Vicent Marí Costa y Pepita Brullas Tarragó, en Vila, tras la llegada de la autora para la presentación. | Marco Torres

«El círculo no se ha cerrado», asegura Pepita Brullas. Lejos de cerrar una etapa con este libro, esta Barcelonesa continúa emocionándose al hablar y rememorar sus vivencias en la Isla, a la que llegó en el año 1935, acompañada por sus padres y su hermano, cuando tan sólo contaba con nueve años. Ayer tuvo la oportunidad de regresar a Santa Agnès, a Corona, para presentar Corona, en el meu record. Memòria d’una altra Eivissa, que ha publicado la Editorial Mediterrània dentro de su colección s’Espardell.
La obra, que ha coordinado Vicent Marí Costa, surgió de la idea de Neus Torres Costa, quien se ha encargado de escribir el prólogo. «Fue ella quien me animó a plasmar mis recuerdos», asegura Brullas, que lamenta que su marido, Torcuat Notó, no haya podido acompañarla en este momento tan especial y haya tenido que quedarse en Barcelona, donde el matrimonio reside.
Sin embargo, Pepita Brullas ha podido contar con la presencia de sus cinco hijos y algunos de sus diez nietos, pocos días después de haber sido bisabuela. «Sin ser de Eivissa, hemos querido a esta Isla y la seguimos queriendo, como si fuéramos ibicencos», afirma rotundamente la autora. A sus 86 años, su envidiable claridad mental le ha permitido emprender un viaje en el tiempo hacia sus recuerdos de infancia.

Recuerdos
Las fotografías del álbum familiar, que Brullas conserva en alta estima al tratarse de valiosos catalizadores de recuerdos, han servido como hilo conductor de este relato, estructurado en las diferentes etapas vitales que la autora ha pasado en la Isla, desde su infancia hasta la actualidad. «Durante un trayecto en barco, en unas vacaciones, mi madre, que era una mujer con mucha iniciativa, se dirigió a unos soldados para preguntarles por un sitio tranquilo de la Isla», recuerda Brullas: «La remitieron a Corona, un sitio donde, en aquella época, no había nada de nada. Pues allí es a donde decidieron ir».
Desde aquel primer viaje, en 1935, cuando la Isla comenzaba a popularizarse entre los barceloneses como destino de vacaciones o de viajes de novios, la familia decidió comenzar a construir una sencilla vivienda, que a día de hoy pertenece todavía a la familia de Pepita Brullas.
Incluso el estallido del a Guerra Civil, un año después de aquella visita, les pilló en la Isla. Escapar de Eivissa no fue nada fácil para la familia. El taxista que los trasladó desde Corona a Vila los acogió en su casa para que pudieran pasar la noche a salvo de la revuelta que había estallado. «Logramos embarcarnos en una barcassa de bou (embarcación destinada a la pesca)», rememora. Brullas todavía recuerda el sonido de una sandía que su padre había adquirido, rodando por el casco del barco, que zozobraba de manera salvaje por una terrible tormenta que lograron capear.

Emotivo
Pese a esta mala experiencia, la familia regresó a Eivissa de manera frecuente, con la única excepción de un pequeño lapso tras contraer matrimonio con Torcuat. Sus recuerdos, de las particularidades del idioma que la sorprendieron al llegar, la forma de vestir de las mujeres y la economía de subsistencia, sin agua corriente o electricidad están ahora plasmados en esta obra.
Para esta barcelonesa con alma de ibicenca resulta triste observar la realidad actual de la Isla. «Si existe una palabra para definir aquella época es entrañable», apunta. Por eso, confiesa que lamenta ver Eivissa reflejada como un lugar de fiesta y drogas porque, según ella, «la esencia de la Isla y de los ibicencos no tiene nada que ver con esa imagen».

«Deseo que no destruyan Corona»

«Era un mundo completamente distinto a todo», asegura Brullas al referirse a la Eivissa de principios de los años 30. Sus ojos continúan empañándose al hablar de Eivissa. Para la autora, cada regreso supone «volver a casa».
«No sé si este libro interesará a alguien, pero si existe alguna voluntad al contar la historia de un punto tan concreto de la Isla es para que no se destruya su encanto», afirma Brullas, que añade: «La firme voluntad, tanto de Neus Costa como mía, es que Corona continúe siendo un reducto de paz y que a nadie se le ocurra destruirlo».