Ángela Molina (Madrid, 5 de octubre de 1955) no da a basto. Asegura que su teléfono móvil está a punto de estallar ante tanta llamada desde que este jueves se supo que había sido galardonada con el Premio Nacional de Cinematografía 2016. Aún así, tiene tiempo para atender durante unos minutos a PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA mientras disfruta de su último día de vacaciones familiares en su querida y amada Eivissa antes de poner rumbo a Roma para empezar con un nuevo proyecto. Y así, entre maletas, preparativos y los nervios típicos previos de cada viaje nos regala una entrevista repleta de amabilidad y sencillez.

En ella, esta mujer, tercera de los ocho hijos que tuvo el cantante y actor Antonio Molina con Ángela Tejedor, nos habla de todo un poco. A pesar de que son pocos minutos a través del teléfono hay tiempo para reflexionar sobre lo que supone el galardón que acaba de recibir, sobre como está el cine español en la actualidad, sobre su trayectoria desde que comenzó en el año 1977 protagonizando junto a Fernando Rey la película de Luis Buñuel Ese oscuro objeto de deseo, sobre su amplia familia y por supuesto, sobre Eivissa, la isla que le ha dado tanto y que lleva visitando desde que tenía 16 años. Ángela Molina no rehuye ningún tema y lo que es mejor, los aborda con una sencillez que la aleja muchísimo de otras grandes divas del mundo del cine.

—¿Cómo ha sido su día después tras conocer que fue galardonada con el Premio Nacional de Cinematografía que da el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a través del Instituto de la Cinematografía y las Artes Escénicas?

—Pues de momento parece que será un poco más tranquilo porque el jueves en cuanto se supo la noticia no paré de recibir llamadas y felicitaciones. Fue un día intenso, pero también muy feliz porque, como yo siempre digo, en esta vida hay que alegrarse siempre de las cosas buenas, sobre todo de aquellas que no esperas que te pasen.

—¿No se lo esperaba?

—En absoluto. ¡Figúrate! Estaba aquí en Eivissa de vacaciones con mi familia y de repente me empezaron a llamar. Ha sido algo totalmente inesperado, aunque no le voy a negar que me hace muchísima ilusión que se acuerden de mí, sobre todo la gente de mi propio gremio. Eso sí, me lo tomaré como siempre ago, con ligereza de espíritu.

—¿Pensó en alguien en especial cuando le comunicaron el premio?

—Si te digo la verdad todavía no me ha dado tiempo a asimilarlo demasiado. Pero bueno, cuando te dan un premio tan especial como es este, creo que en lo primero que piensas es en tu familia, en mi padre, Antonio Molina, quien me dio la vida y me enseñó el arte, y tal vez en el director Luis Buñuel por ser el primero que confió en mí, quien me educó y quien me enseñó la vida.

—El jurado, formado por profesionales de su gremio, ha reconocido una larga trayectoria que comenzó en 1977. ¿Eso le llena de orgullo?

—Por supuesto. Claro que sí. Llevo trabajando muchísimos años, si no pierdo la cuenta son casi 45. Pero tranquilos que aún me queda cuerda para rato. No pienso parar porque la vida es trabajar y más si se tiene la suerte de hacerlo en algo que te gusta como es mi caso.

—Los que tienen la suerte de coincidir con usted aseguran que se encuentra en plena forma. ¿Cuál es su secreto?

—(risas) Seguir trabajando como el primer día, como si fuera joven. Algo que no me cuesta mucho porque sigo siendo la misma persona, con mis cosas buenas y malas. Eso sí, a mi edad no le voy a negar que el cuerpo se cansa de otra manera y que hay que estar alerta a ciertos avisos que te da el cuerpo.

—¿Después de tanto tiempo se considera una superviviente?

—Más bien me considero una curranta de este mundo. Alguien que ha luchado mucho y que ha tenido el privilegio de dedicarse a algo que es su vocación.

—¿Y una privilegiada? Se lo digo porque el jueves mismo salió un informe que decía que el 54% de los actores españoles no ha trabajado ningún día durante los dos últimos años.

