Zidane atiene a un grupo de aficionados; el futbolista francés se ha convertido en una de las grandes sensaciones de la Eurocopa y ante España dejó patente que es un jugador desequilibrante.

La Eurocopa ha cerrado la puerta a España, una selección cuyo bagaje es idéntico al obtenido por Turquía. No mejoró en nada el equipo nacional si se toma como referencia el torneo de naciones que organizó Inglaterra, pero una facción de la crítica especializada, curiosamente la misma que satanizó a Javier Clemente "aunque el de Barakaldo también puso mucho de su parte", opina de forma casi unánime que el grupo de Camacho merece el aplauso.

Reclama la atención la forma que adopta la vara de medir en función de quien ocupa el banquillo de madera, aunque está sensación también es extrapolable al césped: la graduación que se otorga a los errores de los futbolistas también varía en función de su nombre y apellido.

Varias horas después de consumarse el despido de España, uno descubre que los mismos que exigían el título consideran plausible llegar a cuartos y que sólo factores azarosos (lo de Yugoslavia no lo fue, obvian) impidieron tumbar a Francia. Varias horas después de consumarse los hechos de una crónica anunciada, uno también descubre que Raúl es intocable. Da igual si el hombre los mil millones se ha pasado el torneo sin oler el balón; da igual si el gran Raúl se marca un ensayo fantástico desde el punto de penalti. Basta con poner cara de pena para ablandar los corazones más duros y recordar que Maradona (eso hizo Valdano, por ejemplo) también falló alguna pena máxima. Cargar ahora sobre las espaldas de Raúl González Blanco el peso del enésimo fracaso de la selección española resulta desmedido, tanto como culpar a Molina, Fran, Aranzábal, Valerón, Michel Salgado, Cañizares o Guardiola "por citar a algunos que han figurado en la nómina de imputados durante parte o todo el torneo. No obstante, ocultar y disfrazar un error industrial genera excesivas dudas y también una inmunidad sospechosa.