De cuna francesa y corazón argentino, Eka Acosta, ha ido dando saltos por los continentes y dejando su huella en forma de arte. De esta manera, ha creado una obra peculiar, expuesta ahora en P|Art Ibiza, en la cual convierte el alambre en aquellos seres que más le apasionan: los animales. De esta manera, este escultor de malla, residente en Estocolmo, observa la fauna con respeto, estudiando su actitud y movimientos, para después poder plasmar su esencia con paciencia y habilidad.

—Háblenos un poco de su obra, ¿por qué la anatomía de los animales?

—Desde que tengo recuerdos quise trabajar con los animales, son mi pasión. Siempre en zoológicos, viendo documentales… es algo que me ha acompañado toda la vida, de hecho, comencé Biología Marina aunque más tarde lo dejé. Sin embargo, al tiempo me reencontré con los animales a través de la decoración y diseño de interiores en Argentina. Mi jefa me dio un día un rollo de alambre, porque sabía que era mañoso y que me gustaba dibujar, y elaboré unos pájaros, pero iban destinados a ser recubiertos con papel maché, es decir, sólo hacía la estructura. Salieron muy bien, fue un éxito. Pero después pensé dejar de cubrirlos y desarrollé mi propia técnica, tratando de crear cada vez animales más reales. Para eso me ha ayudado mucho mi memoria fotográfica y mis manos. Nunca estudié arte, ha sido sólo observación.

—¿El artista nace o se hace?

—Creo que se nace. De hecho, dicen que todos los niños nacemos artistas, lo que pasa es que después a muchos les desaparece, o bien porque lo abandonan, lo dejan de lado… Pero sí que hay gente que tiene más facilidad que otra para crear. En mi caso, el poder conseguir la tercera dimensión sin haber estudiado una técnica. Mis modelos son fotos u objetos pequeños, pero no uso nada de programas de ordenador 3D como piensa la gente, de hecho, soy muy malo con la informática. Sale todo de mi intuición.

—¿La gente sólo tiene que ver animales o hay algo más que vaya implícito en la obra?

—No hay mucho que explicar, está bastante claro. Pero sí que quiero que entiendan que trato de presentar al animal en su posición natural; es un espíritu del animal, de alguna manera, y también una denuncia porque cada vez hay más animales que están desapareciendo, extinguiéndose, culpa también de la acción del hombre. Por eso queda su alma, que es lo que represento. Y no sólo tiene que leerse como una escultura, si lo pones delante de una pared, también parece un dibujo.

—¿Considera que el arte es muy personal?

—Sí, totalmente. También he hecho otras obras que me han encargado con formas diferentes, de hecho, ahora vivo mucho de esos pedidos que me hacen en el norte de Europa, donde se están interesando por mi trabajo. Pero digamos que lo que más me gusta es poder crear seres a los que doy vida con mi estilo. Y la gente lo siente, parece una presencia. No sólo importa la forma, sino también las proporciones y la actitud, el pato tiene que tener actitud de pato. Movimiento y lenguaje que he adquirido a base de los documentales que siempre he visto.

—¿Ya había expuesto antes por Eivissa?

—El año pasado ya formé parte de una exposición y esta es la segunda vez. Y parece que sí ha interesado mi obra, se ha cerrado también alguna venta…

—¿Vendrías a la isla a vivir y a crear?

—Si encontrase un lugar tranquilo que me inspirara sí. Es lo que necesito cuando creo, esa tranquilidad y la energía. Necesito estar relajado, porque aunque el resultado sea sutil y elegante, el proceso de elaboración suele ser lento y costoso. Yo por ejemplo, con el alambre me canso mucho al darle forma, me termina doliendo todo el cuerpo. Cuando al final ya vas viendo la forma es lo bonito, ese momento en el que le das vida y adquiere su carácter.