Fran Perea abraza a su compañera de reparto, Manuela Velasco, en un momento de la representación | Prod. Teatrales Contemporáneas

Con 32 años cumplidos, el actor malagueño Fran Perea ha conseguido alejarse de la imagen de seductor que volvió locas a las jóvienes que seguían religiosamente la evolución de su personaje en Los Serrano. Con los años ha logrado afianzarse como un valor en alza del teatro actual, en el que se siente "en casa". Esta será la primera vez que visite la isla por motivos laborales, sumergido en la vorágine de una gira que se prolongará durante todo el año, y lo hará con el montaje dirigido por el argentino Claudio Tolcachir Todos eran mis hijos, que se representará el martes a las 20 horas en Can Ventosa.

-He leído que esta obra sólo se ha montado en cinco ocasiones en España...
-Sí, no te sé decir por qué. Es una de las funciones de Miller que menos se ha tocado en España y además tenemos la suerte de venir con un director excepcional como es Claudio Tolcachir y con este reparto de lujo, del que tengo el privilegio de formar parte. Hemos coincidido un grupo de gente que, aparte de ser buenos profesionales, nos llevamos muy bien. Está siendo una gira muy buena.

-Aún quedan muchas horas en la carretera por delante...
-Por suerte, sí. Somos muy afortunados de poder estar trabajando tal y como están las cosas. Además, siempre vamos a teatros llenos porque Carlos Hipólito y Gloria Muñoz son actores de teatro de toda la vida, la gente lo sabe y va a verlos. Además, aprovechamos nosotros la oportunidad y, de paso, nos ven a nosotros (risas). Somos una pequeña familia. Hay mucho respeto y muchas ganas de aprovechar y ayudarnos, también de disfrutar ya que tenemos la suerte de tener trabajo.

-¿Por qué tiene tanto magnetismo esta pieza?
-Quizás otras obras de Miller han llamado más la atención o la temática era más parecida a lo que podíamos estar viviendo en España. Pero luego te das cuenta de que Todos eran mis hijos habla de cosas que han preocupado a la humanidad desde tiempos inmemoriables, valores que están en el día a día como la amistad, la familia, el amor, el odio, la venganza, etcétera. Y luego, también, estamos hablando de la postguerra, tras la segunda guerra mundial y, desgraciadamente, las guerras son algo que tenemos a la orden del día y este país nuestro también ha participado en alguna guerra no hace mucho y de hecho, mantiene tropas destinadas en algunos países. Con lo cual, una función que, a priori, parece no tener un vínculo directo con nuestra historia resulta que sí lo tiene y que basta leer entre líneas para darse cuenta.

-La obra es de una vigencia abrumadora a pesar de que se estrenó justo después de que finalizara la Segunda Guerra Mundial, ¿cree que el público contemporáneo logra sentirse identificado con la obra?
-Nuestro país ha participado en una guerra hace muy poco tiempo. Aparte, hay un componente inherente al el planteamiento que hace Claudio, que no te presenta la función como algo ajeno al espectador, sino que parece que estás espiando por un agujerito lo que pasa una tarde de domingo en el jardín de una familia. Y si eso está lleno de contenido tú te enganchas. El público nos ha comentado que, a veces, incluso te sientes un poco ruborizado de estar espiando las cosas que le pasan a esta familia.

-¿El público sale muy impresionado?
-Por lo que estamos viendo, sí. Una de las cosas que más me ha gustado que nos contaran es eso. Que parece que estás espiando por una mirilla. Es maravilloso conseguir que el teatro te estimule de esa manera. Nos dicen cosas muy bonitas, no nos podemos quejar con este montaje (risas). La gente sale con la sensación de haber visto algo interesante.

