El coche fantástico.

Solo hay que echar un vistazo a la ficción que se hacía en la década de los 80 para descubrir que la televisión de hoy en día vive de las rentas de una época de grandes cambios y en la que no se tenía miedo a experimentar. Culebrones del alto standing, una vuelta a los procedimentales de oficios, series familiares y blancas y comedias más atrevidas marcaron la industria televisiva de la época.

Lujo y puterío. Dallas marcó un antes y un después en la televisión mundial. Sus responsables llevaron al prime time los culebrones diarios de toda la vida, pero con menos episodios. En su casting reunían a viejas estrellas del Hollywood clásico con jóvenes actores, quemaban tramas sin parar y mostraban un mundo de lujos y excesos que el espectador medio ni conocía ni aspiraba a hacerlo, al tiempo que llevaron el cliffhanger, una técnica narrativa muy empleada para finalizar temporadas y mantener al espectador enganchado, a un nivel superior. Todavía se recuerda hoy en día el final de la tercera temporada de la serie en el que J.R. Ewing, el malo oficial, recibía un disparó en su oficina de alguien al que no se veía. Las especulaciones sobre quién disparó a J.R. obsesionaron al público hasta noviembre de 1981, cuando empezó a emitirse la cuarta entrega. Incluso se rumoreó que la mismísima Isabel de Inglaterra llamó a Larry Hagman, que interpretaba a JR, para sonsacarle si su personaje sobrevivía y quién era el asesino. Ver para creer.

Dallas pulverizó audiencias y convirtió en estrellas efímeras a sus protagonistas. Se mantuvo en antena 13 años y 397 episodios, incluso tuvo un spin off, California (Knots Landing), y un remake, entre 2012-14, que reunía actores de la original con nuevos personajes. Además, generó un subgénero televisivo con series que incluso mejoraron la fórmula. Dinastía, por ejemplo, fue la respuesta del canal ABC al éxito de la anterior en CBS. Llegó a superar a Dallas en audiencia y convirtió a una actriz acabada como Joan Collins, que se hizo un nombre en el Hollywood de los 50, en una súperestrella, llegando a ser la intérprete mejor pagada de la televisión en los 80. Otro ejemplo es Falcon Crest, la serie de vinateros que relanzó la carrera de la oscarizada Jane Wyman al crear una villana inolvidable. Sus responsables comprendieron que los espectadores querían ver a Angela Channing lanzando dardos envenenados y maquinando contra todos. Y cumplieron con creces.

Procedimentales diferentes. Canción triste de Hill Street nos introdujo en la vida de una comisaría de barrio, pero también en la de los policías que en ella trabajaban. La serie creada por Steven Bochco marcó un antes y después en la series de policías de la época, al igual que Cagney y Lacey, con dos mujeres policías como protagonistas. Lo mismo sucedió con La ley de los Ángeles, que rompía con las clásicas series de abogados con casos criminales para ofrecernos otra visión, la de los bufetes de abogados acomodados con otro tipo de demandas. Y qué decir de Corrupción en Miami. Adiós a los ambientes tristes, viva el sol, los trajes blancos y el ritmo videoclipero.

Otra clase de detective. Pierce Brosnan (Remington Steele), Tom Selleck (Magnum), Bruce Willis (Luz de luna), Don Johnson (Corrupción en Miami) o David Hasselhoff (El coche fantástico) se convirtieron en súperestrellas y sex symbols de los 80 y parte de los 90 con sus series. En contraposición a los más clásicos Kojak, Ironside o Colombo, estos eran jóvenes, bien parecidos y con sentido del humor. Fueron todo un soplo de aire fresco a un género tan manido en la pequeña pantalla.

En clave de humor. Las sitcom norteamericanas de los 80 se dividían en comedias más blancas y familiares, como El show de Bill Cosby, Los problemas crecen, Webster, Punky Brewster, Alf, Kate y Allie o Enredos de familia con series de humor más adulto e irreverente como Cheers, Juzgado de guardia, Las chicas de oro, Nido vacío o, a finales de la década, Murphy Brown o Rosseanne. Una época gloriosa.