La casa de Antonio Escadell está situada en la boca del embudo que desemboca en la playa de Benirràs. Cada domingo de verano su casa queda cercada por decenas de coches cuyos conductores aparcan donde pueden, tapando el camino y hasta la puerta de la vivienda. Su casa está a un distancia de unos 200 metros del punto en el que se cree que comenzó el incendio.

El domingo a las cinco de la tarde, cuando comenzó el fuego, estaba en el restaurante de su hermano, casi sobre la playa, vio una gran columna de humo negro. «A mí nadie me quita de la cabeza que el fuego comenzó en uno de los coches», dijo ayer por la mañana.

Escandell piensa que el domingo hubo mucha suerte, porque dice que «si el el fuego se hubiera producido dos o tres horas más tarde, habría habido muertos».

A su juicio, si el fuego hubiera comenzado poco antes del atardecer, cuando centenares de personas se juntan en la playa para tocar los tambores y celebrar el crepúsculo, una vieja tradición de Benirràs contra la que tradicionalmente ha luchado el Ayuntamiento de Sant Joan con evidente poco éxito, la evacuación de las 1.600 personas que había en la playa habría sido mucho más complicada, tanto por la mayor masificación como por la pérdida de luz solar.