Ana Ferrer, sonriente durante el programa televisico Dxtef de la presente semana.g Foto: TONI ESCOBAR | Toni Escobar

Ana Ferrer Prohías (Ibiza, 31-03-1990) ha sido elegida la mejor deportista del año en Santa Eulària, un galardón que no esperaba. La jugadora de balonmano es la líder de un Puchi que, a día de hoy, pelea por la liga, título que «se puede ganar», tal y como afirma la ibicenca.

—¿Esperaba ganar el premio de mejor deportista del año en Santa Eulària?
—No. Fue toda una sorpresa. Es cierto que lo sabía la gente. Lo debía saber todo el mundo menos yo. Me lo encontré de frente y me quedé alucinada. Nos dijeron que nos darían el premio al mejor equipo y entonces fuimos todas juntas. Lo que pasa es que varios de mis entrenadores, familiares y compañeras sabían que iba a recibir el premio, pero yo no tenía ni idea.

—¿Cuál fue su reacción?
—Lo primero fue mirar a Noel, porque me hizo un comentario que me había dejado pensando. Mencionaron a mi padre y, desde entonces, es verdad que me pasé toda la gala temblando. Escuché mi nombre y me quedé en blanco. ¿Subo o no subo? No podía. Me temblaban las piernas. Mis compañeras se pusieron muy contentas, como siempre, pero es un premio que merezco igual que el resto del equipo.

—Precisamente el Puchi se llevó el galardón al mejor equipo.
—Éste fue el mejor premio. Fue muy trabajado. Ése y el de mi padre.

—Tiene mérito lo del Puchi, ¿no?
—Mucho. La mayoría de jugadoras nos vamos yendo fuera de vez en cuando, no todo el mundo, pero la mayor parte sí por tema de estudios o vivir una experiencia nueva. Hay personas como Raquel Bejarano o Paulina Pérez que son jugadoras importantes y se han ido. Luego, a ver si todas volvemos aquí y nos juntamos para hacer un equipazo con el Puchi.

—Cuando entregaron una mención especial a José Antonio Ferrer, su padre, a título póstumo, la palabra emoción debe quedarse corta.
—Fue un detalle precioso. No pude evitar emocionarme y recordarle como todos los días. Sobre todo, recibir el último premio fue como una dedicatoria especial a mi héroe, que, nunca mejor dicho, estuvo conmigo en esa gala.

—Echando la vista atrás, ¿cuándo empezó a forjarse esta estrella del balonmano?
—Me encontré a mi mejor amiga y a Ana Boned en un pabellón. Me dijeron ‘apúntate a balonmano y vente con nosotras’. Yo, que me apuntaba a todo, dije ‘mamá, quiero jugar a balonmano’. Ella pensaría ‘de dónde saco yo tiempo ahora para llevar a mi hija’. Empecé y no tuve ninguna duda de que tenía que dejar el resto de deportes, más que nada por el ambiente diario. Era algo alucinante y me enganché desde el principio.

—Empieza a despuntar y consigue antes de dar el salto a sénior una plata en un Europeo y un Mundialito.
—Fue alucinante. Fue empezar a jugar a balonmano y me llamaron muy pronto para concentrarme con la selección en las categorías inferiores. Al principio, tenían muy en cuenta el físico. Yo venía preparada físicamente. Mi familia me había llevado a todos lados y habíamos recorrido toda Ibiza haciendo deporte. En este sentido, fui preparada y, luego, me fui formando y tuve la suerte de seguir en estas categorías inferiores de la selección con un grupo realmente especial. Tuvimos muchos logros no porque fuéramos el mejor equipo. Supieron sacar mucho de nosotras.

—Su buen trabajo le lleva con 18 años al Alcobendas, de la máxima categoría nacional. ¿Cómo se gestó su fichaje?
—Estaba valorando salir de la isla. Quería jugar a balonmano, pero, sobre todo, quería estudiar y hacer mi carrera. Estuve valorando diferentes opciones. Estaba ya casi convencida de irme a Valencia con mi hermano y dejar el balonmano aparte, pero en el último momento apareció el Alcobendas y me pareció una oportunidad muy bonita. Era un recién ascendido, con chicas jóvenes y, además, algunas de las que compartíamos selección iban para allá. Íbamos a vivir juntas y el proyecto me cautivó. Fui de cabeza. No quería irme a uno de los grandes porque no iba a tener minutos. Acaba de salir de las categorías juvenil y júnior y tenía que prepararme para competir en esta categoría. Qué mejor que un equipo acostumbrado a luchar, sufrir y con jugadoras jóvenes que íbamos a por lo mismo. Fue la mejor decisión que pude tomar sin duda.

—¿Impacta eso de llegar Alcobendas tan joven en una temporada en la que también fichan a jugadoras internacionales por Croacia y Francia?
—Fue alucinante, una experiencia inolvidable. Cuando pasa a ser un trabajo, no tiene nada que ver. Llegas con toda la ilusión del mundo y no te crees lo que está pasando. No te crees que vas a a vivir algo con lo que disfrutar tanto.

—¿Fue difícil la primera campaña?
—Fue muy dura, porque llegas de haber terminado tu época juvenil y júnior. Para empezar, físicamente se necesita mucho más trabajo. Decidí darlo todo con el fin de conseguir minutos y continuar creciendo. Al final lo conseguí. Soy muy cabezona. Todas las temporadas han sido muy diferentes en el Alcobendas, pero todas han sido muy bonitas.

