Las voluntarias pasan la mañana entre telas, cosiendo muñecas y haciendo arreglos con la máquina de coser. | MARCELO SASTRE

Marcela ‘de can Sans’ lleva más de 25 años como voluntaria en Cáritas. Con sus «9 y 2 años», bromea ella, todavía enhebra la aguja y cose. Lo hace de lunes a viernes entre las 9:30 y las 12:00, en el taller de costura de Cáritas. Ella es la más veterana del grupo de voluntarias que la acompaña en el cuartillo lleno de retales, agujas, alfileres e hilos. En la esquina tienen una máquina de coser, muy cuidada, pero con aspecto de haber sido moderna hace ya algunas décadas.

En el taller, las voluntarias (todas son mujeres con una media de edad por encima de los 80 años) arreglan la ropa que Cáritas recoge en sus contenedores si necesita algún remiendo, también hacen arreglos por encargo a precios ajustados y aprovechan hasta el último retal para coser ropa de casa o muñecas que se puedan vender en la tienda de Cáritas. Todo lo que recaudan va destinado a la organización.

«Yo no sé si damos nosotras más a Cáritas o Cáritas nos da más a nosotras», dice María, que el día de este reportaje está acompañada de otras dos tocayas. Las tres Marías y Marcela no dejan en ningún momento su labor mientras explican con sencillez y sin darle la menor importancia, que cada día dedican unas horas de su tiempo a los más necesitados de forma desinteresada.

Seguir activas
Marcela trabajaba en una panadería. Después de que cerrara el negocio y ella dejara de trabajar, cuenta que una tarde se encontró con Ramón Balançat, un amigo, que le preguntó: «¿Cómo va la vida de señora?». Marcela se echó a llorar. El hombre, extrañado, volvió a preguntar: «Pero, ¿qué te he dicho para hacerte llorar?» Entonces ella le explicó que desde que habia dejado el trabajo estaba muy aburrida, su marido ya había fallecido y ella no sabía qué hacer con su tiempo. Balançat le ofreció una solución, ir a Cáritas para hacer de voluntaria. Dicho y hecho. Al día siguiente comenzó como voluntaria en el taller de costura.

Con sus 92 años sigue manteniéndose activa. Se levanta por las mañanas y deja limpia la casa. Va al taller y cuando vuelve a casa hace la comida. «Mientras las piernas me traigan, seguiré viniendo», dice riendo.

Todas las voluntarias del grupo coinciden en que van cada día porque disfrutan de estos ratos. Trabajan mientras charlan. «En todos los años que llevo viniendo no hemos tenido ninguna pelea», destaca María, con 19 años de voluntariado a sus espaldas.

Retales y muñecas

Cuenta Marcela que un día trajo la muñeca de una payesa que le había hecho a su nieta. En el taller gustó y decidieron comenzar a hacerlas con los retales que recibían de distintas donaciones. Con el tiempo estas payesas de tela, con una apertura en la espalda que permite guardar cosas dentro, se han convertido en uno de sus productos estrella.

Primero hacen la cabeza con su cara pintada a mano. Después cosen las piezas de ropa y finalmente la visten con aguja e hilo.

Confiesan que no siempre es fácil conjuntar las telas y que más de una vez han tenido discusiones por este tema, explican entre risas.

Si bien hay conjuntos de todo tipo, procuran que las payesas vistan al modo tradicional. «Hoy día los trajes de payesa son muy coloridos y muy brillantes. Antiguamente los colores eran más sencillos», explican.

Además de las muñecas, también hacen manteles, cubrecamas o pañuelos. Todo elaborado con retales que normalmente se tirarían.

Falta de voluntarios
Marcela y las tres Marías son el perfil general de voluntario de Cáritas en Ibiza. La coordinadora de voluntariado, Araceli Sánchez, explica que la principal cantera de voluntarios es gente mayor de entre 60 y 70 años. Representan más del 50% del voluntariado con el que cuentan.

Otro de los perfiles principales es el de personas en situación precaria o sencillamente sin trabajo, que «quieren sentirse útiles o están concienciados y quieren ayudar», cuenta la coordinadora.

Explica que la gente joven, universitaria, con tiempo para dedicar a un voluntariado se va de la isla durante el curso. Por otra parte mucha gente que trabaja en temporada y ha participado como voluntaria durante el invierno tiene que abandonar la isla después del verano por no poder pagar una vivienda.

Araceli asegura que existe una gran necesidad de voluntarios, sobre todo para el centro de día y comedor para personas sin hogar, que atiende a unas 40 personas diárias los 365 días del año. Pero existe una gran variedad de necesidades. En labores de refuerzo escolar, educación de adultos, recepción de alimentos o de ropa...

Cualquier interesado en colaborar como voluntario en algún programa puede dirigirse al correo electrónico voluntariado.cdibiza@caritas.es o diréctamente a la sede en la calle Felipe II, 6 de Eivissa.