La Guardia Civil, pocas horas después, en el lugar del crimen. Foto: T.A./J.M.

Eduardo González Arenas no era precisamente la persona más estimada de Eivissa. Pese a que mantenía un comportamiento aparentemente correcto, desde que salió de prisión se le había visto con amistades poco recomendables, sobre todo de jóvenes. Se sospechaba que intentaba rehacer la secta «Edelweis», que él mismo creó en los años 80 y que le supuso tantos problemas. Se trataba, en teoría, de un grupo de jóvenes guiados por el amor a la montaña. En realidad se trataba de reuniones en las que los monitores abusaban sexualmente de los más jóvenes. Los adeptos, como muestra de fidelidad a la secta, se tatuaban una cruz bajo una axila con un hierro caliente.

Uno de los jóvenes con los que «Edie» se mezcló en Eivissa fue Juan Martín García, su asesino. El joven había oido hablar de una persona que regalaba dinero a unos chicos, y él necesitaba que alguien le ayudara. Juan llevaba meses comentando que mataría a Eduardo González. Lo sabía incluso el propio afectado, pero nunca le dio importancia. Este fallo le costó la vida.

Entre finales del mes de agosto y principio del mes de septiembre Juan y Eduardo quedaron varias veces citados. Nadie sabe exactamente de qué hablaron. Los amigos de la víctima afirman que «Edie» lo único que pretendía era ayudar a Juan. Sabía que tenía problemas y quería marcarle otro camino en su futuro. Poca gente se lo cree, sobre todo si se tiene en cuenta que Juan era uno de los principales testigos de la denuncia por abusos que habían presentado tres jóvenes contra Eduardo. Es lógico que esta denuncia preocupara a «Edie». Estaba en libertad condicional y por tanto, si se le condenaba de nuevo, volvería a prisión, y esta vez tardaría muchos años en salir en libertad. Quien conocía al ex líder de la secta coinciden al señalar que tenía un discurso que convencía. No es extraño. Llegó a controlar un grupo de personas, la mayoría adolescentes, a los que convencía para que dejaran el domicilio familiar y se unieran a la secta.

Juan Martín, el asesino, sentía todo lo contrario, llevaba más de un año diciendo a sus amigos que mataría a Eduardo, y buscó el momento oportuno para hacerlo.