Violeta Bagase.

Vino como enfermera a Ibiza hace 11 años y estuvo trabajando dos años hasta que pudo entrar a estudiar Medicina en Costa Rica, «porque no le llegaba la nota». Sus vacaciones universitarias las dedicaba a trabajar entonces como enfermera en el Área de Salud, de la que ahora es médico residente de familia de tercer año, le queda un año para acabar. Ha trabajado en once hospitales y es en Can Misses donde más tiempo ha estado. Los estudios de turismo, por su pasión por viajar, eran su otra opción si no se hubiera dedicado a la sanidad, aunque con su trabajo como cooperante ha logrado quitarse el gusanillo de los viajes. Violeta vive con entusiasmo las dos facetas de su vida: la cooperación y su trabajo como médico.

¿Cómo decidió cambiar Enfermería por Medicina?
—Sobre todo porque me faltaban muchos porqués de las cosas que en Enfermería llega un momento que no los tienes. Era la curiosidad y la necesidad de saber el porqué. En Enfermería se hace una parte mucho más técnica en algunos ámbitos y más cercana al paciente, pero para llegar al diagnóstico tienes que saber que está pasando y eso te lo da la medicina.

¿Por qué decidió volver a Ibiza para hacer la residencia?
—Este hospital tiene pros y contras. Por un lado, el pro es que conoces cómo funciona, la gente y es bueno como médico residente porque no hay de otras especialidades y estas solo con el especialista, puedes verlo todo y eres uno más del equipo cuando en hospitales grandes, al ver de todas las especialidades, el residente de familia es el último. Como hospital de pequeño está muy bien. Tiene otras carencias: es de tercer nivel, faltan servicios y prestaciones pero como residente está muy bien.

¿Se quedará a trabajar en Can Misses?
—No lo sé, depende de muchas cosas. De otras propuestas que salgan. También me apetece conocer otros hospitales aunque he trabajado en once hospitales distintos y eso no me asusta. Me gustaría quedarme por la calidad de vida pero los precios de los alquileres son un problema y también me apetece cambiar, ver otras cosas.

De hecho es cooperante y ha recorrido medio mundo.
—Empecé en 2004 en Camerún con un curso que hice con el colegio de Enfermería de Barcelona y que incluía una estancia de un mes en la selva de Camerún. Me dije que tenía que volver y regresé al año siguiente con otro proyecto. También estuve en Níger y dos veces en Calcuta. A Venezuela fui con un proyecto social antes de ser enfermera y ahora, Nepal.

Le gusta mucho su actividad de cooperante.
—Sí, es una decisión muy egoísta. Me aporta mucho. Escogemos las cosas que nos aportan a nosotros. El que cree que la cooperación no es egoísta se equivoca. Me genera bienestar dar oportunidades a otras personas, adaptarte a los pocos recursos e ingeniar cómo hacer las cosas cuando no tienes nada.

¿Qué es lo que más le ha impactado de su vena cooperativa?
—Me impactó cuando estuve en Níger ayudando a unas monjas de Calcuta que tienen un proyecto de desnutrición con Unicef. Nos traían a los niños desnutridos. Me afectó mucho. El niño cuando lleva varios días sin comer pierde el reflejo de deglutir y no traga. Le teníamos que poner una sonda nasogástrica y enseñarles a las madres con jeringas cómo rehidratarlos cada cinco minutos. Eran niños que lloraban sin lágrimas porque estaban deshidratados y cuando le tocabas el pelo te quedabas con los cabellos en la mano. Me encargaba de ponerle las sondas, rehidratarlos, pesarlos y después teníamos que desayunar. Era incapaz de comer. Me parecía muy cruel comiéndome una fruta o un bocadillo sabiendo cómo estábamos rehidratando a los niños. Me costó un montón hasta que las mujeres que colaboraban en el proyecto me dijeron que si no comía enfermaba; pero era muy difícil porque sabía que abría la puerta y me encontraba a los niños con sondas, que muchos se morían.

