La nueva generación de 'ball pagès' mostró sus habilidades entre el público. | EVA GOMEZ

Abanicos, ventiladores y resoplidos, que no fueron suficientes ayer en la iglesia de Sant Antoni para apaciguar el intenso calor, que provocaba que la gente entrara y saliera de manera interrumpida mientras se celebraba la misa con honor a las fiestas de Sant Bartomeu.

Pasadas las 21 horas la gente se levantó de sus asientos para comulgar, lo que suponía ya el fin de la misa. Pero una vez finalizada la comunión, uno de los 12 capellanes asistentes quiso dedicar unas palabras al nuevo retablo que luce la iglesia, lo que ha actualizado la imagen de la misma. Tal y como informó, «teníamos la idea de recobrar elementos de la iglesia que fueron de nuestros antepasados, no con el fin de adornar. También se nos ha dispuesto una nueva silla y una mesita para el altar, lo que ha alcanzado un importe de 37.859 euros». A continuación, el capellán invitó a los asistentes a hacer una donación con el objetivo de que dentro de unas semanas se hayan pagado las nuevas adquisiciones.

Con todo, el reloj marcaba las 21,30 horas cuando la procesión comenzaba. «Este año la misa se ha alargado mucho. Además en la iglesia hacía demasiado calor», apuntaba una mujer abanicándose.

Uno tras otro, los santos fueron saliendo del recinto seguidos por los 12 capellanes y el obispo de Eivissa y Formentera Vicente Juan Segura. Amenizado con música de ball pagès, la procesión dio la vuelta por las calles contiguas hasta volver a la iglesia diez minutos más tarde, donde las campanas anunciaban el fin del desfile.

Baile y comida

Rápidamente, la gente se desplazó hasta la parte trasera de la iglesia, donde comenzaba el ball pagès de manera muy animada. Los más acalorados fueron directamente a la barra montada a buscar algo de bebida mientras los demás observaban el espectáculo de baile.

Uno de los momentos más aplaudidos fue cuando la nueva generación de ball pagès salió al centro para mostrar sus habilidades al público. Las madres buscaban con la mirada a sus hijos y sonreían al verles moverse como auténticos pagesos. Juan, nacido en Sant Antoni, explicaba: «Cada año vengo a la misa y a ver el baile. Mis dos hijos son sonadors y nos gusta mucho cuando actúan en fiestas patronales».

Pasadas las 22 horas, el baile seguía y cada vez se acercaba más gente movida por la curiosidad. Un gran número de turistas entraban en la zona, preguntándose sobre esta modalidad de danza típica de Eivissa.

La tradición continuó, ya que un gran número de bandejas de bunyols se extendieron a lo largo de las barras para servir al público.

Con una sonrisa, todos fueron cogiendo de este dulce tradicional. «No sé muy bien de qué está hecho, pero está muy bueno», decía una chica inglesa joven, a la que la acompañaban un grupo de amigos.

Uno de los niños del ball pagès no estaba muy de acuerdo con el plato escogido: «A mí me gustan más las orelletes. Los bunyols tienen mucho azúcar».

Entre copas y más bunyols, la fiesta continuaba, con espontáneos que se animaban a salir a la pista a probar su ball.