Con los nervios a flor de piel y mochilas cargadas de ilusión e inquietud se plantaron ayer los ibicencos Roberto Esteve y Manuel Torres a las puertas de la que será, sin duda, la gran aventura de sus vidas. Las piernas serán su único motor y dos bicicletas de montaña les guiarán a lo largo de 50 días y cerca de 3.000 kilómetros por las cumbres de Bulgaria, el sobrecogedor paisaje de la Capadocia turca y la inhóspita meseta de la Anatolia Central, que les adentrará en Georgia y Azerbayán antes de poner punto y final a su trepidante aventura a las orillas del mar Caspio. Un viaje no exento de peligros –temperaturas extremas que pueden alcanzar los 20 grados bajo cero o el conflicto bélico del kurdistán– al que hacen frente con un par de macutos y altas dosis de emoción y esperanza.

Rober (28) y Manu (28), como les conocen sus más allegados, iniciaron ayer su particular itinerario con una primera escala en Bucarest. Su hoja de ruta prevé un total de 35 etapas –el resto de días los dedicarán a hacer turismo– con una media de 85 kilómetros diarios. «Luego dependerá del clima y las circunstancias», apostillan. El punto central del periplo será la meseta de la Anatolia, «que asciende a 1.000-1.500 metros y durante tres semanas será nuestra forma de vida», avanza Rober, el precursor de esta maravillosa odisea.

Su preparación física es más que aceptable para hacer frente al reto pero, como reconocen, lo más duro serán las condiciones externas. «El conflicto bélico es algo a tener en cuenta. La ruta turca es de paso para los terroristas», sostiene Roberto. Le interrumpe Manu para matizar que el mayor peligro «está en la frontera Siria y nosotros iremos bastante más para arriba». «Pero mi principal miedo es el frío», prosigue Rober: «Son temperaturas extremas que nunca he experimentado y no sabemos si llevamos la ropa apropiada». «Incluso puede nevar», precisa Manu.

Según explican, la zona de la Anatolia «es un territorio inhóspito» y puede haber «20 ó 30 kilómetros entre las poblaciones». «El mayor peligro es quedarte en medio de la nada y no tener tiempo de llegar al próximo pueblo», precisa Rober, mientras su amigo suspira por que «la gente nos acoja bien».

Dormirán «cada dos o tres días» en tiendas de campaña y, cuando puedan, en pensiones y hostales de las poblaciones que dejen a su paso. Como únicos víveres transportan «sal, azúcar, aceite, café y poco más». «Luego allí se irá comprando», indican. Llevan la ropa justa y un pequeño botiquín. «Cuanto menos peso, mejor», explica Manu, un apasionado del ciclismo y el más inquieto de estos dos intrépidos aventureros. Rober aporta templanza y cierta experiencia en este tipo de periplos después de completar el pasado invierno una ruta por la costa española hasta Marrakech, al sur de Marruecos. Dos amigos, dos bicis y un ilusionante horizonte por el antiguo imperio otomano. Arranca la aventura.