En tan sólo unos días empieza en Londres los ensayos de Falstaff, que se estrenará a principios de julio en el Royal Opera House (ROH), pero antes ha recalado en Eivissa, donde no actuaba desde hace 15 años, con un repertorio ecléctico, muy marcado por la canción española, terreno en el que parece sentirse cómoda, libre.

Ainhoa Arteta pisó el escenario montado en la sede de la UIB en una noche húmeda. Vestía elegante y llevaba una faringitis a cuestas (de la que la inmensa mayoría de espectadores no nos hubiéramos percatado si ella misma no lo hubiera confesado al final del concierto). Inauguraba el Festival Nits de Tànit y arrancó el recital, ante unas 500 personas, con temas ‘modernos’, de los brasileños Ovalle y Lacerda; de Jaime León, chileno; del italiano Cilea... y de ahí a uno de los grandes, para interpretar, para delectación del respetable, a Puccini: el Intermezzo de Manon Lescaut y el aria Vissi d’arte, incluida en Tosca.

Tras la pausa, un catálogo español, con el que la artista parecía disfrutar, divertirse. Reivindicó, cantó y bailó con gracia piezas de Granados (La maja de Goya, por ejemplo), Obradors o Sorozábal y así se llevó al público, que no parecía tener prisa a pesar de que ya rondaba la medianoche, hasta la zarzuelera Canción de la Paloma, de El barberillo de Lavapiés. Luego vinieron los bises: ‘La habanera’ de Carmen -la ópera que le inoculó, gracias a su padre, el virus de la lírica- y La tarántula , en ambas se gustó, sacó su vis cómica y arrancó la sonrisa del público, que la despidió puesto en pie deseando, como ella, que no vuelvan a pasar 15 años.