Los animales de carga, una de las atracciones.

Santa Agnès culminó ayer la VII Festa de sa Sitja, que arrancó el pasado viernes en Sa Rota d’en Coca y por la que a lo largo de tres días han pasado centenares de personas, siendo los protagonistas los más pequeños de la casa, que disfrutaron de lo lindo tomando contacto con las más ancestrales tradiciones del campo ibicenco.

En la feixa más alta de la finca, un grupo de chavales prestaba atención a la exposición de maquinaria agraria, cedida por la Cooperativa Agrícola de Sant Antoni. Dos adultos alimentaban una astilladora de leña, que en pocos minutos había convertido una montaña de ramas en un pequeño montón de añicos vegetales, ante los incrédulos ojos de los jóvenes espectadores.

Unos metros más allá, una quincena de personas contemplaban el funcionamiento de una máquina para partir troncos. La facilidad con que ejecutaba esta acción maravillaba a los presentes.

En otro rincón se exhibía la última adquisición de la Cooperativa, un flamante tractor con una especie de paraguas invertido de grandes dimensiones que servía para recoger aceitunas, algarrobas y almendras.

Mientras tanto, Maria Bassora lideraba un equipo encargado de amasar, dar forma y hornear una buena cantidad de coques con sobrasada. Se hacía media mañana, los visitantes empezaban a contarse por docenas y el hambre no tardaría en apretar.

Para cuando llegara el momento de sentarse en la mesa, aunque antes se hubiera picoteado, Cisco empezaba a cocinar unos 100 kilos de carne de cerdo y otros 120 de patata para lo que debía ser una gran frita de porc para más de 300 personas. «Lleva su trabajo, pero luego lo vamos a disfrutar todos», comentaba el cocinero.

Antes de sentarse en la mesa, la cafetería era un hervidero, donde las piezas de sobrasada y butifarra y los vinos payeses se consumían con gran rapidez. A un lado de la barra, Josep, un niño de apenas dos años, devoraba, tanto con sus claros ojos como con su boca, un poco de ese delicioso milagro de carne de cerdo y pimentón que le facilitaba su padre. «Le encanta», admitía su orgulloso progenitor.

Entre los puestos de artesanía parecía que se detenía el tiempo. O más bien, que retrocedía. Sentado en unminúsculo taburete de bambú, el artesano Vicent Bonet esculpía senallons y cistells con ramas de olivo y sabina. «Cada uno me lleva entre dos y tres horas», manifestaba este artesano, que aprendió este oficio hace unos 8 años.

A su lado, unas mazas estaban a disposición de quien se animara a partir almendras. «Ayer hicimos un concurso la mar de divertido», explicaba Toni ‘El Mahonés’, mientras atendía su puesto, donde vendía productos locales y artesanales.

Al cabo de unos pocos minutos, varios niños se habían hecho con las mazas y practicaban su destreza con las almendras.

Como Maria y Marc, que con solo dos años se las apañaban bastante bien, aunque sus padres a veces les tenían que ayudar un poco para obtener el premio del sabroso fruto, convertido en el auténtico emblema que identifica Corona.

En la feixa inferior de la finca, una mula y dos ponis constituían una auténtica atracción para otros pequeños. Unos, se mostraban cautos y preferían mantener cierta distancia por precaución. Sin embargo, otros muchos, más atrevidos, no dudaron en acariciarle el lomo a los animales y ofrecerles una algarroba que llevarse a la boca.

Pero la cita no fue para el goce exclusivo de los niños ni tampoco estaba cerrada al disfrute de foráneos. Es el caso de Marian e Iñaki, dos turistas de Bilbao que pasan unos días en Eivissa. «Veníamos a ver los almendros y nos hemos encontrado esto por casualidad», comentaba ella, que no visitaba la isla desde hacía más de 30 años. «Está muy cambiada, pero mantiene el encanto», aseguraba Marian, mientras admiraba la sitja y recordaba que en su tierra también se usaban hornos para hacer carbón.