Juan Mayorga (Madrid, 1965) es uno de los dramaturgos españoles de mayor prestigio. A lo largo de su trayectoria, este licenciado en Filosofía y Matemáticas y exprofesor de instituto, ha creado junto a José Ramón Fernández, Luis Miguel González Cruz y Raúl Hernández Garrido, el Teatro del Astillero, la compañía La Loca de la Casa, y ha dirigido casi una treintena de representaciones teatrales desde que estrenara Siete hombres buenos en 1989. Además, ha publicado decenas de obras y ha conseguido, entre otros, el premio Nacional de Teatro (2007), el Valle-Inclán (2009), el Ceres (2013), La Barraca (2013), el Nacional de Literatura Dramática (2013) y el Max al mejor autor (2006, 2008 y 2009). Precisamente, este año puede conseguir el cuarto con Reikiavik, la obra protagonizada por César Sarachu, Daniel Albaladejo y Elena Rayos, que se presenta mañana a las 21.30 horas en Can Ventosa.

—Menudo éxito el de la obra. Arrasa donde va. ¿A que se debe?
—Principalmente a los actores, César, Daniel y Elena. Ellos son el corazón del espectáculo. Si siempre se ha dicho que el teatro es un arte que se fundamenta en el trabajo del actor aquí esta afirmación cobra mucho más sentido aún. 

—Pero también habrá un buen texto y una buena historia detrás...
—Puede ser, pero son ellos los que hacen el milagro de que sea perfecta. Por ejemplo son capaces de representar varios personajes a la vez con un simple gesto o un mínimo cambio de atrezzo, y eso, no es fácil.

—¿Por qué una historia que parte de la partida de ajedrez que jugaron en Reikiavik en 1972 el americano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky? 
—Porque es algo que vi cuando era pequeño y siempre pensé que podría ser bueno para una historia. Sin embargo, la obra va más allá y fusiona dos juegos igual de fascinantes y antiguos. Por un lado el del ajedrez y por otro el de meternos en la piel de otro personaje que no somos.

—¿Entonces no hay que saber de ajedrez para seguir la obra?
—Que va. La obra está escrita pensando en el gozo del espectador y también en el del equipo propio. Incluso, nos ha pasado que muchos espectadores a los que les gustaba el ajedrez han salido de la representación tras haber descubierto otras muchas más cosas.

—¿Por qué los protagonistas tienen el nombre Bailén y Waterloo, dos batallas perdidas por Napoleón? 
—Porque pertenecen a una sociedad secreta y en toda sociedad de este tipo los nombres son ficticios. Además, va dentro del espíritu de la obra el reflejar el delgado filo que separa la victoria de la derrota. No olvide que Fischer, el ganador acabó sus días sin ser reconocido como estadounidense falleciendo en 2008 en Islandia a causa de una enfermedad renal, mientras que Spassky, tras caer en desgracia en la Unión Soviética acabó nacionalizándose francés y viviendo dignamente. 

—Usted ya tiene tres premios Max y ahora, el 25 de abril, opta a un cuarto por Reikiavik. ¿Está nervioso?
—Siempre se está nervioso. Pero de todas las nominaciones la que me hace más ilusión es la de Mejor Espectáculo porque en él se reconoce el trabajo de todo un equipo, desde el del director y los actores hasta la iluminación o el vestuario. 

—¿Cuál es la salud del teatro actualmente?
—Creo que magnífica como demuestra la gran cantidad de obras que se producen y el que cada vez gente de mayor talento se acerca a él. Eso es muy positivo.

—Además, cada vez tiene un mayor éxito de público.
—Pues sí, y además el espectador cada vez está mas orgulloso de haber ido a una obra.

—¿Se imagina un mundo sin teatro?
—Imposible. Igual que no me imagino ninguna ciudad sin teatro. El teatro es básico para la buena salud democrática de sus ciudadanos.