El profesor e investigador de Genética David Bueno i Torrens.

La trayectoria profesional y académica de David Bueno está centrada en la genética del desarrollo y la neurociencia así como su relación con el comportamiento humano, incluidos los procesos de aprendizaje. En la charla que ofrece en el I Congreso Educativo Sa Real 50 anys Creixent Junts «Innovación 4.0: Comunicar y Emocionar» el próximo viernes, Bueno abordará la construcción del cerebro a través de los aprendizajes con un énfasis muy especial en el papel de las emociones y la motivación.

—Usted es investigador de genética en la Universidad de Barcelona, ¿cómo influye la genética en la educación?
—Nuestro cerebro se forma y funciona gracias al guiado de determinados programas genéticos. Todas las personas tenemos los mismos programas, pero con ligeras variantes que hacen que algunas tengan más predisposición hacia la música, la empatía, la creatividad, la capacidad de memoria, etcétera. Todas nuestras facultades cognitivas tienen un cierto sustrato genético. En este contexto, la educación permite potenciar todas estas características, con independencia de las predisposiciones genéticas, o mutilarlas, según como se ejerza. Este es el papel insustituible de la educación, de qué se transmite y, sobre todo, de cómo se transmite.

—La conferencia que impartirá en el congreso se titula «Neurociencia y educación: la sorpresa de educar, educar con la sorpresa». ¿Qué aporta la neurociencia a la educación? ¿En qué consiste educar con la sorpresa? ¿En qué consiste esa ordenanza?
—Aprendemos con el cerebro, y del funcionamiento de este órgano surgen todas nuestras capacidades mentales y habilidades cognitivas. Así que si sabemos cómo funciona y cómo aprende, podremos utilizar estos conocimientos para mejorar las estrategias pedagógicas, con conocimiento de causa. En este contexto, la sorpresa es un elemento clave de la educación, puesto que activa las zonas de atención del cerebro, estimula la motivación y activa los circuitos de recompensa. Usar la sorpresa en educación, o la curiosidad, implica conseguir unos aprendizajes más eficientes y consolidar lo que en educación se llama aprender a aprender.

—También alude a la construcción del cerebro a través de los aprendizajes subrayando el papel de las emociones y la motivación. ¿Qué influencia tienen las emociones y la motivación?
—Se ha visto que cualquier aprendizaje que tenga componentes emocionales, el cerebro lo interpreta como mucho más útil y por consiguiente lo fija con más eficiencia. Sin embargo, no es lo mismo la emoción de miedo que la de sorpresa, que lleva a la motivación. A través del miedo, del temor a no aprobar, a hacer el ridículo, a castigos o reprimendas, también se puede aprender, pero los conocimientos que se adquieren quedan vinculados a esta emoción desagradable, por lo que se induce la construcción de mentalidades que no serán transformadoras, puesto que para transformarse hay que aprender, y aprender estimulará directamente la sensación desagradable del temor. En el extremo opuesto encontramos la sorpresa, que debe ser la emoción básica de los aprendizajes. Junto con la alegría, que es una emoción que transmite confianza, y aprendemos de quienes confiamos. La alegría debería ser la emoción omnipresente en los centros educativos, como también en las familias y en la sociedad.

—Usted habla de moldear el cerebro. ¿Cómo se hace y cómo contribuye a la educación?
—Todos los aprendizajes moldean el cerebro, puesto que generan nuevas conexiones neuronales y por eso es tan importante no solo qué aprendemos, sino cómo lo aprendemos. El cómo marca la diferencia entre formar personas transformadoras, críticas y reflexivas, o crédulas y temerosas de su entorno, por citar dos extremos opuestos. Por eso, antes de iniciar cualquier transformación educativa, es crucial establecer qué objetivos pretende. Y la neurociencia puede aportar conocimiento de lo que se va a conseguir, a nivel cognitivo.

—¿A qué edad está preparado el cerebro para que un niño pueda empezar a leer y a escribir? Algunos piensan que es mejor que sea cuanto antes. ¿Qué recomienda y por qué?
—Leer y escribir requiere una cierta maduración de diversas capacidades cognitivas. No hay una edad exacta, aunque oscila en cada persona entre los 4 y los 7 años. Lo importante no es empezar cuanto antes, sino hacerlo cuando el “cerebro” lo pida, y siempre con una visión lúdica, no impositiva. Si es impositiva se contribuirá a formar personas que no disfruten con la lectura, y es una capacidad crucial en la adquisición de aprendizajes académicos.

—¿Queda algo por descubrir en la educación?
—Por suerte, todavía queda mucho por descubrir. Si ya lo supiésemos todo perderíamos el activo más importante en educación: continuar aprendiendo cada día.

—Repasando la hemeroteca, me ha llamado la atención este titular de una noticia suya: «La mirada de aprobación del maestro es más gratificante que un diez». ¿Cómo encaja su afirmación en una sociedad cada vez más competitiva?
—Si la sociedad es cada vez más competitiva, es porque nosotros la estamos haciendo así. Debemos tomar las riendas de nuestra propia vida, empoderarnos socialmente para construir una sociedad más amable y justa. Aquí es precisamente donde la mirada de aprobación de los maestros y los padres es más importante. A través de la mirada reforzamos sus conductas, y estas conductas son las que contribuirán a construir la sociedad del futuro. Demasiado competitiva o más equilibrada, digna y dignificante, eso depende de nosotros.