Don Quijote apaleado por unos Arrieros, Franciso Leiro, CAC Málaga 2017

Desde siempre los humanos hemos estado desarrollando estados propios distintos a los reales, tratando así lograr fachadas que no reflejan el interior verdadero. Se podría escudar en una forma simple de autoprotección, y ser de esta manera de suficiencia aceptable en precisamente esta vía, aparentar para no desafiar la vulnerabilidad.

Si seguimos el proceso de imagen utilizado en cine por ejemplo, vemos la importancia que cobra la necesidad de perfeccionar caracteres, enmascarándolos exagerando o acentuando con más o menos intensidad las diversas pretensiones. En ocasiones así mismo se procura remolcar al observador hacia un juego que pretende nada menos que atraer la duda en cuanto a lo que se percibe. Tratar con sutileza y con solo un escenario varias posibilidades al tiempo.

Algunas danzas encubren su intención real, ocultando entre atuendo y movimiento la verdadera intención. Esta elaboración estratégica que aparentemente impide duda alguna, nace de la necesidad de poder ejercer públicamente lo que se pretende, sin ser pasto de la censura. Es el arte de nombrar intenciones sin hablar de ello. Nos llevaría automáticamente a la clandestinidad, a lo prohibido, si no hubiera la posibilidad de plantear duda.

Y el Arte perdona, no siempre. Pero recordemos las escenas más conocidas de El Bosco, en las que se caracterizan los protagonistas de manera grotesca, atrayendo la atención de cualquier persona con curiosidad suficiente, para crecer en la vida. Y no es necesario admirar con aprecio ilimitado lo apreciado, sino tenerlo simplemente en cuenta, i afegir-lo a una visión global.

Pues sí, el arte a veces perdona. Como es arte, y nos podemos atener a la libertad de expresión, se perdona según que expresión. Recordemos la exposición de l’esglèsia de l’Hospitalet que levantó duda en la comunidad cristiana local. O la obra gráfica realizada en la fachada lateral de un centro educativo en la villa de Portmany, que más tarde que temprano fue cubierta por un manto blanco. En estos casos el arte no tuvo carta libre, ni si quiera la exposición de Eivissa Crea con recortes de periódico, realizada en el muelle de Formentera al port de vila tuvo buena reacción pública.

Aun así seguimos pudiendo apreciar expresiones artísticas que a veces son aceptadas, otras no. Y no me refiero a críticas que ayudan en el avance de quien crea y quiere crecer y acoge en su regazo observaciones terceras cuyos frutos formarán parte de su propio futuro y de quienes lo comparten, siempre y cuando haya surgido de la iniciativa del primero. Pienso más bien en una especie de descatalogación, una herramienta social que pide e impide. Una forma de prevalecer ante cualquier circunstancia adversa que no cuenta con la conformidad de quien es elegido para mandar. De cualquier forma se pretende dar carta libre a cualquier expresión y no con ello apoyar a quien oprime. Aunque pensándolo bien, una opresión genera sin duda acciones que nos sumergen en la duda, si ha sido peor el remedio que la enfermedad…

Y con estas reflexiones y teniendo en cuenta diferentes puntos de vista y apelando a descubrir el arte de la interpretación de un lado y de otro, la anteriormente mencionada capoeira, perdón, no mencionada capoeira, invita a creer lo que se ve o no pensar lo que se pretende.

Aquí el apaleamiento se esconde en una obra maestra. Se refugia en la lírica, la violencia digo. Pero tanto los personajes, como el propio protagonista, aparecen armoniosos en una conspiración escénica, que según los ángulos que permite esta escultura sobredimensionada, invitan a la danza, más que a la lucha.