Con 90 años de edad, 'Rompescotas' es una de las personas que mejor conoce la evolución de la pesca en la isla. Empezó a pescar cuando era niño con su padre y se dedicó a ello toda la vida. Hoy sigue yendo al muelle cada día. | Arguiñe Escandón

Rompescotas, Antonio (Eivissa, 28 de febrero de 1928), pasea por el puerto de pescadores con su gorra de marino y la piel de la cara marcada por el sol y el mar, como el cuero bueno, que acaba gastado de tanto usarlo. Camina erguido como un pino y se agacha sin problema a coger las redes viejas para posar para la fotógrafa. Tiene 90 años, pero la rutina le mantiene ágil como si tuviera 60. Cada mañana se acerca temprano a ayudar con el cuidado de las embarcaciones o con las redes a cambio de pescado fresco. Alguna vez sale a faenar por el mero placer de hacerlo. A las 6 de la mañana. A medio día se va a casa a cuidar de su mujer, enferma en cama y a hacerle la comida. Alguna vez se ha acercado a hablar con los viejos de Vara de Rey, pero dice que no es lo suyo, que el mar le mantiene vivo.

Cuando pescaba con el bou (pesquero de arrastre), entre el 52 y el 59, había un mallorquín que me llamaba contramaestre. Contramaestre esto, contramaestre aquello. Y un día que estaba baldeando la barca, en aquel entonces no había bombas y se tenía que limpiar el barco con baldes. Él estaba en el muelle, y yo tiro un balde de agua y lo tiro tan fuerte que se va al muelle y le dejo empapado. Y dice «mem (imitando el acento mallorquín) tú, eres un rompescotas». Y el de popa que le hace gracia y lo repite «mira que te ha llamado rompescotas».

Y ahí se quedó.
— Sí, y ahí se quedó. Y ahora me llaman Rompe.

¿Y su mujer a la hora de comer, cómo le llama?
— Antonio. Antonio Molio Bri. Pero todos me conocen como el “Rompe”. Mi nombre no se conoce. Como hay otro Antonio Molio dicen que es el otro. Él y yo tuvimos un barco juntos durante un año, pero luego él se fue a tierra y se hizo patrón de cabotaje (transporte de personas y mercancías), porque esto no daba dinero.

¿Y usted cuándo comenzó a pescar?
— Yo comencé en pañales. Cuando era pequeño me iba con papá o con el padrino a pescar. Me mareaba mucho, pero iba a bordo. Hasta que estalló la guerra y mis viejos se fueron a Valencia. Y yo me quedé aquí con mi padrino y luego me fui a Santa Gertrudis, haciendo de pastor desde los 10 años. Luego mi padre murió y mi madre se quedó viuda cuando yo tenía 12 años. Mi madre vendía pescado y yo hacía la comida. A los 12 años cuidaba de los dos pequeños, mis hermanos Paco y Antoñita, y yo los levantaba para desayunar y a la hora de comer íbamos a coger pescado en la plaza y hacía la comida. No iba a la escuela.

Eran tiempos difíciles.
— Cada uno tenía lo suyo, yo fui a la escuela del 34 al 36, ya no fui más. Así que escribir no sé, y leer, cuando leo una palabra la tengo que leer varias veces para saber lo que dice.

Y profesionalmente, ¿cuándo empezó a pescar?
— Eso es otra historia. Yo me fui a Melilla y allí me embarqué pero todavía no tenía la libreta (la licencia de pesca). Tenía 14 años y me puse a pescar en un bou. Y luego hice el servicio militar en Canarias. Después volví a Melilla donde pesqué un par de meses y ya me vine a Valencia y de Valencia vine a Ibiza. Que fue en el 52 y ya vine casado con 23 años.

Así que ya volvió con mujer.
— Sí, y ya comencé a pescar. Y desde entonces he estado siempre pescando.

¿Cómo era pescar en aquella época? ¿Había motores?
— Pues en aquella época ya había motores, pero no los tenía todo el mundo. Yo empecé a pescar con Bou. En un primer momento compré un llaut para pescar con otra persona, pero no funcionó. Entonces volví a pescar en Bou, me hice patrón y me compré el barco para pescar con mi primo. Eso ya era el año 65.

