Sin síntomas preocupantes que hagan sospechar en contratiempos físicos y activado por las limitaciones de un rival frágil, Rafael Nadal sobrepasó el trámite inicial del Abierto de Estados Unidos con la autoridad del resto de candidatos en Flushing Meadows, donde sobreviven también Juan Carlos Ferrero y Nicolás Almagro.

Con similar contundencia con la que debutaron el suizo Roger Federer, el estadounidense Andy Roddick o el británico Andy Murray, Nadal afrontó la escena con determinación. Sin malos gestos en su cuerpo. Ni en las rodillas. Ni en el abdomen, que semanas atrás condicionó su servicio, y ganó al francés Richard Gasquet por 6-2, 6-3 y 6-3. Nadal se movió con normalidad. Suelto de piernas. Concentrado. Vivió el partido y mantuvo las distancias. Nunca cedió el servicio.

No es el tenista francés un adversario que deba inquietar al jugador manacorí. Nunca lo ha sido. Ni cuando formaba parte de los diez mejores del mundo, en 2007. Ni mucho menos ahora. Aún lastimado en su autoestima por la sospechosa acusación de consumo de cocaína.

Ha estado el galo penando por el positivo. Un lastre moral que ha arruinado su delicada predisposición en la pista, donde siempre exprimió el talento natural que le convirtió en una esperanza para el tenis francés.