Moncho Ferrer, director de programas de la Fundación Vicente Ferrer, lucha por uno de los ideales más nobles que existen, el de la dignidad humana. Y lo hace desde la India con la fuerza que da ser hijo de Vicente Ferrer y su mujer Anna, y de ser el heredero del milagro de Anantapur, un proyecto de desarrollo social que ha cambiado la vida de millones de personas en el sur de este país. Ahora, como director de programas de la Fundación Vicente Ferrer, como marido y como padre de dos niñas indias, sigue con el legado de su padre. Mañana estará en Atzaró en una cena para recaudar fondos.

—Viendo la Fundación Vicente Ferrer, ¿otro mundo es posible?

—Siempre está esa esperanza y que el cambio para eliminar la pobreza esté cerca. Nada es imposible, y el trabajo de la fundación por lograr que personas que vivían en la desesperanza ahora tengan un futuro es una evidencia.

—¿Cómo lo consiguen?

—Somos un equipo que de acuerdo a los desafíos que hemos encontrado, ha crecido y se ha consolidado. Somos una red donde todos cuentan y suman, desde los voluntarios al personal remunerado. La clave es nuestra filosofía de acción y práctica humanista.

—Entonces, ¿por dónde pasa el cambio?

—Por desterrar la indiferencia, por implicarse y por aunar esfuerzos en España para que luego en la India sean protagonistas del cambio. Es corresponsabilidad e interdependencia solidaria.

—Con el ébola mucha gente no quería repatriar a los misioneros ¿Qué falla en nuestra sociedad?

—El problema es cómo llega la información. Hay que escuchar y dar voz a los que están en el terreno para superar los problemas. Nosotros creemos que es fundamental crear espacios de reflexión colectiva con la ciudadanía española, con la base social y con los medios para informarles de la situación de la India rural y qué problemas y qué necesidades tienen.

—¿Cada vez somos menos sensibles?

—No.Al revés, lo que pasa es que aún persiste el miedo, y el miedo inmoviliza. Cuando se pierde el temor se aviva la esperanza y se posibilita la acción.

—Lo cierto es que cada vez más personas lo dejan todo y ayudan a personas que ni conocen... ¿Qué les diría a esa gente?

—Primero agradecer su compromiso por ayudar a luchar contra la pobreza y por mejorar los derechos de las mujeres, las oportunidades para las personas con discapacidad, el acceso a la educación y a un futuro digno para las niñas, y tantas cosas más. Y segundo, animarles a seguir construyendo un futuro mejor porque aún hay mucho por hacer para erradicar la pobreza y las desigualdades.

—Hablando de la India. El apellido Ferrer es un símbolo... ¿cómo está el ‘milagro de Anantapur’?

—No somos fruto de un milagro sino de muchos años de esfuerzo y dedicación. En la zona donde trabajamos hemos avanzado mucho en las condiciones económicas de los más desfavorecidos, aunque después de más de 40 años, aún quedan desafíos por superar. La transformación no sólo se hace con las palabras sino con acción ycompromiso.

—¿Pero han logrado muchos avances?

—Es cierto, En la organización hemos comprendido que para transformar una realidad es necesario un proceso a largo plazo y de consolidación. Para ello en cada proyecto hemos implicado almáximo a las personas para que asuman el control y la toma de decisiones.

—No sólo darles el pez sino ayudarles a pescar.

—Claro. En nuestros proyectos de construcción de escuelas todas las familias forman comités para conseguir materiales, participar en el proceso de gestión, de construcción y hacerlo propio para que sea sostenible en el tiempo. Y es que, nosotros podemos venir, hacer el trabajo e irnos, pero la población se queda.

—Es padre de dos hijas, de 8 y 12 años, ¿Cómo es la situación de la mujer en la India?

—Las mujeres son la fuerza del cambio en el país. Según la ONU, la India es el cuarto país del mundo más peligroso para nacer mujer, por detrás de Afganistán, República Democrática del Congo y Pakistán. Cada hora muere una mujer por la dote, el 70% son maltratadas por su marido, la mitad están en riesgo de exclusión, más de 175 millones son analfabetas y el aborto selectivo ha impedido el nacimiento de 10 millones de niñas en los últimos 20 años.

—¿Y eso se puede cambiar?

—Claro. La clave está en la juventud y la niñez y por eso nuestro compromiso es no dejar que ninguna niña deje de estudiar.

—La educación como la base del desarrollo.

—Sí. Hemos asegurado el futuro de cientos de miles de niñas, evitando que caigan en la pobreza y en la discriminación. Pero también es importante concienciar a las mujeres y para ello hemos promovido su organización a través de los shangams (asociaciones) donde se reúnen, exponen sus problemas e impulsan iniciativas económicas y sociales. Incluso, hemos conseguido que las mujeres coloquen en las escuelas carteles que dicen: «Jamás permitiremos una boda infantil en este pueblo» y lo están cumpliendo.

—¿La sociedad india está cambiando? ¿Hay una nueva generación que aprieta desde abajo?

—La sociedad india en este tema es aún muy contradictoria. Entre algunos grupos hay respeto hacia las mujeres pero en otros sigue la desvalorización de las niñas y la postergación de lasmujeres del ámbito social, político y económico. Aún así, las comunidades dálit se están organizando y el movimiento de mujeres en la India se está consolidando cada vez más. El cambio viene desde abajo, desde las poblaciones más desfavorecidas, desde su toma de conciencia, desde su acción reivindicativa y de su organización.