Iglesia del Roser. | MARCELO SASTRE

Como es tradición, las iglesias de la isla de Ibiza se llenaron ayer de color gracias a las Cases Santes. Se trata de una actividad que se realiza cada Semana Santa y que tienen lugar en altares menores de todos los templos, desde la celebración del oficio del Jueves Santo y durante todo el día del Viernes Santo.

Ayer no fue una excepción y todos ellos lucieron preciosos gracias a las ofrendas florales y otros adornos con alimentos y brotes de trigo que colocan para adorar a Jesucristo con motivo de su muerte en la cruz. Así, decenas de feligreses de las Pitiusas volvieron a pasar un año más largas horas durante estos dos días en actitud de adoración, realizando cada uno sus plegarias en silencio.

Según los expertos, estas Cases Santes mantienen algunas tradiciones seculares que se conservan inmutables, como la presencia del pan y el vino, dispuestos en el altar como símbolos del Señor. Además, «las velas y cirios completan una estampa de fe en uno de los momentos de mayor constricción y solemnidad de la Semana Santa, aunque en los últimos años se tienda a dar mayor colorido con espectaculares ramos de flores».

Origen y anécdotas
El fer cases santes está extendido en todo el mundo católico, aunque en otros lugares de España es conocido como Monumento. Su origen se remonta varios siglos atrás y de hecho, el término Casa Santa aparece citado, por ejemplo en la novela medieval Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, escrita y publicada a finales del siglo XV. En esa época se colocaba en el altar mayor de las iglesias una especie de casa con una gran portalada reservada al Santísimo y con una representación de los profetas en actitud dolorosa, mostrando sus profecías sobre la pasión y la muerte de Jesús.

Además, más allá de sus raíces católicas, la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera relata una anécdota ligada a esta celebración en la entrada relativa a Joan Morales Cirer, un farmacéutico republicano de principios del siglo XX definido como «’alma mater’ del masonismo pitiuso». En su volumen número VIII se explica que el apotecario, que tenía era jorobado a causa de una tuberculosis infantil preguntó con cierta sorna a Mossènyer Marià Escandell Marès, entonces vicario de la parroquia de Sant Salvador, el sentido de esta tradición. Y él le respondió: «Eso que lleva usted en la espalda». Desde entonces, a pesar de su declarado anticlericalismo, Morales Cirer visitaba cada año la capilla del San Cristo del Cementerio en la Iglesia del Convento y efectuaba una aportación para sostener esta católica costumbre.