Emprendedor. Toni Marí ‘Moreras’ (I) y Juan Carlos Marí Marí (D), durante la entrevista en el Tropicana Beach Club. | DANIEL ESPINOSA

El 7 de mayo de 1988 Toni Marí ‘Moreras’ hacia realidad un proyecto familiar con la apertura del Tropicana Beach Club. Un semana después llegaban al mundo en Ibiza los hermanos Juan Carlos y Maribel Marí Marí. Han pasado tres décadas y el negocio abierto en Cala Jondal es un enclave referente en la isla. «Asumimos un riesgo, pero apostamos por ‘abrir carreteras en el mar’ para llegar a un punto paradisiaco. El éxito es que la gente que viene repite y se siente como en casa: puede comer en la playa, hay música, pero también se puede leer o dormir», relata Toni ‘Moreras’. «No hay que cambiar la receta: calidad y sostenibilidad porque es nuestra casa, nuestra isla», subraya Juan Carlos.

¿Cómo se le ocurrió la idea de abrir un beach club?
— (T.M.M.) La idea me rondaba por la cabeza desde años atrás. En mis vacaciones me dedicaba a viajar y espiar cómo funcionaba el sector en el exterior. Los beach club triunfaban en Saint Tropez y estaba convencido de que en Ibiza también daría resultado. En 1987 dimos el empujón. Se anunció que a finales de julio de 1988 se aprobaría la ley de Costas y abrimos en mayo. Esta zona de Ibiza -Cala Jondal- estaba considerada como el Amazonas de la isla, un sitio salvaje, pero muy especial. Los accesos por tierra eran muy precarios, eran caminos de carros, pero yo era de la idea de que la gente vendría por mar. Asumimos un gran riesgo y costó muchos sacrificios pero ‘abrimos una carretera en el mar’ y ya van más de 30 temporadas.

Entiendo que los inicios serían muy duros.
— (T.M.M) Muy duros. Sin menospreciar a nadie, yo no quería abrir un chiringuito de playa, queríamos dar un paso más allá: apostar por un restaurante de calidad, con un buen servicio y con acento eivissenc. Mi mentalidad era abrir antes. Hay que sembrar y perder dinero. El primer día que abres no haces caja, pero ganas fidelidad. Si vienes hasta aquí tienes que tener un servicio. El cliente siempre tiene que tener mesa y saber que está abierto.

Hoy en día el acceso a este rincón del litoral de Sant Josep es más sencillo, pero por aquel entonces, como usted dice, el enclave era un riesgo.
— (T.M.M.) En la vida hay que tomar algunos riesgos, pero yo estaba convencido de que la idea iba a gustar y que a la larga triunfaría. Abrimos una senda y mantenemos la esencia del primer día. El Tropicana fue el primer beach club de Ibiza. Fuimos pioneros en modernidad. Actualmente, lo que me sabe mal es que la línea de costa de la isla no esté en manos de eivissencs, pero es lo que hay.

Tres décadas dan para mucho. ¿Cómo fue la evolución del Tropicana?
— (T.M.M.) La industria hostelera o cualquier otra es como una escalera. Hay que ir subiendo para llegar a la meta o por lo menos aproximarte. En el Tropicana hemos llegado a tener 70 trabajadores y muchos de ellos son como de la familia. Cada año, entre finales de agosto y principios de septiembre viajaba hasta otros puntos turísticos para ver qué se hacía en lugares como Saint Tropez o Marbella. Siempre pensando en nuevas ideas. Para recoger hay que sembrar. Pusimos un anuncio en la prensa holandesa e incluso hicimos un reportaje en una televisión de allí. Hoy en día, nuestra clientela es muy fija y tenemos un elevado porcentaje de holandeses. Por aquí han pasado todos los VIP’s. Yo no los conocía y me los tenían que presentar, pero todos se fueron contentos de Tropicana. Aquí se han rodado hasta películas, pero el verdadero éxito es que han venido muchísimas familias. En los años que llevamos en marcha hemos sabido conservar y fidelizar a la clientela. La especialidad de la casa es que el que venga una vez, repita. Hemos ido creando vínculos entre los que trabajamos y con los que vienen a disfrutar un día en el Tropicana.

