En mi reciente y fugaz visita a los madriles sólo tuve tiempo para ver una exposición, que recomiendo vivamente: una retrospectiva de Juan Muñoz en el Reina Sofía. Toda una planta dedicada al genial y polifacético artista madrileño, que falleció precisamente en Eivissa en 2001 en circunstancias no muy claras; aunque tampoco quise preguntar mucho entonces a Bartomeu Marí, gran amigo suyo (estaba casado con una hermana de Cristina Iglesias, la gran escultora y esposa de Muñoz), porque fue un gran golpe emocional el que recibió el gestor cultural josepí, hoy director del Macba de Barcelona. Y porque qué más da; murió de la vida, que es de lo que mueren los grandes artistas. En cualquier caso, fue una pena y una gran pérdida para el arte, pues era todavía joven y su importante trayectoria prometía mucho aún.

JULIO HERRANZ

Como me quedó la pena de no haberle entrevistado; algo que podría haber hecho, o por lo menos intentado, si se lo hubiera pedido al amigo Bartomeu, porque Juan Muñoz venía a menudo a la isla, y creo, según me ha contado alguien, que tenía o alquilaba un apartamento en Santa Eulària. Pero entonces yo no estaba al tanto de su categoría creativa, ni de la riqueza y pluralidad de una obra tan personal, rica y fascinante en muchos aspectos, como puede comprobar quien se pase por el Reina Sofía hasta el 31 de agosto. Merece la pena, desde luego.

Además de en la escultura, Juan Muñoz se interesó en la creación de carácter auditivo, produciendo sugerentes trabajos para la BBC. Pero lo que prefiero son sus instalaciones con figuras monocromáticas, gris plomo o color cera, que invitan al espectador a relacionarse con ellas, dándote la impresión de que formas parte del conjunto. Una sensación inquietante que comprobé en directo.