—(risas) En ese sentido, un poco sí. Todo lo que he conseguido ha sido a base de luchar y dar lo mejor de mi misma y por eso siempre doy gracias de que no me falte el trabajo. Eso sí, esos datos hablan de una realidad muy triste y muy injusta y por eso tenemos que seguir peleando para que haya más trabajo. En todos los ámbitos de la sociedad, no sólo en el campo de la interpretación. Todo el mundo tiene derecho a realizar su trabajo.

—Repasar su filmografía es recorrer la historia del cine europeo. Usted ha trabajado con los mejores directores y actores. ¿Con quién le queda hacerlo?

—Bueno con muchos. Somos un gremio muy amplio y siempre quedan compañeros con los que trabajar. Sobre todo entre los jóvenes, que vienen muy fuertes y muy bien preparados. Tenemos una magnífica hornada de buenos actores y directores aquí en España y no podemos desaprovecharlos porque son el presente y el futuro de este trabajo.

—¿Cómo ve entonces el cine español?

—Todo es muy diferente a cuando yo empecé aunque no soy nadie para decir si era mejor o peor. Los medios, las ideas, la forma de trabajar... todo ha cambiado mucho. Pero una cosa tengo clara. Cuando echo la vista atrás y veo mis primeras películas me veo como actriz pero siento que no soy la misma. En muchas ocasiones, aunque me guste lo que veo, no me identifico.

—Casi medio siglo y cinco nominaciones después aún no tiene un Goya. ¿Tiene esa espina clavada?

—Qué va. Siempre me tomo la vida como viene. Acepto lo que me ha dado y creo que los premios son milagros inesperados, sobre todo los Goya donde hay tan buenos profesionales compitiendo cada año. Es un poco ruleta rusa.

—De todos modos no se puede quejar. Su curriculum de premios y reconocimientos es envidiable.

—(risas). Gracias. Ya ves. El público y mis colegas que me quieren mucho.

—Cambiando de tema. Nos atiende desde Eivissa. ¿Es su segunda casa?

—Pues si te digo la verdad te atiendo de casualidad desde la isla porque después de 20 días de vacaciones, que me han sabido a gloria, mañana mismo salgo para Roma donde empezaré a grabar una producción cien por cien italiana, la serie Furor. Y bueno, de Eivissa, que te voy a decir. Sólo puedo tener palabras buenas para un lugar al que estoy profundamente unida por muchos motivos, sobre todo familiares.

—Lleva más de cincuenta años con nosotros. ¿Es una ibicenca más?

—Casi que sí. Soy una privilegiada porque llevo besando esta tierra desde que tenía 16 años y pintaba cuadros para ganarme un dinero hasta que Luis Buñuel me convenció en 1977 para hacer mi primer papel. Además, aquí conocí a mi primer marido, el fotógrafo Hervé Tirmarché, y al actual, Leo Blakstad, que es ibicenco y con el que me casé en 1995 en una boda preciosa junto a toda nuestra familia. Y por si todo esto fuera poco, en Eivissa han nacido algunos de mis hijos, como la última, María Isabel que nació en la clínica de Nuestra Señora del Rosario, asistida por nuestro médico y nuestra matrona de siempre. ¿Crees que puedo pedir algo más?

—¿Ha cambiado mucho la isla desde que llegó hasta ahora?

—Por supuesto. Es una obviedad. Todo cambia, en ocasiones para bien y en ocasiones para mal. Es ley de vida.

—¿No cree que tendríamos que cuidarla algo más?

—La verdad es que sí. Tenemos que tomar conciencia de que Eivissa es un lugar maravilloso y que si no lo cuidamos, podemos acabar con ella. Afortunadamente parece que poco a poco se van tomando medidas pero aún así queda mucho por hacer.

—¿Qué es lo que más le gusta de Eivissa?

—Todo en general. A nivel natural es maravillosa y única. Y a nivel personal también. Su gente es increíble y en cuanto te conocen se desviven. Y eso no se compra con dinero.