—En enero de 2014 sufre una lesión en la rodilla y parece ser que puede cambiar su vida.
—Ahí se te cae el mundo encima. En el momento en que tu rodilla sale, vuelve a entrar y escuchas ese ‘crack’, no te imaginas las cosas que pasan por tu cabeza y no te imaginas lo equivocada que estás con respecto a la hora de afrontar la rehabilitación. En primera instancia, lo primero que piensas es: ‘¿Ahora qué?’. Ya sólo estás pensando que te tienen que operar y estar seis meses mínimo sin jugar, perdiéndote la temporada. No te das cuenta de lo duro que es el día a día teniendo una pierna que no sabes utilizar. Creo que ha sido una de las experiencias que más me han fortalecido mentalmente. Diría que hasta me alegro de que haya pasado. Sé que suena raro, pero fue alucinante el crecimiento personal que tuve ese año.

—Afortunadamente, tuvo el arropo de sus compañeras.
—Venían al piso. Unos días con unos Donuts, otros con no sé qué. Ahora pierna arriba, pierna abajo... Se alegraban tanto como yo de los pequeños pasitos que iba dando. Así todo es más fácil, pero se hace cuesta arriba porque te estás dedicando al deporte, ves que tus compañeras siguen el ritmo habitual y tu vida ha cambiado por completo. No puedes hacer nada de lo que hacías antes. Sigues yendo a la universidad en cuanto puedes porque quieres sacarte la carrera, pero estás en clase pensando dónde poner la pierna. No puedes ni levantarla al principio. Tuve que estar bastante tiempo sin apoyarla porque también me rompí el menisco y me lo suturaron. Cuando te dicen ‘puedes apoyar el pie’, dices ‘¿qué pie?’. Las cosas que piensas ahora que son una tontería no lo son. Es volver a nacer.

—Y volver a nacer lo hizo el día que regresó a la cancha.
—Fue alucinante, una sensación única, muy especial y emotiva.

—¿Cómo recuerda ese partido?
—El regreso no es fácil. Los seis meses son el tiempo que tardas en volver a pista, pero las sensaciones de pista no las coges hasta el año. El regreso es una pasada porque vuelves a compartir pista con tus compañeras. Vuelves a sumar en el equipo, que al final es lo que quieres, pero te das cuenta de que no aportas aún todo lo que deseas y queda mucho por trabajar. Por un lado, es muy bonito, pero, por otro, te pone los pies en la tierra y de dice ‘sigue trabajando esa rodilla si quieres estar al nivel de antes’.

—¿Se le hizo larga la espera?
—No, se me hizo duro, pero muy gratificante. Cada pequeña mejora era brutal. La vivía como si me hubiera tocado la lotería. Conseguía flexionar unos grados más y estaba contentísima.

—¿Qué anécdota divertida recuerda de su etapa en la elite?
—En la selección, recuerdo que Alba, compañera mía también de equipo, se dejó la camiseta en un partido y es muy alta. Mide 1,92. Tuvo que ponerse la de otra compañera. Imagínala jugando con una especie de top. Nos pasamos todo el partido casi llorando de risa. Con el equipo, mi entrenador, Félix, me llevó a la banda y me dijo: ‘Ana, dime la verdad. No llevas puestas las lentillas’. Para un partido que se me olvidan y se da cuenta. Lancé un montón al palo en ese partido. Todavía no me explico cómo se dio cuenta.

—En 2015, decide volver al Puchi. ¿Por qué?
—Decido volver a mi hogar y no me arrepiento en absoluto. Fue llegar a la isla e ir todo rodado. En Alcobendas he sido muy feliz, una etapa que no olvidaré en mi vida, pero tenía muchas ganas de cerrar etapas y vivir otras diferentes. Tenía ganas de estar en casa, sentirme aquí, en mi hogar. Ahora mismo, soy la persona más feliz del mundo. Necesitaba estar cerca de mi gente, vivir otras cosas, viajar, pasar tiempo con mis amigas.... Al final, cuando te dedicas a un deporte a cierto nivel, es muy bonito, pero muy sacrificado. Hay muchas cosas que no se ven. Tenemos una vida. Para gustos, colores, y soy partidaria de que tenemos que vivir al máximo.

—Lo suyo fue como lo de Julio César: vini, vidi, vinci. Fue llegar y meter al equipo en el play off por primera vez.
—Yo no lo meto. Tuve la suerte de participar. Soy la persona más afortunada del mundo. Tuve la suerte de poder vivir esta primera gran experiencia con este pedazo de club. A ver si podemos repetirlo.

—El Puchi está a un punto del líder, el Castellón. ¿Se puede ganar la liga?
—Se puede ganar la liga. También se pueden alinear los planetas. Claro que se puede, pero queda lejos. A pesar de estar a un punto, es realmente complicado. Ya jugar la fase me parece algo que no voy a decir inédito, porque el año pasado lo conseguimos sin saber cómo, pero es que la liga está muy igualada. Hay varios equipos con el mismo nivel y demasiados partidos en los que es fácil dejarse puntos. Tenemos que seguir en la misma línea, pero se puede.