Antonio Espino, historiador y catedrático de Historia Moderna de la UAB.

Antonio Flores, uno de los cronistas que acompañó a Isabel II en su viaje a Mallorca en 1860, al pasar a la altura de Ibiza la definió como «potosí de la sal». No fue el único. En otras descripciones históricas de García Martínez, González Posada, Abad Lasierra o Madoz, la sal y su comercio aparecen junto a la agricultura como el motor de la economía ibicenca. Su importancia es clave en una isla muy frágil económicamente ya que si había malas cosechas permitía cubrir la balanza de pagos. De todo eso sabe mucho Antonio Espino López (Córdoba, 1966), historiador y catedrático de Historia Moderna de la Universitat Autònoma de Barcelona, autor de media docena de exhaustivos estudios sobre la sal en Ibiza.

—¿Cómo surge su interés por el tema?
—Cuando investigaba sobre los gobernadores de Ibiza en el XVII apareció la sal en la Ibiza del Barroco. Me di cuenta de la importancia que había tenido para la economía y para la sociedad y decidí dedicarle algún esfuerzo más. Ahora, diez años después ha culminado en forma de una nueva monografía de investigación.

—¿Hasta qué punto la sal era vital para el sostenimiento de Ibiza?
—Hoy la economía ibicenca goza o padece de un monocultivo que es el turismo. Lo mismo ocurría con las salinas ibicencas. Con una economía agraria de supervivencia era el único elemento realmente exportable y con la que se podía pagar o ingresar cantidades en metálico o hacer trueque con productos alimenticios y ropa. Además, en años de malas cosechas, que eran muchos, la exportación de sal podía salvar el expediente.

—Era un producto muy fiscalizado, ¿cuánto iba para la Monarquía Hispánica y cuánto para Ibiza?
—Primero a los monarcas aragoneses y más tarde a los Austrias les interesaron las salinas por la posibilidad de fiscalizarlas. Ahora bien, el caso ibicenco es particular porque hubo voluntad desde la Edad Media para que rentasen en provecho de una población que, de lo contrario, tenía muy difícil su supervivencia en un enclave que, por geoestrategia, era interesante mantener.

—¿Tanto sacaban económicamente los reyes de las salinas?
—En realidad no sacaban grandes beneficios, entre otras cosas por su mala administración pero, por ejemplo, las rentas del Consejo de Aragón procedían en parte de las salinas de Ibiza. Si éstas no daban beneficios los consejeros tampoco lo tenían fácil para cobrar. Otros gastos de la Monarquía en la isla se pagaban con aquellos ingresos, e incluso se llegó a ceder las rentas reales en las salinas para los salarios de la guarnición de la Real Fuerza. No eran suculentos pero en época de carestía como el siglo XVII había que cuidar cualquier vía de financiación.

—¿Dónde iba la sal?
—El mercado natural era Milán y el norte de Italia pero en ocasiones se podía vender en Cataluña y Mallorca. Incluso, navíos neerlandeses o ingleses que regresaban a sus puertos de origen podían cargar sal en Ibiza y también se sabe que los suizos compraban sal de la isla en Milán.

—¿Cómo era el puerto de Ibiza y los barcos que venían?
—En Ibiza había dos mundos. Por un lado la ciudad donde unas pocas familias se dedicaban al negocio de la sal y al comercio en general a modo de pequeña oligarquía enfrentándose o no al gobernador de turno. Y por otro la población campesina, siempre o casi siempre al borde de la subsistencia. En esas circunstancias, no había cosmopolitismo ya que era un mundo cerrado sobre sí mismo y relativamente aislado.

—La sal no siempre estuvo bien gestionada aunque Juan Bayarte, en el siglo XVII, fue uno de sus mejores gestores…
—Juan Bayarte, aragonés nacido en la Ribagorza, fue probablemente el gobernador más erudito de Ibiza en el XVII. Un hombre muy interesado en artillería y con buena correspondencia con el virrey de Mallorca, Sentmenat, con quien intercambiaba libros. Bayarte intentó promocionar la producción de sal ya que fue enviado a la isla por Carlos II precisamente para ello. Aquí descubrió muchos intereses espurios en torno a la sal y unas estructuras de transporte hasta el embarcadero muy primitivas por lo que intervino en las estructuras de gobierno promocionando cambios que anunciarían la llegada del absolutismo borbónico.

—Sin la sal, ¿hubiera sobrevivido Ibiza y su guarnición militar en el XVI y XVIII?
—Es complicado de saber. La monarquía quería que una guarnición como la de Ibiza no le costase dinero ya que disponía de unas salinas importantes pero todo dependía de su buena gestión. Durante mucho tiempo el peligro fue que los ibicencos se marchasen a Mallorca o Valencia donde la vida fuera más fácil, dejando una isla casi deshabitada, sin una milicia a la que recurrir y fácil de caer en manos de cualquier enemigo de la Monarquía. Eso no se podía permitir porque eran islas importantes por el apoyo que daban a la flota hispana.

—¿Hubo hambrunas en Ibiza?
—Muchas. Las más terribles fueron por las sequías de 1680 que condujeron a un estallido social entre las gentes de fuera de la ciudad. Hay testimonios de la dificultad de la vida en los siglos del Antiguo Régimen, con personas malviviendo de yerbas, e incluso encontradas muertas de inanición en los caminos. Es más, el hijo del gobernador Juan Bayarte se llegó a quejar de la alimentación tan deprimente que consumía en la isla a base de uvas y pescado.

—¿Qué papel jugaba Ibiza en la Monarquía Hispánica?
—Era una pieza menor del engranaje de un gran mecanismo como la Monarquía Hispánica. Pero a veces la falta de una pequeña pieza puede conducir a que una máquina mayor no funcione bien. Ahora estoy analizando las diversas fronteras de la Monarquía, y está muy clara su interconexión, en el sentido de la necesidad de administrar los pocos recursos existentes para mantener dichas fronteras en la mejor disposición defensiva. A menudo se sustraían recursos de un lugar para mejorar las capacidades defensivas de otro según los avatares político-militares del momento. Ibiza fue una posición defensiva deficitaria.

—¿Ibiza tuvo bastantes problemas con Felipe IV?
—Eran años de guerra contra las Provincias Unidas hasta 1648, contra Francia desde 1635, o contra Portugal desde 1640, y con revueltas en Cataluña, Sicilia y Nápoles en 1647 y 1648. Por tanto, la presión sobre los territorios mediterráneos fue muy grande en busca de recursos para ayudar en los frentes de guerra mientras se vigilaba que no se comerciase con sal con los enemigos.

—¿El puerto de Ibiza era muy apetecible para Francia o Inglaterra?
—Investigando descubrí el peligro que para Ibiza significaron las intenciones de conquista de Luis XIV de Francia en 1665, año de la muerte de Felipe IV. Se trataba de una medida de presión sobre una Monarquía Hispánica en un momento político delicado debido a la minoría de edad de Carlos II. Afortunadamente las cosas no pasaron a mayores porque realmente el puerto de Mahón era el gran objetivo de potencias europeas.

—¿Va a seguir trabajando sobre Ibiza?
—Mi libro sobre la sal de Ibiza en el XVII sería la tercera monografía que dedico a Ibiza, si contamos la biografía de Juan Bayarte. Aunque no descarto analizar otra cuestión ya he examinado casi toda la documentación de época moderna conservada en el Archivo de la Corona de Aragón. Aunque siempre pueden surgir nuevos intereses. Nunca se sabe.