Permanencia a la vista. El Mallorca arañó un punto en forma de diamante durante su incursión por el Calderón y dio un nuevo paso al frente en su camino hacia la meta. Los baleares, con una actuación más seria que brillante, tutearon a un imprevisible Atlético de Madrid y reforzaron el blindaje de su autoestima con un empate que seguramente ganará valor con el paso de las jornadas. El acierto de Arango endulzaron un partido horrible, que sin embargo, ayudará a los isleños a seguir alejados del fuego (1-1).

El Mallorca empezó siendo el único dueño del balón. Aguirre renunció a su obligación de llevar la iniciativa y le cedió la batuta a los baleares para que éstos marcaran la pauta. Mientras tanto, los rojiblancos aprovechaban el tiempo para asentar su defensa de circunstancias y buscar alguna grieta en la zaga rojilla, fundamentalmente a través de la inspiración de Jurado. El mediapunta gaditano provocaba un cortocircuito cada vez que se trasladaba hacia el centro y suya fue la primera advertencia seria de los rojiblancos. El Mallorca en cambio, disponía de la bola y la cuidaba, pero se fundía frente al área de Leo Franco. El regreso de Manzano al doble pivote le restó mucha presencia ofensiva y aunque sus llegadas fueron continuas a lo largo del primer tiempo, todas carecían de entidad. Víctor vivía aislado entre la retaguardia local, Ibagaza sólo aparecía a ratos y Arango no generaba una sola noticia. En esas estaba el partido cuando Torres reventó el guión que había sobre la mesa. El Niño, más cuestionado que nunca por su falta de puntería, le ganó la espalda a Navarro y aprovechó un pase de lujo de Jurado para dejar petrificado a Moyà y abrir la lata (minuto 15). Un arponazo tan preciso como engañoso, ya que el Atlético aparcó la presión, se puso a cubierto y trató de anestesiar el partido recurriendo a todas las fórmulas posibles. De ahí hasta el descanso, el Mallorca invadió el espacio de los madrileños, pero sin inquietar demasiado. Es más, los últimos minutos de la primera mitad podían haberse jugado sin porterías.

El segundo del partido tiempo propició un cambio de escenario. Los técnicos era partidario de alterar sus planes iniciales, aunque el Mallorca encontró petróleo y reinició el pulso de modo instantáneo.

Héctor le robó la cartera a Jurado, se apoyó en Víctor y éste coló el balón en el corazón del área, donde Perea no daba abasto. Arango, que estaba allí haciendo guardia, necesitó dos rechaces para completar la acción, pero acertó finalmente en la diana y equilibró las opciones de uno y otro de cara a los minutos restantes.

El gol apagó el eterno murmullo del Calderón y facilitó la reaparición del espíritu de Sevilla, ése que había reclamado Manzano en las horas previas al encuentro.