Usted jugaba también con la baza de la experiencia...
— (T.M.M.) (Risas) Así es. Algo sabía del sector. Desde bien pequeño, con unos seis años, tenía claro que me quería dedicar a esto. En 1958, con doce años, estaba de pastor en Sant Jordi y el recepcionista del Hotel Figueretes me ofreció ser botones. Sin dudarlo le dije que sí. Recuerdo las carreras que me daba para ir hasta Vara de Rey para coger un taxi. Ganaba 40 pesetas al mes. Yo solía buscar uno que hablaba en inglés y que me daba propinas. Después de hacer el servicio militar, en 1966, entré en el Hotel Helios. También estuve en el Cenit y en el Tres Carabelas. He sido botones, aprendiz, ayudante, subcamarero, camarero, segundo metre y primer metre. En 1977 cogí el bar ses Botes. Recuerdo que su antiguo dueño, Joan Serrete, me dijo: «Toni has de venir o el ses Botes se cierra», y allí fui. Once años después llegó la hora del Tropicana. Y ahora ha llegado la hora de relajarme.

Ha llegado la hora de disfrutar lo sembrado.
— (T.M.M.) Después de 58 años trabajando en el sector de la hostelería necesito disfrutar de la vida, de la familia, de mis nietos, viajar, disfrutar del fútbol del CD Eivissa. Podemos decir que me he jubilado y que he pasado a la reserva.

Juan Carlos Marí Marí es coetáneo al Tropicana Beach Club y hace cuatro años asumió el timón ¿Cómo fue su llegada laboral?
— (J.C.M.M.) Fue en el año 2004. Lo típico. Tenía 16 años y mi padre me dijo que era el momento de empezar a hacer algo de provecho. Empecé trabajando dos/tres meses en verano y así fui regresando varias temporadas, compaginándolo con los estudios. Las temporadas se iban alargando y en invierno estudiaba hostelería en Mallorca. Al principio vas todos los días a Cala Jondal a cumplir, pero pasan los años y empiezas a valorar el lugar y llega un momento en el que lo enfocas de otra manera.

Llega un momento en que es como un idilio...
— (J.C.M.M.) Exacto. Tienes la fortuna de trabajar en un entorno espectacular, un lloc molt polit, en el que las temporadas tienen ritmo y si estás comprometido sufres, pero disfrutas.

Toni hablaba de «sembrar para recoger». Las temporadas empiezan mucho antes del Día D, la jornada en la que se abren las puertas.
— (J.C.M.M.) Así es. Antes de abrir las puertas está el trabajo de puesta a punto que se hace todas las temporadas. Hay que pintar, hacer retoques o reformas y tenerlo todo ben polit para el reto de una nueva temporada. Todos los años, quieras o no, sobrevuela la incertidumbre. La receta no se cambia. Se trata de mover piezas como en una partida de ajedrez. Actualmente estamos abiertos unos ocho meses al año. Y tenemos una premisa: es ca nostra, la meua illa i no volem prostituir-la. No es plan de reventar la temporada.

En los últimos años uno de los problemas del sector es la mano de obra ¿En Tropicana cómo está el panorama?
—(J.C.M.M.) La temporada la encaramos con unos 55 trabajadores y la receta es la de crear unos vínculos fuertes. El 80 por ciento de la plantilla es fija. La mayoría son gente que vive en Ibiza y nuestro esfuerzo va encaminado a que nuestro personal sean profesionales de la isla. Cada vez es más complicado, pero tenemos muy claro que la apuesta es por la calidad y la profesionalidad. Hay que ser profesional de la hostelería. Tener una preparación específica y también es necesario dominar algún idioma.

Luego ya está el trabajo diario...
—Es lo que decíamos. Tropicana atiende a su público durante ocho meses. Estamos viviendo del buen trabajo realizado durante 30 años y queremos que nuestros hijos sigan viviendo y saboreando la esencia de la isla. Por ello, creemos en la sostenibilidad y trabajamos por mantener un espacio natural molt polit.