Isidoro Santos ULSAN
José Antonio Camacho quería que la selección tuviera un líder, un jugador capaz de imprimir al equipo ese carácter ganador que él derrochó en su época de futbolista, eligió para esa misión a Raúl González y el delantero del Real Madrid no le ha defraudado. Camacho, en vísperas del partido amistoso que España jugó en Rotterdam ante Holanda a finales de marzo, confesó que había hablado con el jugador madrileño para decirle que tenía que ser el encargado de «tirar del carro». Y Raúl tira cada vez con más fuerza.

En los momentos clave, cuando la selección más le necesita, Raúl siempre aparece para solucionar los problemas con esa calidad y esa casta que sólo está al alcance de unos pocos privilegiados. En el primer partido de España, ante Eslovenia, enderezó el rumbo del equipo de Camacho cuando estaba a punto de concluir el primer tiempo. Raúl deshizo el empate a cero con una genialidad. Aprovechó un rechace, descolocó a toda la zaga eslovena con un quiebro de cintura espectacular al borde del área y firmó el 1-0 con un disparo muy certero. El camino del triunfo (3-1) fue mucho más fácil para España a partir de entonces.

El miércoles, cuando España se jugaba el primer puesto del grupo B ante Suráfrica, Raúl volvió a demostrar que es uno de los mejores jugadores del mundo. Abrió el marcador nada más comenzar el encuentro con un tanto de mucha picardía tras aprovechar que el balón se le escapó de las manos al portero surafricano. Había que estar donde estaba Raúl, en esos rincones que la mayoría nunca pisa, para convertir en gol una jugada que parecía intrascendente. En la segunda parte, tres minutos después de que los «bafana-bafana» hubiesen conseguido el empate a dos goles, Raúl acudió otra vez al rescate y selló el 3-2 definitivo con un excelente remate de cabeza.

Pero Raúl no sólo ha aportado goles. Pelea y corre como si cada partido fuese el último de su vida, acude a posiciones retrasadas para organizar las ofensivas españolas, juega con criterio al primer toque, se desmarca, abre huecos arriba a sus compañeros y, si hace falta, es el primero en correr cincuenta metros para defender.