¿Y salía al mar los días buenos y los días malos?
— Los días buenos siempre se podía salir, en aquella época se salía todos los días. Se salía incluso los domingos, día que no salía era raro. Faenaba 2 o 3 meses en Formentera, y venía sólo los sábados con la línea de Formentera a cobrar el pescado que había enviado a puerto, a ducharme, afeitarme. Y otra vez a Formentera.

¿Y cuando hacía mal tiempo?
— Pues cuando hacía mal tiempo me quedaba en Formentera o me iba a s’Espalmador y esperaba.

¿Y nunca le ha cogido un temporal en el mar?
— Bueno, algunas rachas fuertes si que nos han alcanzado, pero he pasado tantas que ni siquiera te sé decir de ninguna.

No hubo ninguna que dijese: “ostras, aquí estuve cerca”…
— No, no, no. Mi viejo sí. Mi viejo murió así en el mar, junto a mi hermano a los 17 años. Los dos se ahogaron. Bueno, mi hermano se estrelló contra las rocas. Mi viejo no, él se murió ahogado.

¿Cómo ha cambiado la pescado cuando usted empezó a ahora?
— Antes todo se hacía a mano, y ahora todo se hace con máquinas. Hasta el bou se sacaba a mano. Yo tuve más adelante una canilla con la que se iba sacando más facilmente, pero casi siempre lo saqué a mano.

¿En qué consistía un día normal?
— Aquí normalmente empezabas el sábado o el domingo, te ibas por la tarde a calar las redes. Luego o bien me quedaba en costa, me iba a s’Espalmador a dormir, o me iba a puerto. Si venía al puerto me tenía que levantar a las 3 de la mañana para ir a por las redes. Si me quedaba por allí cuando salía el sol me levantaba y empezaba a trabajar. Dormía más rato. Una vez que recogía las redes venía al puerto, vendía el pescado, y ya iba a bordo a adobar el pescado sobrante y arreglar las redes para volver a salir por la tarde. Ahora no se hace así. Ahora sales, calas las redes y vuelves a puerto.

¿Y se siente mejor en tierra o en el mar?
— Yo siempre dormía a bordo del barco. Veníamos a la costa, fondeábamos y a dormir. Se ponía un quinqué de petróleo en cubierta y a dormir. Además como dormíamos en cubierta cuando se movía un poco te despertabas. «Uep, ¿qué pasa aquí?» (gesticula como si se acabara de levantar sobresaltado) y mirabas alrededor. Había pasado un barco o había venido una racha de viento. Y ya zarpabas a buscar las redes. Nuestra vida siempre ha sido esta, siempre ha sido así.

Y me imagino que no todos los días habría la misma suerte, habría días mejores y días peores.
— Pues se recogía mucho. Los días buenos con el bou llegábamos a sacar una tonelada de pescado, y con red entre 70 y 80 kilos.

¿Se pescaba más antes que ahora?
— Sí. Pero ahora se pesca dinero. Antes un kilo de pescado no valía nada. En torno a 500 pesetas era lo que se ganaba en un mes. Aquí había 8 barcas, cada una con ocho hombres a bordo y dos en tierra. Ahora hay cuatro barcas con tres pescadores. Antes eran de 25 caballos y ahora son de 1000 caballos. Antes con una barca de 45 caballos cogíamos en un día más pescado que ahora en una semana. Pero antes traías una tonelada de pescado y apenas lo podías vender. Ahora con 4 peces haces dinero. Se trabajaba mucho más y se ganaba muchísimo menos.

¿Y vivía bien un pescador en aquella época?
— No, se vive mucho mejor ahora. En aquella época vivías, porque no nos moríamos de hambre, por lo menos tenías para comer. Pescado. Porque de otras cosas no había mucho. Antes de irme a Melilla aquí se comía pan de maíz que era un panecillo pequeño y amarillo. Y era como piel de naranja. Duro, y además a las dos horas ya había enmohecido. No te pasaba por el cuello. Cuando llegué a Melilla encontré pan blanco y me comí un kilo de pan. Pan con aceite, sin más.