-¿Cómo es Chris, el personaje al que interpreta?
-Mi personaje es un chaval de los que lucharon en la guerra porque tenían unos ideales, aún. Un tío con ideas, que va a luchar con su hermano, el cual desaparece en la guerra. Tiene que volver a casa, hacerse cargo de la empresa familiar, cuidar sobre todo de su madre, que siente la pérdida de su hijo. Un chaval que tiene que renunciar al proyecto de vida que tenía pensado y cuyos planes se ven truncados por la guerra. Y de pronto aparece el personaje de Manuela Velasco, que es una chica de barrio que ha vuelto después de mucho tiempo y surge una historia de amor que hace que la vida de Chris tome un nuevo rumbo. Ahí empieza todo, porque luego se abre la caja de Pandora y no todo será un camino de rosas. Es una persona que tú dirías "qué bueno es" porque tiene valores, ideas y que, en un momento dado de la función, tiene que cuestionarse todo y madurar de manera abrupta.

-Una de las tramas principales gira en torno al negocio de la guerra. Los países occidentales invierten millones en cooperación internacional y a la vez suministran armas a países pobres, ¿no vivimos en un mundo un tanto hipócrita?
-Es hipócrita y son las bases de la sociedad que hemos creado. Mientras unos mueren, otros se llenan el bolsillo con el conflicto armado. Parece que hay un ente superior que lo domina todo, que es el dinero y a eso nos sometemos y somos hasta capaces de renunciar a tener escrúpulos. No es hipocresía, es dinero. Últimamente lo he hablado con amigos y con gente con la que me gusta conversar que todos, a pequeña escala, tratamos de favorecernos a nosotros mismos y a los que tenemos alrededor, incluso en pequeñas acciones cotidianas. Aunque a veces hagamos trampas, pensamos: "una trampita no pasa nada". Porque si meto esto por aquí, quizás la declaración de la renta me sale a devolver. Esto puede causar risa pero cuando eso lo hace la gente que tiene el poder todos nos echamos las manos a la cabeza. Hay gran parte de la sociedad que lo hace. Lo que hay que hacer es ser honesto desde las pequeñas acciones y educar con los actos.

-En el amor, y sobre todo, en la guerra, ¿todo vale?
-No, no todo vale. Y uno de los temas más intersantes que trata la función es de como nuestras acciones, no sólo repercuten sobre nosotros sino que pueden cubrir de fango a mucha más gente en el caso de que éstas no sean adecuadas. La responsabilidad de nuestros actos puede trascender a nuestro entorno.

-¿Cuales son sus proyectos de futuro?
-He estado muy centrado estos tres o cuatro últimos años en el teatro porque lo necesitaba, necesitaba volver a casa. También he hecho muchas otras cosas, he participado en películas en las que, quizás no he podido hacer papeles protagonistas porque la gira me lo impedía pero he participado en Balada triste de trompeta, tengo otra película pendiente de estrenarse con Maribel Verdú. En abril saqué mi propio disco. En fin, voy enredando (risas). ¿Proyectos? Darle un nuevo empujón a la música. Por ahora tengo un compromiso, con mis compañeros en la función y con la productora, que quiero y debo cumplir. No ha sido por falta de ganas de hacer otras cosas pero es que, a veces, no puedes hacerlo todo.

-¿Vacaciones para cuándo?
-No se sabe (risas). En navidades pude disfrutar de un mes entero para estar con la familia, que hacía concretamente un año que no tenía vacaciones y lo disfruté muchísimo. Pero ahora toca trabajar y no lo tengo en perspectiva. Y también disfruto trabajando porque hacer lo que a uno le gusta es un privilegio.

El futuro de los jóvenes
El intérprete tiene una visión muy clara de la juventud española actual que se contrapone a la de su personaje en la obra de teatro. "Valores tenemos, pero igual estamos un poco sumergidos en un boom capitalista que nos ha hecho reordenar las prioridades" asegura antes de añadir que: "los jóvenes tienen como prioridad encontrar un trabajo y una casa y quizás, valores que preocupaban a nuestros padres o a generaciones anteriores no son tan importantes porque andamos más preocupados en buscarnos las habichuelas". Perea opina que, "quizás lo que nos falta son referentes. Gente que nos haga creer que un mundo más igualitario es posible"