La principal herramienta de trabajo de Laura es la zodiac que tiene atracada en el puerto de la Savina. | Marcelo Sastre

Laura Auleta nació en el mar. No literalmente, pero casi. Su madre estaba a bordo del barco en el que vivía con su padre cuando empezó a notar las primeras contracciones. Como era enfermera lo llevó con tranquilidad, le dijo a su marido que se dirigiera a puerto para dar a luz en el hospital de Gran Canaria. La pareja volvió a su hogar flotante con la pequeña Laura, que pasaría los primeros tres años de su vida a bordo de un barco. Ella dice que no recuerda mucho de aquella época. Pero quizá por el hecho de haber dado sus primeros pasos compensando el mecer de la embarcación sobre las olas, hoy día ella se siente más cómoda de pie que sentada cuando navega. Y tal vez no sorprenda saber que la vida de Laura sigue vinculada al mar, es vigilante de las praderas de posidonia oceánica entre Ibiza y Formentera, que recorre cada día en una zodiac.

Media hora de relax
Su jornada diaria empieza normalmente en su casa, en la carretera de Sant Josep. La embarcación con la que trabaja está atracada en el puerto de la Savina, así que cada día debe coger el ferri a Formentera. «Depende del aparcamiento que haya llego más o menos justa de tiempo», explica. Ya en el barco, Laura disfruta del viaje. A veces lee, a veces se termina el café para llevar que ha pedido en algún bar. El trabajo en el mar es muy duro y para ella poder tener treinta minutos en los que incluso pierdes la cobertura del móvil es algo que agradece. Durante esa media hora ya aprovecha para ir preparando su jornada de trabajo. «Cuando entro en la zona de vigilancia ya voy observando si hay barcos, dónde están fondeados, también el estado de la mar que es algo que repercute mucho en mi trabajo. Si hay mucha mar de levante no me iré a levante con la zodiac, sino que me quedaré en poniente».

La normalidad de desplazarse entre Ibiza y Formentera por motivos de trabajo era algo que ella ya tenía asimilado. A algunos de los que fueron o son sus compañeros de viaje, ya les conocía de vista cuando ella trabajaba de marinera o de primera oficial. «Hay mucha gente que viaja cada día en verano o en invierno o incluso todo el año». Para ella sería el equivalente a coger un tren en la península. Hay tanta frecuencia de barcos que ella opina que puede que se haya llegado a un punto en el que sea «demasiada». Una consideración que hace teniendo en cuenta que todos esos ferris cruzan un parque natural.

Una labor vocacional
Laura es responsable de Ibiza de la vigilancia de las praderas de posidonia del parque natural de Ses Salines. Aunque ella se considera una vigilante más, como lo era cuando empezó en este trabajo hace cinco años. Las labores de vigilancia se prolongan durante cuatro meses y medio al año. El resto del tiempo ella hace sustituciones como primera oficial en las líneas de Trasmapi. Fue precisamente en esta empresa donde ella empezó como marinera en los ferris entre Ibiza y Formentera, por lo que es Freus no eran territorio inexplorado para ella.

La oportunidad de empezar en este trabajo, que le apasiona, surgió de la vacante que dejó en el servicio una conocida suya bióloga, que le animó a presentar su currículum. «Como el trabajo me parece que es algo que tiene mucho sentido, me animé», afirma. Tras pasar el proceso de selección empezó con las labores de vigilancia.

Hoy día, ya como responsable por su veteranía, empieza repartiendo a los vigilantes por zonas para poder abarcar todo el espacio posible del parque natural y controla cómo están fondeados los barcos. «Evidentemente no somos Dios, no podemos verlo todo, pero creo que se hace un control bastante bueno», explica riendo. 

Observar e informar
El trabajo de cada vigilante consiste en observar e informar. Son patrones de embarcación que hablan con otros patrones. El contacto se hace por radio y en inglés, conforme a los protocolos internacionales. Generalmente se les informa antes de que lleguen a las zonas de fondeo, cuando están a una milla o milla y media se les comunica la normativa. Si no conocen la zona también se les orienta sobre dónde está la arena, dónde se puede fondear o lo que se puede y no se puede hacer.