¿Cómo cambió el trabajo cuando llegó el turismo?
— La llegada del turismo lo cambió todo en un mil por ciento. Cuando no había turismo no se consumía todo el pescado que se sacaba. Se enviaba el pescado a Mallorca. Los llauts de redes, que sacaban el pescado vivo y no era mucho lo vendían en el momento, pero con el bou se sacaba tanto que no se podía vender todo. Así que lo primero que se hacía era ir al mercado, cada cual a sus pescaderos, y se separaba el pescado por tipos y se les vendía. Normalmente un cajón de cada. Y una vez se había vendido en el mercado se le daba a un mayorista que lo compraba todo. Y él ya lo vendía en Mallorca cada día. Aunque a veces los propios pescadores nos íbamos a Mallorca a vender directamente el pescado. Entre dos barcos juntábamos suficiente pescado y nos íbamos a Mallorca. Luego empezó a llegar el turismo poco a poco, primero por San Antonio con un hombre al que llamaban el francés, y luego se extendió a Vila, y después a Formentera.

Y ¿ahí los pescadores empezaron a vender a hoteles y restaurantes?
— No, cada cual tenía su pescadero y él se encargaba de distribuirlo. Pero ya se empezó a vender todo aquí a por mayor. En cambio en Formentera se vendía por piezas. De hecho se sigue vendiendo por piezas como antiguamente.

Yo he visto fotos antiguas de un puerto muy diferente al que hay hoy día, ¿me puede explicar cómo era ese puerto?
— Pues donde estamos ahora (el muelle de pescadores) era mar. El puerto empezaba en aquella carretera (señala a la avenida de Santa Eulària) y seguía por la rotonda a la derecha. Lo primero que se amplió fue esta casa de aquí (el taller mecánico de barcos que hay entre el varadero y la cofradía) que en un principio se quería que fuera un restaurante pero no les dejaron, así que hicieron una carpintería de barcos. Luego hicieron el muelle del petroleo, este que hay en frente del muelle de pescadores. Pero entonces todo era agua hasta la comandancia.

¿Y los pescadores dónde estaban?
— En la Marina, en lo que llamaban “Sa Riba”. Todos los pescadores vivían junto a la muralla y teníamos en frente de casa las barcas. Y junto al “Martell” que entonces era más corto. Pusieron más cemento y lo ampliaron 60 metros.

Y la comunidad de pescadores ¿qué relación tenía? ¿Había buena relación entre la gente que vivía allí?
— Sí, mejor que ahora que cada uno está aislado. Entonces en el muelle estaban los pescadores, hijos de pescadores, mujeres de pescadores y los retirados que todavía ayudaban. Había mucha gente siempre en el muelle tomando el sol o la sombra. Siempre había pescadores que tenían palangres para arreglar y redes. Yo vivía en Sa Peña, justo bajo el canto de la muralla (señala el baluarte de Santa Llucia) y casi todos vivíamos allí. Algunos vivían en Dalt Vila, pocos.

Y se vivía en casas sencillas.
— Sí, pero grandes. Casi todo eran familias numerosas. Y las casas no tenían baño ni ducha. Había un agujero al pie de la escalera que iba al alcantarillado. Cada uno hacía sus necesidades en un balde y después se tiraba al agujero.

Y tal vez debería preguntárselo a su mujer, pero, me imagino que la vida de la esposa de un pescador es difícil, con el marido siempre en el mar.
— Pues imagino que sí, aburrida. Nunca quise que mi mujer trabajara, es algo que decidimos así. Luego mi hija sí que trabajó y a mis nietos los cuidó mi mujer. Yo dormía de día y trabajaba por la noche. Y así un día y otro, y otro. Cuando trabajaba con el bou. Cuando trabajé con redes sí que estaba más en casa.

Una vida dura la del pescador.
— Había días más fáciles y más difíciles. Dependiendo de la prudencia que se tenía en el mar. Había días que veías un poco de viento, pensabas que no era nada y es cuando te pegabas la bofetada. Hubo un día que nos cogió mucho viento en el islote de s’Espardell y hasta que llegamos a Es Cavallet tardamos cinco horas. Hubo días de mal tiempo, pero no temporales.

Sigue viniendo aquí cada mañana.
— Me aburro. Si no hago nada me aburro. Aquí ayudo a un pescador de por aquí. El día que quiero pescado cojo el que quiero. Me entretengo y no estoy sentado en un banquito. Estar hablando o estar por s’Alamera con los viejos, no sé, no pego con los viejos. No sé por qué.