Toni Torres, socio del Club Colombófilo Santa Eulària y propietario del palomar Toni Marsá (ubicado en el bar Can Marsá), mira con cariño a una de sus aves. | Irene G.Ruiz

Toni sube al palomar todos los días para dar de comer a sus aves, comprobar que estén bien, limpiar el espacio en el que viven y soltarlas cada día para que vuelen. Vinculado al mundo de la hostelería desde hace muchos años (es el propietario del bar Can Marsá), Toni dedica buena parte de su tiempo libre al cuidado de sus pájaros, sobre todo desde que se jubilara hace tres meses. «Empecé con 16 palomas en 1976. Un año después más o menos compré el palomar en Bélgica porque allí están muy preparados para todo lo que tiene que ver con la colombofilia; he llegado a tener unas 120 palomas», asegura este ibicenco para segundos después empezar a silbar con la intención de que sus aves regresen al palomar.

Volando en círculo, poco a poco deciden que ya es hora de entrar en el hogar y las más lanzadas se posan en el tejado esperando a que sus compañeras de vuelo hagan lo mismo. Mientras tanto, Toni pone un preparado alimenticio basado en trigo en el comedero y cambia el agua de los bebederos. Es en ese momento cuando este socio del Club Colombófilo Santa Eulària se da cuenta de que la familia de su palomar ha crecido, pues acaban de nacer dos crías. Con cuidado retira el cascarón que acaban de romper y comenta con gesto emocionado: «Dos más, ¡qué bien!».

Peligros

Y es que esta temporada no ha sido del todo buena para este criador: «Ha hecho mucho frío y las aves rapaces no dan tregua a las palomas». A esto hay que sumarle la exposición a enfermedades como tricomoniasis o la coccidiosi: «Para mí lo más importante es que estén limpias y sanas, por eso viene una veterinaria a hacerles una especie de revisión y tengo toda la toma de medicinas preventivas al día». Una de sus principales aficiones es la «liguilla» en la que participa con el resto de socios del club, unos 22: «Tenemos unas clasificaciones en las que se miden la velocidad y los kilómetros recorridos. Empezamos en Alicante, después Lorca y hasta Portugal; de menos distancia a más». Un camión lleva las palomas hasta el punto de partida del recorrido y desde allí las aves regresan volando. En el palomar, un reloj electrónico controla la llegada de las aves: «En la última salida que tuvimos, que fue a Cabeza de Buey (Badajoz), de las cuatro palomas que saqué sólo volvió una». Bajo el palomar, está su casa. Allí tiene más de dos vitrinas llenas de trofeos: «El primer premio que gané con las competiciones de palomas fue en 1977. Lástima que no lo conserve». Pero para él estos reconocimientos no son tan importantes como la satisfacción que siente al cuidar estas aves: «Yo siempre lo comparo con cualquier otra práctica deportiva, pero realmente es mucho más. Cuando las suelto, espero y espero y veo que no vuelven, el día se me tuerce; me da mucha pena».

Uno de los momentos más bonitos de su día a día se produce cuando abre las puertas de la casa de las 33 palomas que tiene en la actualidad para que éstas vuelen un rato. Con mirada puesta en el cielo y una gran sonrisa, él pasa los minutos contemplando el planeamiento en círculo de las aves. «Las distingo a todas, incluso volando», puntualiza.