El artesano joyero Enric Majoral descubrió Formentera en el año 1971.

Pese a ser natural de Sabadell, Enric Majoral es una seña de identidad de Formentera y de las Pitiusas. Su fiel dedicación a la artesanía y la joyería ha logrado que su figura sea reconocida alrededor del mundo. Casi cincuenta años en la isla y una vocación por potenciar su cultura y su arte le hicieron Hijo adoptivo de Formentera en 2014. A sus espaldas, numerosos premios y reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. El último de ellos, el Ramon Llull del Govern balear, concedido el Dia de les Illes Balears, el pasado 1 de marzo. Con motivo de esta última distinción, Majoral nos recibe en su taller, deja por unos minutos su labor artesanal y charlamos con él de su trayectoria, de su visión de aquello que le rodea y de algunos detalles que han sido y siguen siendo determinantes en la evolución de su figura.

Empezamos con el evento más reciente, que es el reconocimiento a las contribuciones de su figura en Balears con el premio Ramon Llull 2019. ¿Qué representa para usted haber recibido este galardón?
—Es todo un reconocimiento. Yo lo valoro como un reconocimiento de verdad que representa una aceptación hacia mi trabajo y mi persona en Formentera. Yo diría de mis joyas que llevan una pequeña esencia de la isla y a través de los formenterers ha podido llegar al ámbito balear.

De hecho, su bagaje de reconocimientos y galardones (Carta de Maestro Artesano de la Generalitat de Catalunya, Premio a la Trayectoria del Colegio de Joyeros de Catalunya, Premio Nacional de Artesanía del Ministerio de Industria, etc...) es más que notorio. ¿Se premia la artesanía tanto como sería deseable?
—Es un poco relativo. El año 2007 recibí el Premio Nacional de Artesanía que da el Ministerio en España. Claro, si eres un premio nacional de diseño o de arte o de lo que sea sales en todos los medios, pero si eres de artesanía… bueno. En Formentera se celebró, pero no sobrepasó demasiado de aquí. La artesanía aún está un poco infravalorada; se ha tomado siempre como una cosa menor, pero siempre ha hecho lo posible para posicionarse. De la artesanía se pueden crear empresas, industria, e incluso un movimiento contemporáneo. Yo es lo que he intentado hacer y en cierta medida lo he conseguido. De hecho, en mi caso, creo que el Premio Nacional iba un poco por ahí.

Nacido en Sabadell en 1949, llegó a Formentera en 1971 y estamos ya en pleno 2019. Una vida compartida entre dos tierras…
—Cuando descubrí Formentera el año 71 para mí fue como descubrir la tierra de mis bisabuelos, en el sentido de que Formentera aún conservaba una relación humana, unas tradiciones y naturalmente una lengua. Fue como descubrir una tierra virgen y fue como un enamoramiento inmediato.
Siempre pienso que no hubiese tenido el mismo recorrido, por ejemplo, en las Canarias, pese a que también tenía zonas muy vírgenes, también eran unas islas, etc… Para mí lo importante de Formentera no era solo el paisaje sino también la cultura y la gente que me encontré, que yo me sentía en mi casa, me sentía con mi cultura. Y eso ha hecho que haya seguido aquí tantos años.
Pero yo no me quise limitar a esto y quise contrastar mi trabajo con una ciudad, mi ciudad, Barcelona. Entonces abrí un taller y un punto de venta en allí. Desde entonces siempre ha existido esta dualidad que aún continua.

Es en Formentera donde empieza a prestarle dedicación a la joyería, sobre 1974, de manera autodidacta. ¿Cómo nace la pasión por este arte?
—En realidad yo trabajé al principio en la construcción y en el despacho de un arquitecto catalán que tenía proyectos por aquí. Pero lo que a mí que me interesaba era llevar una vida en casa, una vida familiar y hacer algo que yo pudiese hacer con las manos. A partir de ahí se me ocurrió empezar en la artesanía. De una manera autodidacta, informándome, preguntando y fijándome mucho en lo que veía por ahí empecé a crear un lenguaje propio. Al no tener una formación como joyero, ni unos estudios, tuve que inventarme yo mismo un poco las técnicas. Enseguida descubrí que era un trabajo creativo, un trabajo que me permitía vivir como quería vivir y, además, de pronto tuvo mucha aceptación por parte del público.
También hay que decir que había un gran ambiente, en Ibiza y Formentera, de artesanos. Yo era vecino de Gabrielet, artista, pintor, escultor, ceramista. Este mundo individual de crear con las manos lo tenía a mi alrededor, podía tener una referencia, ciertos modelos a seguir.

