Pocas veces uno abandona un recinto con tanta energía y esas ganas incontenibles de contar una verdad. Eso sentí tras mi encuentro con las creadoras de esta casi mágica iniciativa llamada Children of the water. Joanna Hepworth, nadadora profesional nacida en Reino Unido y Zoë Van Straalen, terapeuta holandesa, dieron forma a este emprendimiento destinado a enseñar una exclusiva técnica de autorrescate para otorgarle a los niños las herramientas necesarias para poder girarse sobre su espalda y flotar con la cabeza fuera del agua en caso de, por ejemplo, caerse a la piscina. Al poco tiempo se les unió Verónica Becerra Frade, terapeuta española, para completar este equipo que no sólo se ocupa de la parte puramente técnica de este exclusivo procedimiento que se basa en la emoción y que acompaña psicológicamente a sus alumnos a alcanzar su meta.

La técnica viene de Estados Unidos, en Europa sólo alrededor de 6 personas, incluido este equipo, están debidamente formadas en ella. Y además, el proyecto Children of the water le ha dado una vuelta de tuerca más incorporando el trabajo con las emociones. «Además de autorrescatarse y aprender a no ahogarse, que es muy importante viviendo en una isla o en cualquier espacio donde hay agua, creemos que un beneficio adicional muy importante es que el niño atravesando lo que es el umbral del miedo logra la capacidad de ser emocionalmente seguro. Cuando eres un bebé es mucho más fácil porque ese miedo innato a morir no está impregnado en el cuerpo y el proceso es mucho más natural. A medida que crecemos tenemos miedo a morir», afirma la voz castellana del grupo Verónica Becerra.

Becerra no duda en afirmar que «La sociedad ve este miedo como algo que no es bueno y el miedo es positivo. Los traumas existen porque no somos acompañados a atravesar la emoción». Y agrega: «Nosotras acompañamos a los pequeños a atravesar lo emocional ya que a los papás les cuesta gestionarlo porque están muy conectados a sus hijos. Pero nosotras al estar muy seguras y tener muy clara nuestra técnica somos capaces de hacerlo, de atravesar ese miedo. Así los niños se dan cuenta día tras día que pueden ir aprendiendo esta técnica cada vez más fácilmente y superarlo. Ésto se transformará en el primer logro de su vida y lo acompañará siempre. Entiende que será capaz de lograr sus propias metas y, a la vez, si cae en el agua no se va a ahogar». De hecho, entre sus alumnos cuentan con niños que han sido empujados al agua en algún momento y se han traumatizado en consecuencia o familias que han perdido hijos por ahogamiento en otras ocasiones.

«Es un trabajo familiar, no se hace solamente con el pequeño. El miedo no sólo lo tiene el niño, lo tienen los padres. Es muy importante que los padres estén muy seguros del proceso que tienen por delante y nosotras vamos a sostener y apoyar a los papás también porque cuanto más seguros están ellos más seguros están los pequeños. Miedos que quizás se originan en su propia infancia, por eso hacemos charlas en guarderías y en muchos sitios públicos», continúa Verónica.

Tienen posibilidad de ir a casi todas las piscinas públicas como la de Es Viver y pueden acudir a piscinas privadas en verano cuando la temperatura del agua es más cálida, punto que es muy importante para que los pequeños se encuentren cómodos y relajados.

En estos dos años han «ayudado» a través de este procedimiento a más de 200 niños y en más de una ocasión los padres se comunican con ellas para comentarles que sus pequeños se han caído a una piscina, incluso vestidos, y la técnica ha funcionado. Este proyecto que resulta de un valor incalculable al tratarse de las vidas que los niños no pierden al autorrescatarse no cuenta con ningún tipo de subvención, «Querríamos entrar en Educació para llevar nuestro proyecto a la escuela», comenta Becerra en nombre de las tres. Trabajamos con niños desde los 9 meses hasta los 6 años. El curso básico en el que aprenden a flotar y a autorrescatarse es de 20 lecciones de 10 a 15 minutos que resultan suficientes por el esfuerzo físico y emocional que les supone. En un mes hacen cinco días de piscina y dos de descanso por semana. El proyecto no sólo va dirigido a los bebés sino también a niños que ya saben nadar ya que les enseñan también a gestionar la ansiedad, las emociones y la energía en ese momento desesperante de caerse inesperadamente al agua y mantener la calma. «Les enseñamos que ellos sobre su espalda están totalmente seguros», afirma la instructora. Después del curso es muy importante que los niños continúen con una rutina de mantenimiento que pueden realizar junto a sus padres con lo que han aprendido durante las clases, y más adelante se puede hacer otro nivel si se prefiere. En el segundo nivel aprenden a nadar-flotar-nadar para poder llegar a los bordes, salir por las escaleras y ganar autonomía.

Joanna, Verónica y Zoë son de esas afortunadas que aman su trabajo eso se nota. Afirman que su “trabajo es diferente al que realizan en EE. UU., tiene un enfoque más holístico”. Desean que su modelo llegue a la mayor cantidad de niños posible (en cada curso becan a un niño) para que en caso necesario sean capaces de salvarse y con ese fin también dictan cursos de formación. A su vez, el idioma no es un problema ya que las clases de los cursos que se dictan cada mes se dan tanto en inglés como en castellano.

El verano está a la vuelta de la esquina, las piscinas y el mar se vuelven los grandes protagonistas de casi todas las actividades y esta es una manera más de tratar de evitar un susto.

La visión de los padres

Linda Karlson es madre de dos niños, Pi y Noy de 4 y dos años, decidió que debía hacer que sus hijos aprendieran esta técnica porque viven en una casa de campo, sus amigos también, y cuando vio que un niño se cayó de forma accidental en una piscina se hundió muy rápidamente y logró sacarlo de milagro. Y además, está convencida de que cuando más adultos hay menos pendiente se está de los niños porque «se cree que hay siempre alguien que los está mirando y eso no es tan así».

Por otra parte, Ruth González, mamá de Alejandro de 21 meses, decidió que su hijo debía familiarizarse con el método de autorrescate por dos motivos: «para poder salvarse en caso de que cayera al agua accidentalmente y porque quería que su primera experiencia con el agua fuera positiva. Que tuviera una buena base sólida en su relación con el agua. Llevamos poco más de un mes y ya bucea de una monitora a otra, sabe dar una brazada y ponerse a flotar boca arriba para ponerse a salvo. Las monitores son muy respetuosas con los niños, hacen todo de a poco y respetando sus tiempos».

Problemática y posible solución

Los niños son naturalmente atraídos por el agua. Más de dos personas cada minuto mueren por ahogamiento al año en todo el mundo. Más del 50% de estas muertes son niños, incluidos los que saben nadar. El ahogamiento es la segunda causa principal de mortalidad infantil en la UE. Las Islas Baleares tienen una tasa más alta que la media, sólo en Ibiza el 43% de las viviendas tienen piscina. El ahogamiento puede ocurrir en tan poca profundidad como 2 centímetros de agua y se pierde la consciencia aproximadamente dos minutos después de la inmersión. El daño cerebral es irreversible después de cuatro a seis minutos. Enseñar a los pequeños las habilidades de autorrescate es una herramienta adicional de protección. Aprender que al caer se giren sobre su espalda y floten, sin ayuda de ningún aparato de flotación, es crucial para su supervivencia. La actividad de Children of the water se puede consultar en su Facebook.