Transmutación, Javierens (Sa Nostra Sala) Eivissa 2018. | Steinmeyer

Sa Nostra Sala acoge desde hace un poco más de una semana una muestra digna de futuro. Nos preguntamos si no toda muestra es merecedora de avanzar, sobre todo si nos desplazamos por peldaños…

Hay momentos en la vida que nos dejan sin palabras. Hay situaciones que reclaman asombro. Momentos que buscan silencio. Reconozco que visitar esta propuesta creativa me trasladó a otras esferas y aunque insinuación de esfera sólo hay una y podría ser la obra central de esta exposición -pero no lo es- sigo navegando a través de los espacios propuestos.

El conjunto marca y remarca cada uno de los elementos integrantes. El juego de luz, color, sombras y como no, movimiento envuelve al visitante y procura propuestas que plantean más allá de la objetividad sensorial alternativas a la propia presentación. Quiero decir con esto, que cada objeto, o conjunto de objetos es de por sí, pero alerta a quien admira, que solo significa un comienzo de una larga y próspera experiencia sensorial.

Si nos fijamos detenidamente en la obra presentada, apreciamos una escalera imposible, pero capaz de superar cualquier incapacidad humana. Esta escalera deforme y vulnerable únicamente en manos de un artista -circense por ejemplo- es capaz de desafiar entre otras cosas la gravedad. Sobre todo la gravedad humana. Nos traslada suavemente en todas direcciones sugiriendo en todo momento el equilibrio necesario para no perder ese hilo conductor, el Leitmotiv como esencia vital humana.

Además, y recuerdo en este preciso momento de formulación, que un amigo hace no mucho me alertó que no son maneras de empezar un texto… Pero insisto. Además, y volviendo a la reflexión que nos ocupa, esta escalera tan imposible, no solo marca un camino aparentemente confuso, sino que a medida que avanza girando por distintos ejes imaginarios logra sin duda equilibrio y un cierto sentido sereno que aparte de desaparecer y reaparecer tras la propia base proyecta sombras que a su vez proponen nuevos caminos que casi fusionan con los itinerarios de la propia escalera.

Y esto no es todo. Si nos fijamos, apreciaremos algo así como una caricatura de la propuesta inicial expresada casi iconográficamente en la misma base con elementos que recuerdan al adjetivo cómic. Como si el artista se estuviera riendo de sí mismo. O del espectador. Pero como esto son suposiciones que sólo él reconocerá, nos queda, que no es poco, disfrutar en toda su dimensión las obras presentadas.

Al igual que este ejemplo comentado, las demás obras instaladas, nunca mejor dicho, se funden con su entorno, en continuo movimiento formando una danza en el espacio, con su propia forma, los colores a veces reflejados, otras proyectados, desafiando además de manera melódica aunque en silencio, la propia sombra.

Obra instalada o instalación, en determinados casos composiciones visuales cambiantes en color y forma, al ritmo de sonidos inexistentes pero imaginables. El conjunto, que podría ser por su número y volumen testigo y razón de caos, dista claramente de semejante posibilidad alejada de todo compromiso de orden y maestría. Es pues un ejemplo claro de que también en espacio chico, la convivencia es posible. Incluso aquellos objetos más inertes marcan una pausa en el ritmo policromo y móvil, y no se convierten así en elementos extraños e incómodos en el global de la composición. Me llamó la atención un detalle recomendado por el artista, pero durante mi visita no realizado, que era nada menos que acompañar la muestra con ciertas fragancias combustibles, más bien dignos de un acto religioso o meditativo.