa Eulària el ciclo de conferencias en materia de educación, crianza y pedagogía, ‘L’aventura d’educar en familia’. Mañana, viernes 8 de febrero a las 19:30, el padrino ‘oficioso’ de este programa, como lo califica el Ayuntamiento de Santa Eulària, volverá a hablar frente a la audiencia del Palau de Congressos para presentar su ponencia ‘Déjale crecer, o tu hijo en vez de ser un árbol fuerte será un bonsai’.

El exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid, que se muestra «contento» de tener la posibilidad de volver a hablar frente a padres y educadores de Ibiza, está convencido de que los padres «sobreprotegen» a sus hijos cada vez más.

Se trata de «una de las características de la sociedad actual de occidente y en concreto de España», algo que achaca a diferentes factores como que cada vez se tienda más a tener un sólo hijo, que los padres sean más mayores, o que no dispongan de tiempo para sus hijos y les den una vida «algodonosa» para compensarlo. Una actitud que puede generar problemas en sus relaciones amorosas, laborales y sociales. «Cuándo el día de mañana su pareja le diga que no, ¿lo va a aceptar?», se pregunta Urra, «¿qué va a pasar cuando vaya al trabajo y se le quieran imponer unas normas cuando él no está acostumbrado?».
Esa sobreprotección genera un fenómeno que explica en su libro Pequeños dictadores.

Casos de conflictos entre padres e hijos que «no se pueden simplificar», pero que en muchos casos son provocados por «niños a los que se ha sobreprotegido tanto que se han encumbrado, se han convertido en pequeños dictadores y han llegado a la conclusión de que el mundo gira a su alrededor. Los hijos tienen derechos, pues claro, y los padres, y los abuelos. Pero ni más ni menos». Desde su punto de vista ese exceso de protección genera «falta de libertad, de responsabilidad, y mucha dependencia», de modo que los jóvenes no tienen herramientas para afrontar la vida.

¿Cómo actuar?
¿Qué recomienda Javier Urra para dar autonomía al menor? «Pues a los 7 años mandar al niño al campamento, para que esté solo, para que sepa lo que es el contacto con la naturaleza, para que mire a las estrellas, aprenda a compartir…», plantea. Otra posible actividad puede ser llevar a un niño de 10 años a un hospital, a la zona de rehabilitación, algo que lógicamente se debería hacer tras una charla previa y preparando al niño para la visita. «Esto es para que vean, primero, que la vida no es justa y, segundo, para que se den cuenta de algo esencial, que es el otro».

Esa conciencia del otro es algo que hace notar que también deben tener en cuenta los padres y los educadores, dado que el educador «no debe educar para sí, sino para el otro».
En ese planteamiento hacia el otro es importante, indica, el respeto. Un respeto hacia el hijo que implica que «cuando diga una tontería, decirle que eso es una tontería».

Esa educación implica ayudar a los jóvenes en la duda, la incertidumbre o los dilemas. Plantea que algunos temas como la eutanasia, la intimidad en las redes sociales o las migraciones humanas, son realidades a las que los jóvenes se van a tener que enfrentar y de las que a partir de los 15 años ya se puede hablar. Un diálogo que debe plantearse «desde del cariño, desde el respeto, pero al mismo tiempo desde la exigencia. Si no formamos a la gente nos encontraremos con una sociedad muy infantilizada».

También insiste en la importancia de que los jóvenes sean conscientes de su responsabilidad. «Hay críos de 23 años que dicen que todavía son adolescentes. ¿Cómo vas a ser adolescente con 23 años? ¿Qué tontería es esta? Hay que enseñarles que son responsables de lo que hacen y de lo que dejan de hacer».

Por otra parte, indica que muchos de los retos que existían hace diez años siguen vigentes, aunque se muestra preocupado por dos fenómenos «que han aumentado entre los jóvenes»: la violencia hacia los padres y las agresiones sexuales.

También en cuanto al tema de la ludopatía en edades cada vez más tempranas. «Un jugador, para volverse ludópata tardaba años. Ahora son meses. Ahí hay una gran responsabilidad del Estado. Tú no verás una retransmisión deportiva que no esté constantemente incentivando el juego», algo que valora que se debería regular.

Respecto al uso de los teléfonos móviles, dice entender que los padres «tienen mucho miedo a que el niño sea secuestrado, a que le pase algo, y le dan un teléfono más que nada para saber dónde está, o si el niño tiene un problema para que llame». Sin embargo, considera que es algo que no debería ser en absoluto necesario. Aún así, en caso de darles un teléfono móvil, aconseja «tener criterio y ver cuáles son las edades lógicas, no avanzando demasiado pronto».

En el aspecto general de las nuevas tecnologías señala un aspecto a tener en cuenta, y es que «el ser humano tiende a la adicción». Es por ello que indica que con los niños hay que establecer que hay un tiempo para cada cosa: «hay un tiempo para las nuevas tecnologías, hay un tiempo para jugar con otros niños, hay un tiempo para estudiar. Y todo eso hay que plantearlo claramente y por tanto limitar las cosas».

Unos límites que son una muestra de cariño, porque la vida también es austeridad. «Esto no es un parque temático ni es el mundo Disney. Hay que preparar a los chicos para una realidad, que es maravillosa. Pero realidades como la vejez también son parte de la vida».