Antoni Cardona murió cuando estaba a punto de cumplir los 38 años y ya era un pintor consagrado. De esos que, de haber vivido un poco más, se habría convertido en uno de los artistas ibicencos más importantes de los últimos tiempos. En 1992, le encontraron muerto en la vía de un tren en Vesoul, un pequeño pueblo de Francia, donde fue atropellado cuando viajaba camino a la ciudad suiza de Zurich. Su extraña muerte alimentó la leyenda de un artista con un inmenso mundo interior que destacó desde muy joven en el mundo de las artes plásticas. Buen estudiante y con un expediente académico brillante, se trasladó a Barcelona donde empezó sus estudios en la escuela de Bellas Artes de Sant Jordi. En 1973, con solo 19 años, realizó su primera exposición individual en la sala de la Caixa de Eivissa. En ese momento, su obra estaba dominada por dibujos de tinta sobre papel, siguiendo la estela del pintor Antoni Marí Ribas ‘Portmany’, a quien admiraba y le gustaba verle pintar en las calles de la Marina.

Compartió amistad con Vicent Calbet, otro pintor de su generación que también murió de manera trágica, de un infarto en Japón donde viajó a inaugurar una exposición. Durante un época, no era extraño ver a Cardona y Calbet recorriendo la playa de es Codolar para recoger toda clase de objetos que después integraban en sus obras.

A principios de los 80, sin haber cumplido la treintena, ya estaba presente en la feria de arte ARCO y en 1985 obtuvo la Medalla d’Or y el primer premio Ciutat d’Eivissa de Pintura. El escritor y periodista Julio Herranz
recuerda los momentos que compartió con el artista en un programa de radio al que solía invitar a Cardona. Herranz relata que el pintor era una persona muy culta, «muy de la isla», una persona que amaba la naturaleza de su tierra y los símbolos que la representaban.

Unos trazos mediterráneos que este artista prometedor incorporó en sus obras donde plasmaba una enorme
creatividad y una fuerte base intelectual. Toni Cardona era capaz de reinventarse y cambiar radicalmente de estilo, pasando de unos paisajes llenos de color a una pintura abstracta.

El genial artista nació en Sant Francesc de s’Estany en 1954 pero con un año de vida se fue a vivir al barrio de sa Penya, donde vivió hasta la adolescencia. La calle que lleva su nombre es una rampa situada a los pies de la muralla junto al Portal de ses Taules y une la Marina con el barrio donde pasó su infancia.

Una de las cosas que Cardona recordaba de su infancia en sa Penya era la imagen de las payesas mezclando la cal con agua y pintando las fachadas de sus casas.

Según cuenta el gestor cultural Carles Fabregat en el libro «Toni Cardona. Antològica», el universo del pintor ibicenco estaba plagado de referencias a la cultura mediterránea.

A Cardona le gustaba caminar por la playa en invierno y observar los restos de las mareas y el efecto que el paso de tiempo tenía sobre los objetos. También sentía una gran curiosidad por la cristalización de la sal y en los embarcaderos de sa Caleta o Formentera descubrió elementos como la provisionalidad de la madera, la tela o la cuerda.

Su imaginación desbordante y le hacía encadenar conceptos que después plasmaba en sus obras. La explicación que le dio un payés sobre el arte del injerto hizo que pintara un cuadro sobre este tema y, a raíz de ahí, se empezó a interesar por las fases de la luna.