Los humanos, por norma general, siempre hemos querido volar como los pájaros. Si a ese deseo de libertad le sumamos las vistas de un amanecer a 360º, el combo es perfecto. Así podría resumirse la experiencia que supone montar en globo aerostático y que en ‘Ibiza es posible gracias a Ibiza en globo’, una empresa que lleva 17 años ‘paseando por las nubes’ de la mano de José Ramón Mancebo y su mujer Francisca López.

La aventura empieza antes de que salga el sol y, según la dirección del viento, se elige el sitio de despegue cuando las agujas del reloj todavía no han marcado las siete de la mañana. Es a partir de ese momento y con los primeros rayos de sol, cuando el globo empieza a coger forma a golpe de ventilador y quemador. De repente, los más de 200 kg de lona de colores se elevan y el piloto ya está listo para hacernos disfrutar de la isla desde otra perspectiva.

El vuelo se hace al amanecer porque el viento es más estable, el día empieza a despertarse con una luz mágica y justo, en ese momento, el globo comienza a ascender. «La velocidad máxima a la que sube es a dos metros por segundo, lo mismo que cuando desciende», cuenta Mancebo. Un desplazamiento rápido que desde el interior de la cesta de mimbre es difícil de apreciar porque ya estás flotando. Esa es justo la sensación que sientes, la de flotar en el cielo con la tranquilidad que da saber que no tienes a nadie alrededor. Y es en ese punto cuando eres consciente de dónde estás y empiezas a disfrutar del viaje.

A diferencia de otras actividades, los vuelos en globo son aptos para todo el mundo. «Volar no tiene edad. La persona más mayor que ha volado con nosotros tenía 95 años y la más pequeña apenas llegaba a los tres meses», cuenta este piloto que, por su trabajo, ha podido disfrutar de momentos inolvidables a 300 metros de altura. «En muchos viajes he presenciado pedidas de mano y siempre son por sorpresa, así que la chica suele acabar llorando de felicidad» y eso, sin duda, hace que ese vuelo no se borre de su memoria.

El aire es el medio de transporte más seguro y el piloto se encarga de que su globo no se tambalee. «No puedes despistarte ni un segundo, tienes que estar siempre alerta porque dependes del viento», dice Mancebo. Y es que volar en globo supone dejarse llevar, por el viento y por el piloto que juega con sus diferentes direcciones.

Estamos en lo alto y Vila, Sant Antoni y Santa Gertrudis nos rodean en un paisaje hecho a vista de pájaro. Un paisaje que puedes ver en toda su plenitud y que, a esa distancia, te hace sentir enorme. «Tenemos la isla bajo nuestros pies y eso es mágico».

Los paseos suelen durar una hora aproximadamente y en cada viaje pueden disfrutar de la experiencia hasta siete personas. «Normalmente son vuelos sencillos porque nos aseguramos de ello. Si vemos que la meteorología no es favorable, ese día no viajamos y posponemos las reservas. Lo primero es la seguridad», cuenta el piloto al tiempo que dice que nunca ha arriesgado en ninguna de sus expediciones.

Llega el momento de descender y abajo nos esperan Francisca y Álvaro, un ayudante, que se convierten en rescatadores al acercarse con el todoterreno hasta el lugar elegido para el aterrizaje. Y lo hacen gracias a la continua comunicación que tienen, vía walkie-talkie, con el piloto. Pisamos tierra, sin sustos, casi sin darnos cuenta y con esa sonrisa que se te dibuja en la cara cuando has disfrutado de algo por primera vez.

Una botella de cava pone el broche final a una experiencia única en la que ya se puede decir que te has bautizado en el aire. Una cosa más que tachar en la lista de cosas que hay que hacer, por lo menos, una vez en la vida.

Los años dan experiencia

José Ramón y su mujer disfrutan, desde hace casi 20 años, con su trabajo; un oficio que llegó por sorpresa cuando ella estudiaba Turismo. «Tenía que hacer un proyecto de fin de carrera sobre un turismo alternativo al de sol y playa y se le ocurrió la idea del globo», cuenta el piloto. «Yo le ayudaba porque en aquella época trabajaba con ordenadores e iba pasando la información a formato digital. Me fui involucrando tanto en el tema que decidimos ir a Valencia para hacer un viaje en globo y, en ese momento, me enamoré». A partir de ahí lo vieron claro y su proyecto pasó de ser una idea a convertirse en una realidad.

Los inicios fueron duros, por la novedad y por la inexperiencia, pero con trabajo y dedicación han conseguido lo que querían. «Nunca hemos tirado la toalla y nuestro deseo es que la empresa siga en la familia. Nos gustaría que fuese nuestro nieto quien se quede con ella, pero todavía es pronto y él es libre para decidir lo que quiere», relata Mancebo. De momento, seguirán trabajando para todos aquellos que quieran disfrutar con ellos del placer de flotar en una isla que siempre tiene algo nuevo que mostrar. Y es que Ibiza desde las alturas... no deja indiferente a nadie.