Salvador Roig (Eivissa, 1983) ha hecho un alto en su ajetreada vida y se ha acercado a Formentera a dar un curso de biofertilidad de la tierra. No en vano ahora vive en Atenas junto a su mujer, de origen griego, y está esperando una niña. Ingeniero agrónomo, habla ocho idiomas, entre ellos el chino, y hasta hace poco trabajaba en una multinacional holandesa, pero lo ha dejado y «ahora va por libre». Lo que realmente le gusta es transmitir sus conocimientos a los agricultores para que hagan buen uso de sus tierras, «sin patentes ni ataduras comerciales entre medio».

—¿Qué enseña en el curso?
—Que entiendan cómo funciona el suelo, y cómo mejorar su fertilidad con métodos muy fáciles. Lo hago como si fueran recetas de cocina, para que ellos mismos se hagan sus caldos minerales que mejoren el rendimiento de sus terrenos. 

—¿Hay mucho campo abandonado en las Pitiüses?
—Aquí la gente se queja de que la agricultura está abandonada y yo cuando encuentro un campo sin labrar para mí es oro. Eso quiero decir que se le ha dejado tiempo para que su flora bacteriana y fúngica se desarrolle y cree un tejido bajo tierra que nosotros no podemos ver. Normalmente sólo juzgamos por los ojos y decimos que está sucio y abandonado, pero a nivel ecológico y biológico es mucho más interesante que una campo arado. Precisamente, lo que voy a intentar enseñar en Formentera es como trabajar esos campos que se han abandonado por los hoteles desde hace 50 años. Un tiempo, por cierto, que ha dado para que se regeneren a nivel biológico. 

—¿Qué hay qué hacer con estos campos abandonados?
—Trabajarlos para que se respete la propia flora bacteriana que se ha creado. Es como nosotros y nuestra flora intestinal. Comemos bifidus para recuperar nuestra flora intestinal y con los campos hay que hacer lo mismo. Es decir, labrarlos lo mínimo posible porque es muy agresivo para el suelo, hacer que se acumule  materia orgánica, y alimentar esta flora que se le ha dado 50 años para que se regenere.

—Entonces son campos muy fértiles...
—Sí lo son, tienen un gran cojín de vida y yo enseño a cómo manejarlo y mantenerlo. El payés puede hacer sus propias  recetas, sin necesidad de tirar una botella de químicos. Es decir, enseño a seguir las dinámicas que tiene la propia tierra.

—¿Agricultura ecológica?
—No. La agricultura en sí no es ecológica sino utilitarista, tienes que modificar las condiciones de esa tierra para obtener lo que tú quieres. Aunque es verdad que la agricultura en sí es una actividad bastante natural. 

—¿Ya no trabaja para la multinacional holandesa?
—Aún colaboro con ellos pero me he puesto por mi cuenta y tengo  proyectos para dar cursos a agricultores en Uganda, Kenia y Tanzania. El año pasado estuve en China y el anterior en Vietnam. Aprendí mucho en la multinacional, pero creo que hay otras maneras de enfocarlo ya que con ellos eran actividades puramente comerciales y yo creo que tiene mucha más eficacia si lo enfocas desde el punto de vista divulgativo. Para que se me entienda, hasta ahora he estado intentando vender un Windows y ahora me estoy yendo a Linux, un sistema Open Source. Ahora lo que hago es reunir agricultores con ayuda, en este caso del Consell de Formentera o del de Eivissa, y transmitir una nueva manera de hacer agricultura. También tengo otro proyecto que no se si saldrá en Birmania, pero son trabajos a un año vista cuando nazca mi hija. 

—¿La pasión por la tierra le viene de pequeño?
—Sí, mi abuelo era mi mejor amigo y me gustaba mucho estar con él porque me explicaba cosas del campo. Era como Susurrando entre los naranjos (risas). Era constructor pero tenia un huerto y naranjos y siempre estaba liado cortando parras y yo siempre estaba por allí ayudándolo. Además me gusta mucho comer y saber de dónde sale esa comida porque te das cuenta de que no te comes un alimento para adquirir azúcares sino por los cultivos bacterianos que regulan la flora intestinal. Eso sí, yo iba para médico, pero como no me llegó la nota me decidí por ingeniería agrónoma. La estudié en Valencia y luego hice un máster en Holanda en Economía Agraria y allí me quedé siete años. De hecho, me gusta mucho y no descarto volver.  

—¿Como están los campos en Eivissa y Formentera?
—Las tierras están bastante bien porque no hay mucha actividad agrícola. En cambio, en la Península, donde hay mucho monocultivo, todo está bastante mal. 

—En la escuela te enseñan los sistemas de cultivo y el mejor era el barbecho, ¿porqué no se aplica?
—No les interesa. Es un tema económico. Compran una máquina para un cultivo determinado y no quieren cambiar. De hecho, siempre he dicho que ahora mismo uno de los motores de la economía agrícola son las empresas de maquinaria porque es en donde se hace la inversión. Hay una máquina para cada tipo de siembra y eso limita mucho, porque son máquinas muy caras.

—Entonces, todo iría mejor si aplicáramos lo que te dicen en el colegio...
—Claro. La agricultura funciona con principios muy básicos y si se respetara lo que te enseñan funcionaría bien. No hace falta estudiar tanto porque realmente en agricultura lo más importante es no hacer aprovechando que la tierra ya trabaja por ella misma. Es decir, en una hectárea de suelo hay tres toneladas de bacterias y cinco toneladas de hongos y ellos trabajan por ellos mismos si los alimentamos bien. Por ejemplo, no hay que echarle heces de vaca porque este animal ya lo ha absorbido todo.

—Parece mentira algo tan sencillo...
—Sí, somos tan egoístas que nos pensamos que tenemos que intervenir para todo y no es así. A la tierra, como a todo, hay que dejarla respirar.