Enrique Juncosa, en Can Botino. | Marco Torres

De Enrique Juncosa (Palma de Mallorca, 1961) lo primero que llama la atención es su carácter pausado, tímido, la serenidad de sus gestos y la cadencia pausada a la hora de hablar. Al imaginarse al que fue director del Irish Museum of Modern Art alguien podría aventurar un carácter de hierro, inaccesible, frío, como el clima que ha decidido abandonar para dedicarse a la escritura. Sin embargo, pese a que estuvo cerca de olvidar el castellano, la calidez mediterránea no sólo nunca lo abandonó sino que ha decidido regresar a ella, en un gesto que denota valentía. Ahora puede combinar la escritura con otros proyectos personales, como el de comisariar la exposición inaugural del MACE, desde la tranquilidad de su casa en Sant Mateu. En mayo se desplazará durante un mes a una residencia para escritores Connecticut (Estados Unidos) con el fin de concentrarse en los proyectos literarios que ahora le ocupan.

—¿Cuál fue el motivo que desencadenó el traslado de su residencia a Eivissa?
—Llevo catorce años trabajando en museos pero también soy escritor. Ahora tenía ganas de desarrollar ese aspecto de mi trabajo en un gesto casi arriesgado, supongo. Tenía ganas de escribir narrativa, sobretodo. Siempre había publicado poesía o crítica de arte y pensé que si no dejaba de trabajar, no podría hacerlo. No fue una decisión fácil porque, obviamente, el trabajo en los museos me gusta mucho y no sólo eso, sino que me iba extremadamente bien. Aún así, no he dejado de trabajar en arte.

—Valiente decisión, ¿en qué está trabajando?
—He terminado de escribir un libro de cuentos, para los que estoy buscando editor y ahora estoy trabajando en una nueva novela. No me he retirado del mundo del arte. Me he dado cuenta de que sólo puedo escribir tres o cuatro horas por la mañana. Más allá no puedo. Así que por la tarde, puedo hacer otras cosas.

—¿Lo echa de menos?
—Estuve dos años y medio en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (Ivam) como subdirector, dos años y medio en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, también como subdirector y luego en Dublín nueve años. La verdad es que no hacía otra cosa que trabajar allí dentro. A mí lo que me interesa más de los museos no es la gestión, que a mucha gente puede parecerle apasionante. A mí, ese aspecto me parecía interesante pero lo que más me gustaba era hacer los libros, las exposiciones, los programas y la colección. Más allá de aspectos como el aparcamiento, el restaurante, el jardín, la tienda... que no me interesaban tanto pese a que van con el trabajo.

—¿Cree que han cambiado mucho los museos en los últimos tiempos?
—Los museos ahora se han convertido en algo muy interesante, desde muchos puntos de vista. Son algo que están en diálogo con la sociedad y que te permiten aunar diferentes disciplinas artísticas. Son como un foro o un nexo de unión muy gratificante.
—Quizás su espíritu sea ahora más abierto que antes.
—Creo que los museos tienen mucho éxito, o lo han tenido hasta ahora. No lo digo sólo por el número de visitantes que tienen sino también por el número de museos que se han abierto o por las ampliaciones de los que ya estaban activos. Ha habido mucho énfasis en desarrollar el aspecto de educación de los museos. La gente no quería algo dogmático sino convertir los museos en instituciones dialogantes con el público. El museo de Dublín fue muy pionero en los programas de educación e hizo un gran esfuerzo.

—¿Ha tenido éxito?
—Creo que sí. Pero la gente a la que le interesa el arte es menor que a la que le interesa el fútbol, la música pop o el cine. Pero también hay gente a la que eso no le gusta y no les preocupa. Hay gente para todo.

—¿Qué papel tiene la pedagogía a la hora de formar el criterio del público?
—Cuando uno va a ver un museo de maestros antiguos, por decirlo de alguna manera, conoce las obras, ha visto las foto y reconoce las piezas y a sus autores. El arte contemporáneo quizás intimida más a la gente, al no tener el recurso de la familiaridad o la información previa. Le cuesta saber qué es y qué significa.

—¿La gente se permite emitir juicios negativos con mayor facilidad ante una obra de arte contemporánea antes que cuestionar a uno de esos ‘maestros antiguos’ que antes mencionaba?
—Lo que ocurre es que va todo muy rápido. Yo, por ejemplo, tengo 50 años y me acuerdo de artistas que, cuando yo tenía 20 años eran famosísimos y ahora no lo son. Ha pasado poco tiempo. Los chinos dicen que es muy pronto para saber si la revolución francesa fue buena o mala. Es depende de cómo lo mires. Es cierto que, el arte contemporáneo cambia y no hay tiempo suficiente para relativizarlo. El arte contemporáneo es más difícil de ponerlo en perspectiva pero creo que, cuando vas a una exposición, lo importante no es pensar si eso será el próximo Velázquez o Miguel Ángel. Los museos permiten enseñar lo que se está haciendo en ese momento.

