Paseando por las calles de Dalt Vila durante la última feria medieval tuve un encuentro, como quien se encuentra cuando sale de la rutina para recargar pilas. Nos imaginamos estos lugares paradisíacos que aparecen en estampas lejanas. A veces estas estampas las dominan encuentros. Encuentros con uno mismo.

Lo fascinante de este espectáculo es sin duda la adaptación de las instalaciones de una ciudad moderna a, lo que suponemos pudiera haber sido un recinto urbano en el medievo. Cierto es que del medievo no ha sobrevivido demasiado al paso del tiempo intramuros. Supervivientes son restos de la muralla que envolvía la Madina Yabisa, la calle de los judíos, alguna intercomunicación soterrada y bajo edificaciones, que sirvieron de entrada a las tropas catalanas. Creo haber entendido.

Cierto es que el resto de la vila superior es posterior, aunque aun así se presenta como un marco escénico más apropiado que por ejemplo el eixample. En realidad este barrio es una fusión de edades y sus correspondientes culturas. El reciclaje no es un acontecimiento actual. El humano ha reciclado siempre. Así edificios de una época conservan elementos de otra. Ocurre en Cuzco, en la Giralda sevillana y también en Ibiza. Son ejemplos que me vienen a la mente sin que quiera dar más importancia a éstos que a otros.

Y el enmariol.lament de señales de tráfico, contenedores de basura y cualquier otro artefacto moderno ubicado en este lugar dominado por la época renacentista, intenta sin duda acercarse a lo que suponemos fue realidad medieval. Aunque se trata sin duda de una actividad comercial más, parecida a tantas otras ferias a lo largo de la geografía de nuestro continente, en este caso, atrae numeroso público, isleño i foraneo.

Me atrevo a decir que es uno de los eventos más esperados cada año. Y si simplificamos, llegamos a la conclusión que se trata de un acontecimiento teatralizado de considerable atracción. Es una manera más bien tímida para tentar nuestro intelecto, señalando que esta parte del patrimonio destacado por la Unesco, debería contar con la misma vitalidad de estos días pasados, todo el año. O por lo menos algo similar. Aprovechando el marco histórico y revitalizar el barrio con comercios, restauración, y demás oferta siguiendo la iniciativa de Tráspas y Torijano, Shambala o la Torre del Canónigo que sigilosamente va extendiendo sus tentáculos por varias calles de este barrio.

No olvidemos ses monjes tancades, que aunque albergadas en un edificio moderno, si cuentan con un espacio digno de visitar con respeto y en silencio, para precisamente acercarse al encuentro con uno mismo. Es convent también destaca por su arquitectura diferente al resto de las iglesias rurales isleñas, y es uno de los lugares sacros que cada vez que busco refugio en él, me aleja del acontecer diario con energía renovada. La catedral y los museos de la ciudad alta, junto a los miradores invitan a más. Y no necesariamente un lujoso parador –cuando finalmente salga del letargo- debe ser la corona de este patrimonio.

Y volviendo al inicio de la presente reflexión, no hay que olvidar recónditos pasajes casi olvidados como el Carreró de l’Esperença, que albergaba en la esquina con la calle que lleva a la catedral un bar que también desapareció. Y la continuación paralela al Carrer Major, que casi invita a que olvidemos que nos encontramos a dos pasos del bullicio visitante y que cuenta con el todavía apropiado nombre Carreró de la Soletat, y que cuenta con una pasarela elevada, que une una de las casas señoriales con un jardín ahora, natural…