'Hacia la curva cerrada', Rafa Munárriz. Arco 2018

Ya en una ocasión hablamos de la dificultad de llenar un lienzo, contribuir a la ocupación del espacio, distribuir conscientemente, i amb seny, elementos en un entorno adecuado y adecuar estos elementos al entorno.

Es algo similar, como el ejercicio planteado en un estudio audiovisual. Grabar dos minutos de diferentes imágenes de y en una habitación vacía y blanca. Una tarea nada fácil. Si hubiera algún elemento, una silla, una mesa, una papelera, ya tendríamos perspectiva suficiente para emprender nuestro ejercicio. Más posibilidades aparecerían en el momento de existir una ventana, a través de luces y sombras.

Pero una habitación blanca y vacía, es como un lienzo en blanco. Una propuesta alternativa sería no llenar este espacio con la intención de aprovechar cada milímetro, albergando un máximo de elementos en él sino utilizar un único elemento y estudiar detenidamente su ubicación teniendo en cuenta posibles texturas, color, sombras y luces. Todo ello puede estar englobado en un fondo neutro, pero con suficiente característica visual para que no quede en una apariencia plana y monótona y, al mismo tiempo, no le quite importancia a este elemento que invade el espacio, pero no lo llena.

Sería una especie de conspiración simbiótica sin llegar a ser parasitaria. Este elemento, una silla, por ejemplo, puede situarse en cualquier lugar de este habitáculo y, según la luz incidente, la o las sombras proyectadas, merecerá automáticamente más o menos atención por parte del observador. Todo dependerá de los diferentes factores que caracterizarán su presencia, activando automáticamente más o menos presencia del propio espacio.

Traslademos esta experiencia volumétrica a una intención bidimensional. Comprobaremos rápidamente que una mancha cualquiera, de un tamaño determinado, color, textura y forma escogida de manera armónica, caracterizará un fond que por sí sólo ya debe tener suficiente enganche para resaltar o, simplemente, acompañar al elemento invasor. Lo llamaremos así porque inicialmente es colocado con ciertas tendencias de forma, color y textura, agravando por precisamente esa tendencia los límites establecidos. Como, por ejemplo, un vaso cualquiera colocado libremente en una mesa. Las posibilidades estéticas variarán según las características citadas anteriormente.

El propio vaso proyectará reflejos de todo aquello incidente en él. Aparecerá, en principio, como elemento neutro por su propia capacidad visual, pero no dejará de ser un agravio fundamental para el fondo, en este caso la mesa, sin que evidentemente llegue a ser una necesidad visual para que la mesa valide su propia existencia. Aquí topamos con un equilibrio simbiótico claramente definido. Nuestra composición crece según las diferentes opciones posibles y según el planteamiento estético escogido.

Volviendo a la propuesta pictórica limitémonos ahora a ubicar una línea oscura sobre un fondo claro, pero no plano. Aparecerán numerosas posibilidades que automáticamente servirán de guía para proporcionar equilibrio a la composición. Observaremos también la elegancia descubierta al trabajar con escasos elementos, que por un lado limitan, pero al mismo tiempo resaltan su propia presencia, incluso lo que rodea.

Acabamos así de establecer ubicación y emplazamiento circunstancial por su propia existencia. Una existencia que según lo establecido, propone infinitas alternativas para poder así transmitir propuestas para cualquier tipo de apreciación. Es así como finalmente cobra sentido emplazar sólo un elemento en el espacio, activando con facilidad el aprecio solicitado a los observadores. También en este caso, menos es más. Y las variaciones visiblemente infinitas.