Ya se sabe que ser policía es hoy en día un empleo peligroso, máxime en una sociedad cada vez más acostumbrada a la desconsideración y a hacer gala de que lo importante son los derechos y no las obligaciones, insulto incluido.

El sistema.

Pero no hay que preocuparse. Para poner freno a todo eso, está el sistema, el mismo que ha legislado el derecho que tiene cualquier agente agredido a recibir una indemnización económica por las lesiones y secuelas sufridas en acto de servicio. Eso sí, parte médico en la mano, y bien fundamentado en el informe policial que ha sido necesario reducir al sospechoso «con la fuerza mínima imprescindible (o indispensable, en otra modalidad de atestado).

La tentación.

Así las cosas, y más aún en un país en plena crisis total, con sueldos cada vez más reducidos y donde la corruptela y la picaresca campan por sus anchas, la tentación está servida.

Atentado.

La legislación española recoge al menos hasta tres modalidades para defender de los excesos físicos a nuestras fuerzas de orden público: atentado, resistencia y desconsideración. O sea, llanamente, está tipificado desde el puñetazo o la patada hasta el mero empujón.

La lesión.

El moratón, la luxación (la vulgar torcedura) y el arañazo están cubiertos. Y con ello también la destrucción del teléfono móvil, las gafas, el reloj o cualquier otro complemento personal que se pueda llevar consigo en una intervención. Todo esto no va con el uniforme ni con el sueldo. Se cobra aparte. Renunciar a ello, parece ser, queda para países de culturas germánicas o nórdicas.

El comentario.

Pues bien, cierto representante del ministerio Fiscal (ya destinado fuera de la Isla) mostró en su día su gran sorpresa por la gran cantidad de delitos de atentado, resistencia y desconsideración que llegaban a su manos con reclamaciones indemnizatorias nada desdeñables.

El paso.

Y eso pone en bandeja la sobreactuación en algunos casos policiales (caso menores, eso sí) que previamente han hecho gala, en sus intervenciones en acto del servicio, del tuteo, el «me he quedado con tu cara» o la sutil «estás (obsérvese el uso de la forma verbal estás, y no está) rompiendo la distancia de seguridad». De ahí al conato con un sujeto alterado o a la necesidad de hacer uso de «la fuerza mínima imprescindible», sopapo añadido, hay un paso. Luego, todos a juicio. Días de baja remuneradas y 300 euros, por ejemplo, de sobresueldo. Todo un chollo. Son cosas del sistema.