Sobre el sereno mar Mediterráneo brillaba la luna llena. Sobre el escenario de Santa Llúcia, pasadas las once de la noche del pasado jueves, el saxofonista israelí afincado en Londres Gilad Atzmon desencadenaba una tormenta. Y como ocurre en muchas ocasiones, llegó casi sin avisar. Las dunas, en forma de notas musicales, comenzaron a avanzar sobre el público. Fraseos limpios, de una hermosa claridad, surgían del saxo alto de Atzmon en Autumm in Bagdad, mientras The Orient House Ensemble (Frank Harrison -piano y teclados-, Yaron Stavi -contrabajo- y Eddie Hick -batería-) parecían desperezarse al vaivén de una oportuna y bienvenida brisa.

Pero era un espejismo; aquella aparente tranquilidad no tardó en tornarse casi furia mientras el jazz se fundía con armonías del medio oriente con The burning bush, un título con una aparente carga política que Atzmon se encargó de disipar rápidamente: «Es un tema dedicado a una ex novia que aparentemente vivió varios años en Eivissa», explicó. El be-bop sorteaba el calor, la luna e incluso la enorme grúa que asomaba por un lateral del baluarte. El público, escaso, visto lo visto sobre el escenario ya que fue para no perdérselo, asistía respetuoso al despliegue musical de Atzmon, que cambió el alto por un saxo soprano para acometer una deconstruida y por momentos divertida versión del Bolero de Ravel, que logró uno de las ovaciones más sentidas de la cálida noche musical.

Compromiso político

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Pero el compromiso político del saxofonista israelí flotaba en el aire, y lo materializó en London to Gaza, recordando a los asistentes que Gaza y Eivissa comparten el mismo mar señalando más allá de las murallas: «Este es el mar Mediterráneo, tiene que tener mucho sentido», dijo.

El concierto avanzaba en intensidad cuando se produjo la entrada en escena de la cantante Sarah Gillespie, poseedora de una indudable calidad como vocalista pero que frenó el ritmo de una sesión que rozaba la perfección. In the current climate y How the West Was Won, junto con el standard First Rent -con duelo vocal entre Atzmon y Gillespie-, fueron la aportación de la cantautora británica, que se estrenaba junto The Oriente House Ensemble.

Pero las sorpresas no habían terminado. El cuarteto interpretó una nueva pieza («sólo la hemos tocado un par de ocasiones antes», afirmó Atzmon) en la que Yaron Stavi y Frank Harrison tuvieron que ejercer como vocalistas haciendo coros -«la, la, la, una letra que suena como el español para mí», bromeó el saxofonista-, para pasar a un final en el que llevaron al público hasta los ritmos más tropicales. Todo era alegría y fiesta, aunque en el bis reapareció el Atzmon comprometido, que dedicó una hermosa versión de What a Wonderfull World de Louis Armstrong («mi compositor palestino favorito») a «nuestros horribles líderes».

Así terminaba una buena noche de jazz que comenzó con la apuesta segura que cada año ofrecen los grupos procedentes del festival de Getxo. En esta ocasión, los ganadores del certamen vasco fueron Wierba & Schmidt Quintet, formación polaca que no defraudó y que mostró lo que se hechó en falta la noche anterior en Vara de Rey. El grupo liderado por el pianista Michal Wierba y el trompetista Piotr Schmidt (Marcin Kaletka, saxo tenor; Michal Kapcuk, contrabajo, y Sebastián Kuchczynski, batería, completan el quinteto) mostró un gran dominio técnico junto a una clara intención conceptual en su música. Sobre las composiciones de Wierba («nos gustan mucho», afirmó con cierto tono de humor Schmidt), los ganadores de Getxo se hicieron con el público tanto por su jazz compacto, potente por momentos y ligeramente introvertido en otros, como por la simpatía de Schmidt que agradeció tocar en «un gran lugar, con un gran público, una gran luna y un gran tiempo», mientras decía sentirse un poco avergonzado por no haber visitado antes la isla y asegurando que vistas «las hermosas mujeres» que hay en ella deberían venir «con más asiduidad».