Entonces abandonó tempranamente la Arquitectura Técnica, que es lo que había estudiado.
—Aquello duró unos meses. A mí me gustaba esta Formentera tal y como la había encontrado. Tampoco me parecía lo más adecuado dedicarme al mundo de la construcción; yo buscaba una vida más íntima.

Define la joya como una forma de expresión y visión del mundo. De hecho, su obra toma como referencia este entorno donde nos encontramos. ¿Cómo se traslada la realidad, en este caso, de Formentera en una obra artística?
—Cuando digo que mis joyas tienen referencia a la naturaleza y a la Formentera que me rodea no me refiero solo a nivel de paisaje. Cuando yo hablo de Formentera hablo de paisaje, de la gente que vive, de lo que está pasando socialmente, de las culturas que han pasado... Ésta ha sido una tierra que se ha tenido que hacer a sí misma. La gente ha tenido que luchar mucho para sobrevivir y esto ha creado una personalidad fuerte. Por lo tanto, todo esto lo vives, lo notas.
Formentera es pequeña, pero actualmente creo que tiene a todo el mundo representado. No tiene nada que ver la sociedad de Formentera con una sociedad de un pueblo de la Península que tenga los mismos habitantes. Formentera es mucho más rica en vivencias, es una tierra de paso donde han llegado muchas tendencias, muchas influencias. Todo el mundo que viene trae y deja algo, a la vez que también se lleva algo de aquí.

La obra de un artista siempre evoluciona en paralelo a su propia realidad. ¿Cómo ha afectado el paso de los años de Enric Majoral en Formentera en su expresión artística?
—No sabría cómo decírselo. Es un cambio que se produce día a día.
Aquí desde hace muchos años hay la Feria de Arte y Artesanía de Formentera. Cada domingo se llena de gente y hay quien dice ya no es lo que era. Realmente lo que ha cambiado mucho es el mundo y Formentera yo creo que lo está haciendo bien dentro de sus posibilidades, de lo pequeña que es y lo difícil que tiene para defenderse en este movimiento global de cambio.
Pero pese a que ha cambiado mucho, también se ha enriquecido mucho. Formentera ha pasado de ser un sitio casi desconocido a una marca mundial. Los cambios se hacen día a día, también en nuestra vida y yo creo que en el trabajo también se nota. Lo importante es que el trabajo sea creativo, porque si es creativo no es aburrido y si no es aburrido es agradable de hacer.
Eso no quita que haya días en los que te desesperas. Para que haya buen tiempo, tiene que haber días de mal tiempo y en nuestras vidas también hay días de mal tiempo. En nuestro trabajo hay días que piensas ‘no seré capaz de hacer nada jamás’ hasta que el día siguiente empiezan a salir cosas nuevas.

Los materiales que componen la obra de un artista y su forma de trabajarlos también son clave...
—Como al principio mi trabajo era un poco místico, recurrí al oro y la plata, los materiales tradicionales de la joyería. Históricamente el oro siempre ha tenido ese componente dentro de la naturaleza de ser el único material que no se destruía, que era perenne, que no perdía el brillo. Para el hombre era como una sensación de inmortalidad. Así como al Sol se le adoraba y se le tenía como a un Dios porque la vida dependía de él, el oro daba un sentimiento de inmortalidad porque todo lo demás se destruía. Esto le ha dado estas características sagradas al oro y a mí eso me gusta. Siempre he hecho servir estos materiales.
Luego los he tratado como he querido y he seguido una tradición de joyería contemporánea europea en la que la joyería se desprende de aquél caparazón de que las joyas deben seguir un patrón y unos materiales determinados. Por lo tanto suelo usar pintura, plásticos, madera, y mezclarlos de todas las maneras.
Aquí [en su taller] hay una pieza totalmente construida de plata, pero pintada en este azul marino tan característico nuestro. Es plata pintada. La gente puede pensar que es absurdo, pero no, porque para mí las cosas tienen un significado. La plata tiene esta característica de metal noble y la pintura la pongo porque… podría decir que me da la gana [risas]. Porque en este caso no quiero el brillo de la plata sino el color, el movimiento del color.

