2022, año que todos los sectores económicos tomamos con grandes expectativas, con ánimos renovados y deseos de retomar la actividad después del largo y difícil periodo que supuso la pandemia.
En general todos los sectores hemos querido recuperar ese tiempo «no vivido» aunque todo ello ha venido acompañado de cambios importantes en los hábitos de consumo que han afectado al comercio en general. Acompañado del despertar de la «hibernación» de la industria, de la carestía de muchas materias y en según qué casos la concentración en pocas manos de algunos materiales, la incertidumbre en costes «vitales» para la industria como son la energía y el transporte. Todos estos factores han «sangrado» nuestros márgenes a pesar de ser un año de continuidad, donde lo preocupante no han sido las ventas sino el ciclo vital de estas.

El calzado, como todos los sectores, tiene su ciclo. Desde su gestación hasta su culminación puede suponer un plazo de ocho a nueve meses por lo que los escandallos deben estar basados en datos «poco variables» que es lo que no hemos encontrado este 2022, con incrementos en el precio de la electricidad del 30% y 40% y un desfase sobre presupuestado en transporte de entre el 35% y el 45%.

La carestía de materias primas ha debilitado mucho el flujo de abastecimiento de los diferentes artículos necesarios para el ensamblado del calzado, alargando sustancialmente los plazos de producción y afectando también a nuestros resultados.

Así en conjunto, el sector ha visto como en 2022 las tarifas de nuestros productos sufrían incrementos de entre el 15% y el 20%, causadas en gran parte por la insularidad y los costes de transporte y laborales, lo que nos resta competitividad a pesar de que nuestros competidores también sufran los mismos o similares males.

Nuestra fortaleza sigue siendo la presencia en mercados muy diversos, siendo algo más del 70% la parte de nuestra producción la que se destina a la exportación siendo principalmente los países de la C.E.E. los receptores de nuestro calzado.

En 2022 hemos exportado a algo más de 50 países, todos los de la C.E.E, Reino Unido, Israel, Turquía, R.P. China, Japón, Estados Unidos, Canadá, México, Australia, Nueva Zelanda y algunos países de la Península Arábiga, entre otros. La guerra de Ucrania, aparte de los problemas económicos que todos padecemos, también nos ha afectado -aunque en un pequeño porcentaje- en clientes significativos.
Aún así la estructura productiva tanto del sector de producción como de la industria auxiliar ha mantenido -con ligero descenso- su estructura, ya que en líneas generales los niveles de venta se han mantenido en el número de pares, así como en algunos casos con pequeños incrementos en el volumen de facturación, que no de rentabilidad, a causa de la inflación.

Las perspectivas que desde 2022 vislumbramos se están cumpliendo con diferencias mínimas, con una Europa -que a excepción de países muy afectados por la crisis energética derivada de la guerra de Ucrania- está aguantando bien los niveles de consumos de nuestros productos, y en general el resto de mercados también resiste, aunque con una política más centrada en el mantenimiento que en la expansión.

En general y a pesar de que los zapateros siempre hemos dicho que vivimos en una crisis permanente, la industria en Menorca «goza» de una «mala salud de hierro» ya que no hemos sufrido lo que han sufrido otras zonas zapateras tanto de España como de dentro y fuera de la Unión Europea, pero adolece del incremento exponencial tanto de los costes, como de las dificultades administrativas para funcionar. El incrementos de los costes laborales, los nuevos impuestos, el incremento de la burocracia que deben realizar directamente las empresas (planes, estadísticas, declaraciones SII a la AEAT cada cuatro días, etcétera), los criterios difusos en fijos discontinuos por la nueva política laboral, y la consecuente guerra político/informativa, entre otros, son los nuevos «palos» que nos han ido incorporando a la rueda de nuestro sector al igual que a muchos otros.l