Un momento del espectáculo de los Harlem Globetrotters. Foto: K. TABERNER

S. M.
La complicidad con el público y el espectáculo del baloncesto elevado a la potencia de la risa son los ingredientes de la última de las actuaciones en Illes Balears hechas por los Harlem Globetrotters, que hicieron las delicias de los más de 2.000 espectadores que acudieron ayer al Poliesportiu Insular de Sa Blanca Dona. El resultado del inusual partido era lo de menos. Además, la virtud de este espectáculo es poner al alcance del espectador un baloncesto que no se ve en España. El de la suspensión eterna frente al aro, el de la canastas preciosista, el de el triunfo del ataque individual y la imposdición del físico en el uno contra uno. Claro, que el juego de los Harlem, más que con los New York Nationals, es con los niños. Unos se llevaron una camiseta, la mayoría pudo tener un autógrafo, hasta el alcalde de Eivissa se llevó un balón pequeño de regalo con la firma de todos los jugadores.

Y es que el baloncesto de los Harlem Globetrotters trasciende las fronteras de Estados Unidos y se convierte en un bien compartido por muchos públicos de todo el planeta. Ésa es su dimensión y ese es su triunfo: ser el equipo más conocido de todos los tiempos, aunque algunos se pregunten hoy día al oir su nombre si todavía existen. Blanca Dona pudo ver, con un nuevo llenazo, que son reales. Los New York Nationals fueron, como viene siendo habitual, simples testigos de las habilidades políticamente correctas de estos magos del balón que rindieron a sus pies a varias generaciones de pitiusos. Al ritmo de su particular himno de guerra, el «Sweet Georgia Brown», los Harlem Globetrotters encandilaron al respetable y empezaron a hacer de las suyas, con el árbitro -Barry Terry- y sus rivales de turno como «víctimas» de sus bromas. Paul Gaffney y los suyos supieron meterse en el bolsillo al público, que se convirtió en cómplice de su sentido del humor, con un balón y dos canastas como confidentes. Los niños también disfrutaron de su particular dosis de protagonismo.

Ellos fueron los que más disfrutaron, con los jugadores y su mascota, «Globie». Lo de menos era el resultado, lo importante era hacer sonreír con el baloncesto como ideal argumento. Y es que sólo ellos saben hacer de un partido algo diferente, ameno y que conecte desde el salto inicial con un elemento básico para los Globetrotters: el público. El colorido fue otra de las notas más significativas, siendo un requisito indispensable para un equipo que convive con el espectáculo, elevado a la máxima potencia cuando los términos baloncesto y Globetrotters comulgan sobre el parqué, en este caso el de Blanca Dona, que catorce años después rememoró sensaciones únicas. Con más de veinticinco mil partidos a sus espaldas, los auténticos artistas del balón dejaron constancia de su clase y de la amplia fama que les rodea -son casi ocho décadas dando vueltas al planeta-, arrancando una sonrisa o provocando la admiración de aquellos que no quisieron perderse la puesta en escena de un equipo que se convierte en objeto de admiración allá por donde transita, siendo un referente internacional y un embajador del baloncesto, que ayer enganchó a los mallorquines con peculiar lenguaje expresado a ritmo de acrobacias y jugadas imposibles.