El arte en cualquiera de sus vertientes es una seña de identidad de Formentera. ¿Tienen predilección las musas por esta isla?
—Yo recuerdo a principios de los 70, amigos que venían que no aguantaban ni 48 horas y se iban. Otros venían y se quedaban con la boca abierta. Formentera tiene esta fuerza. Formentera tiene algo, no quiero decir musas, magia… pero se transmite a nivel creativo, a nivel de arte, de movimiento social… Es una riqueza.

En este sentido, la Feria de Arte y de Artesanía de la Mola, de la que es miembro fundador, juega un papel fundamental.
—Éramos unos cuantos aquí en la Mola, que teníamos taller propio y después nos buscábamos la vida para vender. Entonces se nos ocurrió crear esta feria, que quisimos que fuera de arte y artesanía. El ayuntamiento en aquél momento lo vio como una idea buena, la gente de la Mola también.
Primero éramos siete u ocho y poco a poco ha ido creciendo, ahora hay como 70 puestos. Y como todas las cosas que crecen se tienen que cuidar. Volvemos a lo de antes, hay gente que dice que ya no es lo que era. Puede que antes hubiese más originalidad. Ahora los mercados de calle se han profesionalizado un poco y pese a que la gente que se presenta trae currículums muy buenos, a la hora de vender llevan su producto más comercial, pero la feria sigue manteniendo un nivel creativo bueno.

Cuando el arte da pie a constituir un negocio, y más si éste tiene éxito, ¿existe el peligro de que se pierdan cualidades?
—Yo empecé a hacer lo que hago porque me interesaba vivir de esto. Me gusta la artesanía, la joyería y hago joyas por gusto, sí. Pero lo hago también para poder vivir como yo quiero vivir. Por lo tanto, alrededor de nuestro trabajo hay piezas mucho más creativas, mucho más libres de concepción y luego hay colecciones más comerciales.
Yo siempre digo que nosotros empezamos ideando, creando, fabricando y vendiendo nuestras piezas. A mí me interesa que una persona que busca un souvenir de Formentera lo encuentre, pero que sea digno y que represente Formentera. Y una persona que busque una pieza artística, una pieza única y de un nivel más elevado, que también la encuentre. Esto me obliga a hacer piezas más comerciales y piezas menos comerciales. A veces existe confusión. Dentro del mundo de la joyería contemporánea hay gente que me considera comercial. Luego hay gente que asocia comercial con poco bueno. Yo creo que tienen poco criterio. Me parece que la obra artística de todo tipo necesita siempre la relación con la otra persona, que lo lee, que lo ve, que lo compra… Por lo tanto, en esta relación de valores entre nosotros siempre hay el comercio, el intercambio.
La máquina del comercio es terrible y puedes caer en la trampa. En el caso de Majoral vivimos, del 2007 al 2010, una fase antes de la crisis con un crecimiento descabellado donde entramos incluso en una cadena comercial muy importante de Estados Unidos, que nos mandaba muchas exigencias. Nosotros decidimos dar un paso atrás y volver a nuestra esencia. Volver a Formentera, que te acoge como una madre amable, y te dice “aquí estás protegido y aquí puedes volver a crear cosas con personalidad, con intimidad, que la gente sabe apreciar”. Este público está claro que es más minoritario, pero a mí me sirve.

Su obra está presente en tiendas propias, establecimientos externos, galerías e incluso en la colección permanente del Museo de Arte y Diseño de Nueva York. ¿Ha traspasado todas las fronteras, o Majoral todavía tiene para mucho más?
—Hemos estado hablando todo el rato de Enric Majoral, pero Majoral es una empresa familiar y tiene todo un equipo que está dando continuidad a la marca. Piensa que las mejores colecciones que están saliendo ahora están diseñadas por Roc [su hijo]. De hecho, podríamos decir que él es quien está ahora dirigiendo la empresa Majoral. Los dos premios que nos han dado en Las Vegas en 2012 y 2015 de diseño en plata y oro son por piezas hechas por Roc. Quiero decir, Majoral es una gran marca, que tiene una identidad propia, que puede continuar transmitiendo esta identidad y esta visión del mundo contemporáneo.

Por lo tanto, la estela de Enric Majoral perdurará en un futuro muy lejano.
—Sí, por supuesto. Continuará.