Passeig de s'Alamera, Vila 2018

Cualquier comienzo es difícil, posiblemente. Cuando tras años de proyectar, retrasar y finalmente consolidarse el proyecto de peatonalizar y unir tres espacios del punto más neurálgico de nuestra urbe, obviamente no faltaron críticas. Con razón o sin, el popular dicho que nunca llueve a gusto de todos contiene mucha verdad humana.

La realidad urbana contemporánea tiende a excluir el tráfico rodado de sus centros. Es curioso cómo hay elementos necesarios en cualquier lugar moderno y actual, que aquí en nuestra querida isla brillan por su ausencia. Formentera e Ibiza contaban con estaciones marítimas prácticamente idénticas. Hace unos años instalaron en la isla hermana una estación en condiciones y moderna, y aquí mantenemos aún aquella estación de antaño que lo único destacable que presenta es un relieve cerámico de Toniet, si no lo han quitado.

Y la estación del nuevo puerto en Botafoch, tras años de existencia del dique, pantalanes, duques de alba, incluso una pasarela techada con escalera mecánica, no es más que una triste carpa, que no es insignia de un puerto fronterizo. Si, la nueva estación está en proyecto, hace años. Suerte que existen los smilies. Hay administraciones que funcionan, otras no tanto. Aena por lo menos se ha ido adaptando a los cambios a lo largo de los años. Es Codolar cuenta con un aeropuerto digno de una isla reconocida mundialmente en el ámbito turístico. Son unas instalaciones humildes pero decentes.

Recuerdo de chico, pasar a través de uno de los portals de feixa de la pista, a la terraza ajardinada del bar de aquella entrañable terminal aeroportuaria. También recuerdo las lágrimas derramadas al caer al agua el todavía intacto rollo de papel, que se solía adquirir para celebrar la despedida de un pasajero estimado en un lateral del martell en el Port de Vila. Quiso el destino que una señora amable me ofreció el suyo para calmar el dolor de esta despedida. Incluso me instruyó en que, para evitar estas desavenencias, era aconsejable que se lanzara desde el correo y no hacia él. Aun así, según se iba alejando babor o estribor del muelle, aire y agua se teñían de color, acariciado por el fino y áspero papel desenvuelto.

Qué arte. Un arte de vivir, nada alejado de lo que se llama Lebenskunst. Y volviendo al Passeig de S’alamera de Vila y la reinauguración que se tragó el famoso reloj, establecido punto de encuentro de oriundos y foráneos. Lugar que en actualidad alberga una estructura tubular metálica coronada a diferentes alturas y en sus terminaciones por placas solares. Sorprende cuando observamos la similitud que presenta dicha estructura con la arboleda del paseo. Como una danza cuyo único mensaje es dar vida a la vida a través de las hojas de unos y las placas de otro…

Se conservan bancos y farolas. Un ficus que antes apenas resaltaba y solo era divisado por miradas atentas. Desaparecieron los bonsáis junto al logo del ayuntamiento. Aparecieron las manos de la plaza del parque. Y un nuevo punto de encuentro para todo visitante, sin importar procedencia o razón. Un punto de encuentro que no significa de ninguna manera una renuncia al valor arquitectónico y patrimonial tan apreciado de este lugar concurrido y urbano.

Lo diferente une y no crea distancia entre edades. En ocasiones estos elementos, al principio no apreciados, pasan rápidamente a ser representantes ejemplares de las distintas ubicaciones. Hace nada me sorprendió un mensaje negativo dirigido al Centre Pompidou de Paris, caracterizándolo de feo por excelencia. Un icono en el arte contemporáneo, sobrevivirá sin duda a cualquier incomprensión.