Vaya diferencia cuando vuelve a España con el sistema sanitario.
—Ni los sanitarios sabemos lo que tenemos. A veces somos los primeros que no valoramos lo que tenemos porque no hemos visto otra cosa. Me gustaría que alguno de mis compañeros del hospital se vinieran conmigo. Es muy fácil volver a tu rutina, regreso y me voy de guardia cuando llego. El cambio del chip es en un avión en un vuelo de diez horas, pero tienes que hacerlo porque la gente de aquí no tiene culpa de lo que pasa en otros lugares pero no valoramos lo que tenemos. Me sorprende que en Calcuta te das cuenta que un niño es huérfano cuando les haces daño y llora, no tiene una madre que le consuele; entonces tienes que dejar tu material y consolarlo porque en ese momento eres su madre. Aquí es un drama meter un palo en la boca a un niño en el pediatra y cuando sale de la consulta le dan un caramelo.

¿Qué recuerdo tiene de sus inicios cuando empezó a trabajar? No sé si puede separar su faceta de cooperante de la sanitaria.
—A mi me gusta la gente, las personas, y separar es muy complicado. Me gusta cuidarlas como enfermera y ahora curarlas. Llevo muchos años siendo así y no lo voy a cambiar. De hecho, cuanto tenía ocho años mi madre me dijo: Violeta vas a tener muchos problemas por tu carácter, pero no cambio.

¿Se iría fuera de España cuando acabe la residencia?
—Los proyectos que he hecho son cortos y lo bueno es que tengan continuidad. Para mí lo ideal sería trabajar en urgencias o emergencias y cooperar. Tiene que ser un trabajo con horario flexible, que te permita organizarte las guardias para tener un mes sin trabajar. De hecho, cuando hubo el tema del tsunami trabajaba en la UCI del hospital de Andorra y formaba parte de un grupo de emergencias de intervención rápida. Intenté hacer cambios de turnos pero no logré hacerlos y si me iba me echaban.

Pero seguro que encontraría trabajo en otro hospital.
—Sí, he dejado trabajos por cooperar. Cuando me fui a Camerún dejé el trabajo y me fui seis meses. Era un proyecto de un hospital donde sólo había enfermeras y el cirujano iba cada tres meses a operar. Anestesiaba a las mujeres y a los niños con ketamina y otra amiga enfermera lo hacía con los hombres.

Dice que ha trabajado en once hospitales. ¿Dónde ha compaginado mejor su trabajo con la cooperación?
—Cuando me fui de Andorra lo compaginé muy bien. Me arruiné y enfermé porque volví por malaria. Estuve ingresada cinco días en el Clínico de Barcelona, era un proyecto chulísimo pero decidí no volver porque tenía que recuperarme.

¿Qué dice su familia?
—Mis padres se han acostumbrado pero mi madre lo pasaba mal al principio, porque he estado muchas veces en zonas sin cobertura, no había móviles, ni internet. Saben que es algo que disfruto.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia?
—He vivido muchos, más buenos que malos, pero recuerdo que en Camerún hay una tradición muy bonita y es que cuando no sabes el sexo del bebé que va a nacer le ponen tu nombre como agradecimiento. Estuve en varios partos y hay un par de Violetas, un Jaume, el nombre de mi hermano, y un Eto’o, porque es camerunés. No se me olvidará, porque es superbonito.

¿Y el peor?
—Desgraciadamente las enfermeras vivimos el desprecio de algunos pacientes y compañeros. Me ha hecho daño pero me ha ayudado a ser más fuerte. Los peores momentos no es por pacientes que me han hecho sufrir, porque eso aprendes a gestionarlo, pero cuando un compañero te falta al respeto o te desmerece por ser enfermera o porque considera que es mejor que tu, eso me ha dolido más. En la cooperación te duele el alma porque sabes que no lo puedes cambiar y aprendes a vivir con esa impotencia, que tu puedes aportar algo pero ellos te aportan 50.000 veces más.

¿Ha hecho turismo de pulsera?
—Sí, es supersano. El año pasado me fui con una amiga. Allí necesito descansar, no pensar y no responder al móvil. Nos fuimos una semana, dejamos los móviles en la habitación y no hicimos nada. Se lo recomiendo a todo el mundo. Es muy terapéutico.