Si ya han fondeado en alguna zona prohibida se identifica el porqué. Informan al patrón del barco de la normativa y de por qué la ley dice que no pueden tener el ancla sobre zonas de pradera ni donde puedan romper las plantas con la cadena. En caso de que no hagan caso se llama a las autoridades competentes para que intervengan y abran parte.

El único requisito para ejercer este trabajo es tener los permisos necesarios de patrón de embarcación. Laura añade que «hace falta vocación». «No puedes tener a alguien vigilando solo en una barca que no se crea lo que está haciendo o que quiera sacar provecho de otras maneras. La persona que hace este trabajo es alguien que tiene que sentir que esto tiene sentido».

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De hace cinco años a esta parte ha notado una diferencia «brutal» en cuanto a la concienciación respecto al cuidado del medio ambiente. Este cambio en la actitud de la gente es para ella como una «paga extra». Otro factor que hace que cada vez su trabajo sea más fácil es la labor de los centros educativos, en los que cada vez más profesores hablan en las escuelas de la posidonia. También la información a través de anuncios que pagan las instituciones, incluso que sea motivo para crear festivales de música o de artes. «Ahora ya se habla de la posidonia en todo el Mediterráneo. En España se está dando mucha importancia a este tema y eso es algo de agradecer».

Aún así recuerda que a las Pitiusas viene gente de todo el mundo. «No le puedes pedir a un danés que acaba de llegar a nuestras aguas que conozca toda la normativa local. Pero es algo en lo que cada vez se trabaja más. El turista cuando llega a Marina Ibiza ve a lo mejor una planta de posidonia dentro de un acuario con información. Entre todos, poco a poco vamos concienciando».

Dice que los que más le agradecen su labor de control, pero también didáctica, son los propios patrones con clientes a bordo. Conocer la normativa les permite explicarse. «A veces la gente que va a bordo no entiende por qué no puede fondear aquí o allá, conducir la moto de agua o despegar en su helicóptero», explica Laura, que trabajó un tiempo como patrona de charters, una época de la que no tiene buen recuerdo. «Es una lucha continua, como navegar a vela contra el viento. Hay quien no entiende que hay una manera de respetar las cosas, ya no solo de cumplir la ley sino que no puedes llegar a un sitio y hacer lo que te dé la gana».

La vida en el mar
Cuando era joven, Laura cuenta que tenía una idea distinta del mundo de la náutica. Pensaba que era un entorno mucho más elitista. Sin embargo, cuando vino a Ibiza a trabajar hace diez años cambió su perspectiva. Conoció a pescadores, se enamoró de Sergio, su pareja, que estaba restaurando un barco, empezó ella misma a trabajar en el mar y desde entonces no lo ha dejado.

Considera que trabajar en el mar «es duro», pero también explica que hay trabajos y trabajos. «Puedes ser estibador y estar metido dentro del barco todo el día o subido en una grúa, puedes ser marinera y salir del barco en la maniobra o en el muelle y puedes vigilar la posidonia y pasar el día al aire libre». Para ella su trabajo es una manera de sentir el mar diferente.

Al trabajar entre es Freus y tener que cruzarlos cada día para empezar su jornada laboral, Laura depende mucho de la climatología. Pero la «mala mar» es algo que asume con naturalidad. Es parte de la vida que ha elegido.

Si hay «mala mar» en levante, se vigila poniente. Si el barco no sale para volver a Ibiza, se queda en casa de una amiga, o incluso a veces en su propio velero si coincide que lo tiene atracado en Formentera.

Respecto a esto último, sabe por experiencia que es muy raro que las navieras, o al menos Trasmapi donde ella trabajó, cancelen un servicio. Así que si pasa es porque hay un buen motivo.

La naturalidad con la que vive el mar apunta a que, mientras se lo permitan, seguirá haciendo vida entre es Freus.