El autor, junto a la escritora Nora Albert.

«T'ho mereixes. Un bon massatge. Una bona companyia al teu costat. Perquè qualsevol edat és bona per a aquestes coses. Gabriel, 25 anys, t'espera. Fes-te un regal. Dóna-li una alegria al teu cos de dona. Ben a prop». Con este anuncio se inicia Sara, la dona sense atributs, la última novela del alicantino Carles Cortés, que presentó ayer en Eivissa este libro premiado en el último festival de literatura erótica de la Vall d'Albaida.
«El erotismo es muy importante en tanto que me sirve para enlazar a los dos protagonistas. Sin la atracción que los dos sienten, y en definitiva por los juegos sexuales que hacen, no se podría entender esta relación de dependencia que ambos manifestarán a lo largo de la novela. Pero la novela tiene más elementos. Es una novela psicológica, en la que busco la provocación del lector», aclaró ayer el escritor.

Eje argumental
El eje argumental es la relación sexual que mantienen durante cinco años Sara, profesional de la traducción de 50 años que contrata los servicios de un gigoló de 25, Ismael, que vende su cuerpo para pagarse sus estudios. Sobre ese hilo se dibuja «un retrato generacional de las mujeres de 50 años que son victimas de sus contradicciones como generación; una generación que se mueve entre el grito de libertad contínuo, de su independencia, pero al mismo tiempo entre la facilidad de la que dependen o pueden depender de otras personas», apuntó Cortés.
La protagonista, Sara, «se considera una mujer íntegra, con atributos, con cualidades, que ha controlado su vida. Pero experimento con ella intentando llevarla al límite, intentando denunciar las contradicciones o las dudas que ella, como representante de su generación, tiene», añade el autor, que reconoce la necesidad de que la protagonista fuera una mujer y las dificultades que eso le ha supuesto.
«Mi Sara debía ser mujer porque lo que busco es evidenciar una denuncia de la difícil localización de la mujer que ha intentado integrarse en igualdad de condiciones en el mundo actual. De hecho, esta misma historia con un hombre de 50 y una prostituta de 25 habría tenido una lectura muy distinta, apuntó sobre el primer punto.
«No diré que fue fácil, pero sí que me sirvió para conocer mejor a las mujeres de esa generación y para entender que no somos tan diferentes como parece, y sobre todo para esta referencia a una generación que cambió tanto este país, porque los hombres no tuvieron que luchar tanto como las mujeres para decidir su vida futura, decidir si querían o no casarse, si querían trabajar o estudiar», concluyó sobre el segundo aspecto.