—Después de tanto tiempo viviendo fuera de España, ¿cómo le ha sentado el regreso?
—Después de haber vivido tanto tiempo en Inglaterra, en Irlanda, de haber trabajado mucho con artistas americanos, a veces tengo la sensación de que soy más conocido en el mundo anglosajón que aquí.

—¿De verdad nadie es profeta en su tierra?
—Hace poco leí en un libro sobre España que el hecho de la expulsión de los musulmanes y de los judíos fue algo rarísimo. Es un país que siempre ha echado a la gente. En la época de Franco también se fue mucha gente y parece que siempre ha existido la tendencia a que la gente se marchara desde muy antiguo.

—¿A qué se debe?
—Viviendo en Irlanda, que es un país muy pequeño, me di cuenta de que la gente trabaja pensando en el mundo. Sin que España sea Inglaterra, Alemania o Francia, tiene el tamaño suficiente para que a la gente le baste ser conocida aquí. Esto ha hecho que el país sea un poco insular, en ese sentido. Luego, cuando la gente triunfa mucho fuera, se meten con ellos.

—Filólogo, poeta, escritor de prosa, crítico de arte, comisario de exposiciones, ¿con cuál se queda?
—Ahora mismo, me consideraría escritor porque estoy escribiendo. El último libro de poemas me costó terminarlo por la pérdida del idioma y quería terminarlo antes de irme de Dublín para dejarlo reposar después de estar un año viviendo en España. No es que no me tome en serio lo del arte, evidentemente. Pero veo a mucha gente que trabaja en instituciones públicas y que parece que la persona tiene que ver con el sitio donde están y yo nunca me he visto así. Eso es algo que nunca me ha preocupado.

—¿Cómo surgió la posibilidad de comisariar la exposición inaugural tras la reapertura del Museu d’Art Contemporani d’Eivissa?
—Fue por casualidad. Me encontré con Elena Ruiz, la directora del MACE, en el funeral de Barry Flanagan en Santa Eulària. La familia me invitó para hablar en el funeral y allí estaba también Miquel Barceló. Yo creo que nos vio allí y se le ocurrió. Cuando me escribió para hacerme la propuesta le conté que yo tenía intención de trasladarme a vivir aquí, algo que ella no sabía. Comencé a trabajar en esta muestra cuando aún estaba en Dublín. Creo que a Miquel Barceló le ha gustado participar en esta exposición para rendir, de alguna manera, un homenaje a Barry Flanagan.

—Es una manera de cerrar el círculo.
—Creo que está bien para el museo porque logra reunir la idea cosmopolita de un artista de fuera que vive aquí y otro que, pese a no ser de aquí, tiene una estrecha relación con la Isla y refleja las relaciones que se establecen en el mundo del arte.

—¿Cuál cree que será la repercusión de esta inauguración en la Isla?
—Creo que es algo bueno para la Isla. Pese a que tiene un presupuesto bastante modesto, creo que es un buen comienzo. A esta exposición llegan obras de París, de Londres, de Girona, de Mallorca y, todo eso cuesta el dinero. El transporte encarece siempre los costes y eso se debe tener en cuenta a la hora de programar exposiciones de gran nivel.

Una trayectoria distinta

Pese a que califica su recorrido como algo «raro», Enrique Juncosa afirma que estudió Filología inglesa porque le gustaba mucho la literatura. Ya en la Universidad, cursando la optativa de Historia del Arte, se dio cuenta de que tenía una enorme facilidad para escribir sobre esta disciplina. «Había gente a la que le ponías un Tàpies delante y veía algo marrón mientras que yo podía ‘enrollar’», recuerda.
Su círculo de amistades incluía a diferentes artistas y comenzó a escribir en sus catálogos mientras combinaba esta actividad con artículos para la prensa. Una vez se licenció se trasladó a Londres y allí comenzó a escribir críticas de arte para periódicos españoles, entre ellos El País.
«Recuerdo que iba a todas las inauguraciones porque me regalaban los catálogos, me los leía y podía escribir más allá de si me gustaba o no la exposición», afirma.
Fue con estos artículos y algunas clases de español, de literatura y traducciones, con las que obtuvo sus primeros ingresos. Este trabajo le proporcionó numerosos contactos en el mundo del arte hasta que le contrataron en una galería de la capital británica.
En el año 1992, tras ocho años en Londres, decidió regresar a España y comenzó a trabajar como comisario independiente. La casualidad ha querido que las dos primeras muestras que montó fueran de Barry Flanagan y Miquel Barceló, los protagonistas de la exposición que servirá para inaugurar el MACE el próximo 28 de abril.
Continuó su trabajo como comisario con grandes artistas, realizando exposiciones, hasta que recibió la llamada de Juan Manuel Bonet, del Ivam, para trabajar allí. El resto es historia.
«Leer, ver películas, ir al cine, al teatro, lo que puede definirse, aunque suene mal, como ‘consumir’ cultura», es uno de los consejos que siempre le da a la gente. Asimismo, Enrique Juncosa considera que viajar y vivir fuera es algo aconsejable.