Morientes no pudo evitar echarse a llorar al final del partido.

España estaba hasta ayer acostumbrada a despedirse de los grandes acontecimientos por deméritos propios, por no saber más que el rival, en definitiva, por no ser capaz de liberarse del estigma perdedor que siempre ha envuelto al combinado español. Sin embargo, ayer la selección española acabó gritando eso de «manos arriba esto es un atraco».

La sensación de robo y de injusticia invade a un equipo que sin terminar de exhibir un juego sólido y eficaz en esta fase final, iba superando barreras que parecía imposible derribar. Corea no es mejor que España y Camacho contaba con eso, pero lo que no entraba en los planes era el encontrarse con un trío arbitral mediatizado por el entorno, asustado por la situación y cómplice de una sospechosa conspiración por la cual Corea tiene que estar en semifinales a cualquier precio. Italia avisó, pero entonces se interpretó lo dicho desde la escuadra transalpina como una «pataleta» de un equipo que haciendo lo mínimo siempre solía recoger lo máximo.

Ayer Camacho y sus hombres comprobaron como un juez de Trinidad y Tobago y otro de Uganda dilapidaban el sueño de un país que creía ciegamente que este Mundial era el Mundial de España. No es bajo ningún concepto comprensible que un árbitro y dos asistentes que actúan en ligas olvidadas y sin ningún nivel competitivo puedan ser designados para dirigir un partido de cuartos de final. Quien sitúa a estos hombres en el césped es tan culpable como ellos y son los primeros que motivan que una sombra de sospecha se cierne sobre esta fase final.

Todavía hoy es difícil hacer un análisis en frío porque el martes se disputará una semifinal en la que España podía estar ahí ya que, como mínimo, hizo los mismos méritos que su rival pero no contó con la ayuda de la que dispuso el cuadro anfitrión. Nada ni nadie sabe lo que podría haber pasado si España hubiera seguido adelante, tal vez Alemania no habría perdonado.

Lo peor es eso, el acabar de un plumazo con la ilusión de una afición que veía como algo estaba cambiando. Pero todo sigue igual, igual que siempre. Otra vez en cuartos nos volvemos para casa.