Lucas Di Giacomo nació en 1985 en Suipacha, un pequeño pueblo de la provincia argentina de Buenos Aires. Nieto de artistas de circo, con 8 años ya era capaz de hacer malabares y andar sobre un alambre y con 12 se matriculó en el Conservatorio de Música de Jorge Williams en Chivilcoy. Sin embargo, todo eso quedó en un segundo plano cuando la magia le descubrió a él y él descubrió la magia. Fue gracias a un libro que le regaló un amigo y aunque se ha perdido un gran músico, se ha ganado un mago que está considerado como uno de los más prometedores del mundo. Durante sus primeros años en Eivissa, trabajó en un bar por propinas y recorrió los hoteles en una bicicleta con su maletín. Muchos años han pasado, y desde entonces ha recorrido gran parte del mundo presentando espectáculos privados y públicos, en diferentes ciudades como París, Londres, Berlín, Roma, Dubai, Bangkok, Sidney, Cannes, Mónaco, Saint Tropez, entre otras. En cada uno de esos lugares presenta sus shows ante cantantes, directores de cine, empresarios, duques, príncipes y reyes. Se instala por temporadas en Las Vegas desde donde idea, construye y produce sus espectáculos. Ahora todos los viernes por la noche sorprende a los clientes del exclusivo restaurante Montauk Steakhouse del Ushuaïa Tower de Platja d’en Bossa. Un lujo para los sentidos.

—Cómo ha cambiado todo. Desde sus inicios en Eivissa hasta lo que presenta todos los viernes en Montauk Steakhouse...

—Sí. De trabajar en bares por propinas y recorrer los hoteles en bicicleta a un espectáculo donde participa un equipo de producción de 25 personas con dos camiones para mover todo lo necesario. Increíble.

—Su espectáculo se basa más en la magia clásica. ¿Una vuelta a lo tradicional?

—Podríamos decir que sí. Creo que una de las partes más bonitas de este show es la vuelta a lo clásico. Lo mejor de mi espectáculo es que incluye números de toda la vida, pero reformulados desde un punto vista vanguardista e innovador.

—Algunos parece que los hemos visto muchas veces pero usted los actualiza y sigue dejando con la boca abierta a todo el público. ¿La magia existe?

—Por supuesto. Siempre he estado convencido de que existe. Es cierto que hay un alto porcentaje de técnica y producción, pero la magia siempre está ahí, en cualquier lugar.

—¿También en una carta o en un cofre?

—En todos los sitios. Por eso siempre busco la interacción con el público. Para mí lo más importante es que la gente haga magia con sus manos, que la sienta cerca y que la toque. Por eso garantizo que ninguno de nuestros shows es igual. Yo siempre confío en nuestro público...

—¿Y no tiene miedo de que algo falle?

—(risas) Tambien tiene parte de su encanto. La emoción del directo, de no saber si va a salir todo bien. Los magos no somos perfectos y también he visto fallar en ocasiones con el número del clavo. Pero suele salir bien y la gente sale encantada del espectáculo.

—Precisamente su show dura más de una hora y usted es muy activo en el escenario. ¿Cómo se prepara un mago?

—Con mucha disciplina. Cuando estaba en la escuela de Óscar Keller estudiaba 12 horas al día, desde las 5 de la tarde a las 5 de la mañana, y ahora toda mi vida gira en torno a la magia. Una vez escuché decir que ser mago era casi como ser sacerdote porque te dedicabas en cuerpo y alma, y es verdad. Yo me levanto por la mañana, entreno y enseguida estoy delante del tapete ideando cosas nuevas. Y lo mismo en el avión, en la peluquería, en el restaurante... en cualquier lugar busco inspiración.

—Otra de sus claves es el dominio del escenario. ¿Le ayudó su paso por el circo?

—Claro que sí, los que venimos del circo amamos el escenario. Es una vida muy dura pero te ayuda al control de ti mismo y a la puesta en escena.

—Usted viene del circo de toda la vida. Finalmente todo se une, magia y circo tradicional.

—(risas) Puede ser. Me encanta el circo y la magia que hacían mis abuelos y mis antepasados. Por ejemplo, el truco de la carta en la naranja es antiquísimo, muchas personas lo han visto mil veces, pero sigue creando fascinación cuando sale bien. Esto es lo bonito de la magia. La ilusión que se genera en el espectador cuando ve al mago mover sus manos y la posterior satisfacción de haber visto algo irrepetible sobre el escenario. Pero esto no impide integrar los trucos a gran escala y por eso ya trabajamos en un nuevo proyecto con ilusiones nunca vistas en Europa por su escala y complejidad técnica.