Hace 25 años, un 21 de octubre, pero que entonces cayó en jueves, los colombianos despertaron y se sintieron muy orgullosos cuando se enteraron que su más famoso escritor, Gabriel García Márquez, obtenía el Premio Nobel de Literatura. Un portavoz de la Academia Sueca llamó por teléfono a García Márquez desde Estocolmo al Pedregal de San Angel, el barrio o la colonia en la que vive el escritor desde hace más de tres décadas en la capital mexicana. Su primera impresión, confesó después, «fue de incredulidad y asombro», pues a sus 55 años en 1982, no creía que le sería otorgado ese reconocimiento. «Pensaba que sería un candidato eterno, pues hace cuatro años que me despiertan con la misma noticia» por esas fechas, declaró ese día García Márquez a periodistas que lo llamaban desde todo el mundo a su casa. El alboroto fue mayúsculo en América Latina y especialmente en Colombia cuando expertos y críticos coincidieron con la Academia Sueca en que se trataba de un reconocimiento a una región que mediante una literatura mágica se extendía universalmente y que uno de sus máximos exponentes era el laureado narrador colombiano. Con García Márquez se reconoció, asimismo, cómo un aire renovador, no sólo a la literatura universal sino particularmente a la que se escribe en español, que empezaba a soplar con «una camada» de jóvenes latinoamericanos dedicados a las letras. Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, que, junto con García Márquez seguían los pasos iniciados poco antes por Miguel Angel Asturias, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo y Alejo Carpentier, entre otros, «refrescaron» la literatura española «a este lado del Atlántico». Las emisoras colombianas vivieron ese 21 de octubre una jornada frenética para obtener reacciones por el reconocimiento al autor de «Cien años de soledad», su obra más reconocida y traducida entonces a decenas de lenguas, y todo el mundo llamaba en Colombia a todo el mundo para dar orgullosos la buena nueva de ese jueves memorable. No sólo en los todos los medios de comunicación no hubo otros titulares ese jueves más que la concesión del Nobel, sino que el fenómeno se prolongó durante días en las conversaciones de peluquerías, restaurantes, iglesias, cafés, comercios, colegios y universidades.