Tras «muchos, muchos, muchos» años dedicándose a la comunicación y a los eventos en la isla «tenía ganas de hacer más cosas y darle un poco más de sentido a todo», así es como la ibicenca Pilar Ruiz Costa dio un giro a su vida, armó su maleta, cogió su pasaporte y emprendió su camino por el globo. Para poder realizar estos viajes la realidad manda que hay que hacerlo "trabajando o a través del voluntariado"; investigando donde "podía echar una mano" encontró por la Red el proyecto de una ONG española situada en Benarés llamada ‘Semillas para el cambio’, creada también por una mujer española, con las dificultades que conlleva pertenecer al sexo femenino en ese país.

Si bien Pilar ya había estado dos veces en India esta vez el gusanillo en su interior era francamente distinto, «sentía la necesidad de arremangarme y hacer, y hacer». Lo que la hizo decantarse por esta organización fueron no sólo los proyectos que mantienen con los niños de los slums, sino también con las mujeres; que «si en cualquier lado del mundo ser mujer son 2 puntos menos en India son 25 puntos menos». Se dedicaban a enseñarles a coser y a trabajar la seda con la condición de que aprendieran a leer y a escribir, lo «que me pareció maravilloso». Les escribió y a la hora recibió una respuesta desde India diciendo que aceptaban su colaboración para que se encargara de la comunicación.

A los pocos días Pilar aterrizó en India para comprobar la «maravillosa labor de esta ONG que trabaja con más de 200 familias de los slums, que más que barrios son verdaderos vertederos de basura donde construyen casas con plástico y caña, donde viven los más pobres del país que más pobreza aglutina». En este escenario y tras realizar 1001 vídeos y contar millones de historias anónimas reales para tratar de dar visibilidad a la dura realidad de esta sociedad que se ceba aún más con las mujeres y los niños surgió una ventana de esperanza para dar visibilidad a estos ‘invisibles’.

Pilar recordó que en sus viajes anteriores por cuestiones de trabajo llevaba unas cámaras Fujifilm de plástico con carretes caducados que mientras «iba por ahí los niños te piden ‘foto, foto, foto’, aunque en realidad no quieren la foto sino que lo tienen asociado a que les das Rupias, entonces sacaba ese ‘trasto’ de plástico y les hacía una foto. Alucinaban de que de ese cacharro saliera una foto negra. Echaba un gesto de magia y al minuto aparecían sus caras y se las regalaba. Eso me dió tantos momentos impresionantes... algunos lloraban de alegría, otros traían a la albuela o te metían en sus casas», esta magia fue lo que recordó y se preguntó cómo sería la emoción que sentirían si las fotos las hicieran ellos mismos.

Entonces, escribió al gigante japonés contandole la experiencia y la idea de la nueva iniciativa. Desde allí respondieron diciendo que era el mejor proyecto que les había llegado y ofreciéndole cuantas cámaras necesitara. Así comenzó este movimiento artístico plagado de anécdotas que ni Pilar ni los participantes olvidarán en la vida. Ha sido «mucho más que darles una cámara y que hicieran fotos». Hay que tener en cuenta que son niños «si ahora comen y están leyendo es gracias a esta ONG, sino las cifras arrojan que una cuarta parte de ellos no hubiera llegado a los 5 años». Muchos de ellos ni siquiera sabían lo que es una cámara, "tuve que enseñarles que esas fotografías las van a ver otros niños, que puedan contar historias a través de una imagen, que pueden contar su historia". Lo más importante es que supieran que su historia es importante; "hay que pensar que lo normal para ellos es que en cuanto empiezan a caminar los manden con un saco a recoger basura por toda la ciudad, con todos los peligros que eso conlleva. Hay mujeres que las han casado con 9 años...".

Trasfondo

Dedicaron mucho tiempo a pensar como hacían para mandar un mensaje a otra persona a través de una cámara. Para ayudarlos la consigna consistió en que cada uno tenía un carrete de 20 fotos, tenían 9 temas comunes como ‘familia’, ‘el mejor momento del día’, ‘qué representa para mi la ONG’, ‘alguien que admiro o como me veo en el futuro’, ‘yo’, ‘mi mejor amigo’; después la cosa se complicaba con temas como el ‘amor’ y el ‘miedo’, teniendo en cuenta que las fotos no eran infinitas por no ser una cámara digital.

Para describir India Pilar afirma que hablaría más de "superstición que de espiritualidad. Es una superstición que los convierte en prisioneros porque se resignan... ‘Es lo que me toca porque soy mujer o porque soy de esta casta’, te aguantas porque te lo mereces". Ahí radica la importancia de darles esta posibilidad de expresarse. «Han sido tan cuidadosos con el material que eso mostraba el tesoro que significaba para ello».

Las ímágenes están firmadas con los nombres de sus autores y saben que Pilar hará lo imposible para que sean expuestas para que la mayor cantidad de gente pueda verlas. Los originales están en manos de sus autores "porque las fotos eran de ellos y para ellos" pero han sido escaneadas para su difusión.

La voluntaria confiesa que en esta experiencia no ha querido influenciarlos "pero quería que se vieran con el asombro de mis ojos y creo que lo he conseguido". Y destaca que el tener una cámara en la mano los ha empoderado porque durante esos minutos ellos eran los jefes "cuando en la ‘vida real’ esto sería impensable porque si eres niño eres invisible, pero si eres niña ya ni te lo cuento. Nunca hubieran podido decirle a su padre ‘ponte aquí, agáchate’".

Una de las anécdotas que le vienen a la memoria tiene por protagonista a un niño que llevaba una semana practicando como sería su foto, un tío suyo había viajado hasta la ciudad para ser parte de ella pero Pilar llegó un día más tarde a la cita porque su hija, que había llevado a India las cámaras no se encontraba bien, y el hombre tuvo que regresar a su pueblo; ante la desilusión del niño reprogramaron la foto para un día en el que su tio pudiera estar presente.

A un día de finalizar este viaje Pilar reconocer que «hay un antes y un después de India, de Semillas para el cambio y de cada uno de estos niños porque recordaré siempre a cada uno de ellos haciendo fotos».

De esta iniciativa han participado 18 niños escolarizados de los cursos superiores con los que trabaja la ONG en alguno de sus programas, no significa que sean de los más mayores «porque los escolarizan cuando pueden», están comprendidos entre los 12 y 17 años y ha da como resultado unas 400 imágenes que Pilar espera poder exponer en Ibiza en breve.